Antonio Cañizares
La Inmaculada, patrona de España
Comparto con muchos el convencimiento de que no se llegará a la secesión independentista como se ha intentado porque, además de otras cosas, la norma suprema por la que se rige España, su Constitución, nos salvaguarda a todos, catalanes y el resto de los españoles
España, protegida por María Inmaculada, su Patrona, celebra, un año más, su fiesta y, diría también sus raíces en las que se asienta, que queramos o no, los hechos son los hechos, son cristianas. Es verdad que olvidamos estas raíces y no somos enteramente fieles a ellas, incluso desleales con ellas, y en virtud de ese olvido e infidelidad a lo que le ha dado identidad y está en su base, la sociedad española se descristianiza y laiciza, deja de apoyarse y asentarse en la verdad y dignidad de la persona humana que tiene su origen en la fe cristiana; en este sentido vemos que últimamente, incluso, se da o pretende darse a sí misma, si no se remedia, a través del Parlamento, leyes o proposiciones y proyectos de ley que la deshumanizan y la destruyen.
España atraviesa un momento muy delicado: además de dichas proposiciones o proyectos, tenemos la espada de Damocles de una declaración de independencia de Cataluña, no cerrada definitivamente como todo el mundo pensamos (no va a ser fácil y se requiere todo el sentido común, la inteligencia y la generosidad que este asunto reclama). Ambas cosas nos destruyen. Comparto con muchos el convencimiento de que no se llegará a la secesión independentista como se ha intentado porque, además de otras cosas, la norma suprema por la que se rige España, su Constitución, nos salvaguarda a todos, catalanes y el resto de los españoles. No estoy tan seguro de que no llegarán a aprobarse, sin embargo, dichos proyectos legislativos. Pero también la Constitución nos salvaguarda en relación con dichos proyectos o proposiciones legislativas. y también, sobre todo, la Virgen María Inmaculada ampara y protege a su tierra que es España con todos sus pueblos y Comunidades, con todas sus gentes, y espero, confío y pido que no la dejará sucumbir ni hundirse por dichas proposiciones o proyectos de ley. Esto no es ingenuidad, ni ilusión: es el realismo de fe en María Inmaculada, en su protección y ayuda ciertísima y permanente. Pero hemos de cambiar y dejar actuar a Ella, hemos de fiarnos y hacerla caso cuando la vemos en su realidad más propia: Inmaculada y toda santa.
No olvidemos, por lo demás en el día precisamente en que celebramos el aniversario de su aprobación y su fiesta, lo siguiente: la Constitución surgió de un afán de concordia y reconciliación entre todos los españoles y de anhelo de libertad por parte de todos, pensando en España, como una España de todos, en la que todos cabemos, a la que habría que salvar entre todos. En su base estuvo el ánimo de llegar a un texto que fuese de todos, no de unos frente a otros o sobre otros. Así, hoy, aunque perfectible como toda obra humana, «la vemos como fruto maduro de una voluntad sincera de entendimiento y como instrumento y primicia de un futuro de convivencia armónica entre todos» (Conferencia Episcopal Española, 1999). Como tal se ha mostrado a lo largo de casi cuarenta años y esperamos que esta Constitución siga siendo el gran apoyo para esa unidad, solidaridad y concordia que ella misma alienta y confirma, porque los principios, –derechos y libertades y cuadro de valores–, que la sustentan van más allá de un consenso que puede producirse en un momento u otro de la historia.
Entiendo que entre estos principios hay que destacar «la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles» (Const. Esp. Art 2), y el reconocimiento, como «fundamento del orden político y de la paz social», de la persona, de «la dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás» (Art 10). Tanto un principio: la unidad de España, como otro –la persona humana, la dignidad de la persona humana y sus derechos fundamentales e inalienables–, son por sí mismos anteriores a la misma Constitución, son prepolíticos y prejurídicos, y, además, forman parte integrante del patrimonio moral que nos configura como personas y como pueblo. El consenso con que se elaboró no creó esos derechos, porque son fundamentales, ni constituyó un pacto en virtud del cual se fragua la unidad de la Nación que es España. Ambos aspectos pertenecen al orden moral previo sobre el que se asienta el orden político y democrático: un orden moral que se sustenta sobre la verdad. Quebrar esto significaría violar el orden moral, y a España misma, sería aniquilar el bien común, base del orden social.
Por eso, en las vísperas de la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, Patrona de España, «tierra de María», en defensa de la verdad, y con la mirada contemplativa puesta en María en este diciembre de 2017 quiero reafirmar con palabras de la Conferencia Episcopal en su documento sobre la situación moral de nuestro pueblo de hace unos años –2006– «nuestra voluntad y la voluntad de todos los católicos de vivir en el seno de nuestra sociedad cumpliendo lealmente nuestras obligaciones cívicas, ofreciendo la riqueza espiritual de los dones que hemos recibido del Señor, como aportación importante al bienestar de las personas y al enriquecimiento del patrimonio espiritual, cultural y moral de la vida. Respetamos a quienes ven las cosas de otra manera. Sólo pedimos libertad y respeto para vivir de acuerdo con nuestras convicciones, para proponer libremente nuestra manera de ver las cosas, sin que nadie se vea amenazado ni nuestra presencia sea interpretada como una ofensa o como un peligro para la libertad de los demás. Deseamos colaborar sinceramente en el enriquecimiento espiritual de nuestra sociedad, en la consolidación de la tolerancia y de la convivencia, en libertad y justicia, como fundamento imprescindible de la paz verdadera. Pedimos a Dios que nos bendiga y nos conceda la gracia de avanzar por los caminos de la historia y del progreso sin traicionar nuestra identidad ni perder los tesoros de humanidad que nos legaron las generaciones precedentes» (n. 81).
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