Crisis económica

Hacia otra clase media

Ha habido diversas crisis y tras la última y más dramática se replanteó el modelo productivo, de lo que surgió la ley de economía sostenible

La Razón
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Acabamos de celebrar el cuarenta aniversario de las elecciones democráticas de 1977, segundo hito de la Transición. El primero fue la ley para la Reforma Política, que dio lugar a esas elecciones, estas a las Cortes constituyentes y –tercer paso– a la aprobación de la Constitución. Esos son los tres grandes hitos fundacionales de nuestra democracia, pero no su fundamento social.

Salvo que pensemos que el mundo se fundó ayer, si se indaga en ese fundamento social es de obligada cita el plan de estabilización de 1959 a partir del cual hubo un desarrollo económico sostenido que cuajó en una sólida clase media urbana y es que para que haya democracia no basta con dotarse de una constitución, como lo demuestran esos países poco desarrollados o con grandes desequilibrios que fracasan aunque importen constituciones occidentalizadas. De ahí lo suicida de una política social, económica, que debilite esa base social, justo lo que un Gobierno ¡conservador! lleva haciendo en los últimos años: confundiendo contabilidad con política y sin más horizonte que lo que dure cada legislatura, parece ignorar las consecuencias de esquilmar ese presupuesto social de toda democracia, lo que facilita el discurso populista.

Se ha dicho –y lo comparto– que como fruto de la crisis las nuevas generaciones van a vivir peor que sus padres y, en parte, que sus abuelos. Que una mayor accesibilidad a bienes de consumo o el mantenimiento –por ahora– del Estado social compense esa afirmación no evita que esa clase media se vaya desdibujando, al menos tal y como hasta ahora se concebía, lo que exige rescatarla, preservarla y asentarla en otros fundamentos.

Hoy no pueden mantenerse las bases de esa clase media que emergió del franquismo. Que los ascendientes de las nuevas generaciones gozasen de un régimen laboral tuitivo, trabajo fijo, fiscalidad reducida, vivienda en propiedad y hasta segunda vivienda o que fuese inconcebible que sus hijos no fuesen universitarios, y todo presidido por una economía con un sector público poderoso, monopolios y posteriormente basada en el ladrillo, etc. todo eso serían las señas de identidad de aquella clase media y que ya no volverán.

Ha habido diversas crisis y tras la última y más dramática se replanteó el modelo productivo, de lo que surgió la ley de economía sostenible. Ahora la pregonada recuperación parece medirse de nuevo con el número de grúas que dibujan el sky line madrileño y salir del paro con la creación de puestos de trabajo estacionales o de pésima calidad y mal pagados. Aun aceptando que haya recuperación, para esas generaciones no hay recuperación social y sí frustración, lo que lleva a que los mejores se vayan y los no tan mejores queden, engordando el populismo reivindicativo que será obesidad mórbida si emerge otra crisis, por ejemplo de deuda.

Es preciso asentar las bases de una nueva clase media desde otra lógica. Que, por ejemplo, sea normal cambiar de trabajo o vivir en alquiler, asumir que haya una razonable movilidad social, que el progreso y calidad profesional no se vinculen imperativamente seguir estudios universitarios, etc. y aunque sea vaticinable un espontáneo cambio de mentalidad, esa mayor flexibilidad está lejos de metabolizarse. Es mucho lo que está en juego y el papel subsidiario del Estado no le exime de asentar esas nuevas bases, que haya salarios dignos y una economía competitiva y uniforme. A propósito de esa uniformidad, poco se ha dicho de la reciente declaración de inconstitucionalidad de la ley de unidad de mercado, lo que lastrará nuestra economía a base de intereses autonómicos pese a que vivamos en una economía ya globalizada.

Mientras ese cambio no se fomente el populismo tiene en bandeja prometer unas condiciones económicas y laborales ya imposibles, y lo hará inyectando buenas dosis de rencor. En fin, es grave que ese populismo aflore de una clase media declinante y que se sirva de ese declive a base de pedir extemporánea, y malévolamente, unas lunas que ya no pueden bajarse. Eso es grave pero no menos lo sería la paradoja de que una dictadura conservadora alumbrase una clase media como sólida base social que cimentó la democracia y ahora un gobierno conservador, ya en democracia, le brinde al populismo su argumento, destruyendo ese capital.