V de viernes

Turismofobia, la otra cara del turismo

Asociado tradicionalmente a valores positivos, el turismo es hoy considerado por muchos una actividad depredadora que degrada al planeta

España no habría llegado nunca al nivel de desarrollo que hoy tiene de no ser por el turismo. Con 80 millones de visitantes, nos sitúan las estadísticas en la tercera posición del ranking mundial. La realidad es que somos la primera potencia, pues no tiene sentido que nos comparen con Estados Unidos (oficialmente la primera) ni en población ni territorio, y Francia (la segunda) está algo por encima de nosotros pero nunca se tiene en cuenta que gran parte de los turistas franceses lo son en realidad españoles, pues atraviesan el vecino país para llegar aquí, como destino final.

Valga lo anterior para reconocer que de no ser por el turismo seríamos algo diferente a lo que somos. Ha sido la gallina de los huevos de oro. Nuestras infraestructuras son hoy mejores que las alemanas, nuestros hoteles de los más atractivos y caros, nuestra calidad de vida, a la altura de los países más avanzados. Claro que todo lo bueno tiene una cara B, y ahí es donde hacen mella en los últimos tiempos los movimientos anti-turismo, generalmente asociados a la izquierda. Puede que no les falte razón cuando dicen que el turismo es tóxico: transforma los territorios, rompe el equilibrio y posee un alto coste medioambiental, por el consumo de recursos, la contaminación y la destrucción de entornos biológicos. Cierto también es que genera gran cantidad de residuos: botellas de plástico, bolsas, vidrio, envases de aluminio, papel, cartón, que pueden acumularse en lugares con alta afluencia de visitantes, playas, parques naturales, ciudades, etc, afectando a la contaminación del paisaje.

Quienes sólo ven este aspecto negativo creen que hay que acabar con la actividad turística, que según ellos fomenta el transporte por avión, automóvil o barco, que genera emisiones por el consumo excesivo de combustibles fósiles, así como contaminación del suelo y el agua, la aplicación de productos químicos para el mantenimiento de jardines y campos de golf, y la acumulación de residuos no biodegradables.

La verdad es que en un momento dado caímos en cierta paranoia turística que nos llevaba a desplazarnos a las antípodas para conocer a los habitantes locales, cuando apenas conocemos a nuestros vecinos. Pero digamos que, como todo en la vida, la virtud está en el equilibrio. Acabar con el turismo de golpe, como proponen algunos, es una barbaridad. Seguir exprimiéndolo sin ver fallos y errores, también. No todo es malo. Amén de la economía, la actividad turística bien llevada sirve para recuperar espacios degradados, plantas millones de árboles, crear hábitats sostenibles y aprender a conocer y cuidar el mundo. Se trata de conseguir un buen modelo sirviéndonos de normas, educación, regulación y sanciones. A un turista maleducado que viene a España para destrozarla no se le deja venir más, hasta que aprenda. Hay que obligar a los hoteles a reciclar, usar energías verdes y no contaminar, igual que a los campos de golf, el transporte o la restauración. Más que erradicar, de lo que se trata es de transformar. Turismo en positivo.