Aquí estamos de paso

Verdades y vísceras

A lo lejos una hazaña deportiva por y para las mujeres. Debió ser lo más importante, pero se lo comió el esperpento

Es todo muy berlanguiano, muy de la España de pandereta, vaquillas y verdugos muy machos, como de corrido. La madre del tipo que se agarra las pelotas de hombre de colonia antigua ante una hazaña de mujeres, de mujer, va y se encierra en una Iglesia de su pueblo porque al niño, que es travieso y un poco mal encarado en gestos y palabras, pero buen chico, qué va a decir ella, le están dando la del pulpo. Y eso no es justo.

La imagen de la madre de Rubiales encerrada en la Iglesia en huelga de hambre añade un ingrediente más de higadillos, de vísceras y aroma de alcanfor a un caso que asombra al mundo más allá de nuestras fronteras patrias. Hay quien habla ya de lo del pico del suspendido machote de la Federación de Fútbol, como el «Mee Too» español. Quizá sea una comparación excesiva, pero, esencialmente, la onda expansiva del ya universalmente famoso beso alcanza muchos de los rincones y derriba unos cuantos andamios herrumbrosos de machismo institucional e intocable como en su día hicieron las denuncias sobre el productor abusador. Y hacen pensar, que eso está muy bien y es muy novedoso, sobre todo viniendo de un directivo del fútbol español.

El encierro maternal es la llamada del instinto, la defensa del territorio afectivo que en una madre está siempre desprovista de matices o complejos. Hasta el peor de los delincuentes tiene en su madre la más entregada de las valedoras. Otra cosa es que el asunto le venga bien al propio afectado. La ira materna, la inesperada protesta de autosacrificio, llega a las portadas de la prensa sensacionalista británica, y uno de sus adalides compone a toda página la estampa con un titular que viene a decir que estamos conmocionados por la respuesta de una madre ante la evidencia de su hijo herido.

Es posible que esta acción inesperada constituya la única verdad que sale del lado de los machos afectados por la crisis. Quizá como tal haya que contemplarla y darle ese valor de lo auténtico. Pero es precisamente esa luz de autenticidad hispánica y como de humor antiguo, pero verdad al fin , lo que arroja aún más sordidez sobre el gesto del beso. Una verdad que en contraste con el abuso y la manipulación evidencia con perfiles mucho más precisos las mentiras de la banda de gestores del balompié acostumbrados a disponer a su antojo hasta de la voluntad de los seres humanos. Una verdad que hace la mentira más deleznable aún. Una verdad que se sitúa más cerca de lo que Jenni comentó en el vestuario ante el piquillo del gañán -qué voy a hacer si no, dijo- que de lo que quisieron poner en su boca los escribanos de la Federación.

Es difícil vislumbrar el fin de esta historia, pero no sus perfiles. Una madre dolorida, una futbolista presa, un país asombrado y un mundo que replica una polémica impensable hace no mucho.

A lo lejos una hazaña deportiva por y para las mujeres. Debió ser lo más importante, pero se lo comió el esperpento. Queda el regalo que siempre cabe atribuirle, si es fino, preciso y valeroso, no sólo hace reír, sino también mover conciencias. Cuando alguien lúcido conjuga la ironía, es capaz de mover hasta voluntades. Si es la vida misma quien lo hace, acabará cambiando las cosas hacia el lado bueno. Y esta vez los torpes han añadido los ingredientes que, con suerte, lo harán con el fútbol.