Biblioteca Harley-Davidson

Vergüenza ajena

El nacionalismo, si quiere ir a alguna parte, necesita caras nuevas que releven a todos esos argumentos momificados pre-democráticos

Xavier Trías afirma ahora que la alcaldía de Barcelona se le debía moralmente. Vaya por Dios. Podría habernos notificado ese convencimiento durante la campaña –cosa que nunca hizo– a ver qué opinaba el votante. Difundir noticias falsas sobre supuestas corrupciones, como hicieron con él, es una vergüenza. Pero deben responder por ella los que la perpetraron, no todo un partido, ni aún mucho menos sus votantes. Además, esas mentiras no hubieran disfrutado de tanta atención y se hubieran puesto en duda mucho antes de no haber estado él tan conspicuamente vinculado al partido de las corrupciones y el tres por ciento. Es humanamente comprensible su rencor, porque creer que ya tienes cerrado el trato para ser alcalde y ver cómo tus adversarios te lo arrebatan en el último suspiro por el mismo sistema que usabas tú, es duro. Te quedas con cara de bobo. Pero el hecho es que no ha sabido reaccionar frente a ese imprevisto. Sonaba al abuelo que ha perdido el Inistón. Podía haberse despedido de la política con el cariño de una amplia población catalana y ahora solo lo hará con el de una muy pequeña parte. Porque todavía no ha aclarado a quién mandaba a tomar por saco, justo en medio de una ceremonia de marco institucional: si al electorado, si a sus adversarios o a las propias instituciones.

El grotesco ridículo será eterno, y no vale echarle la culpa a terribles vampiros del reino de España o a supuestos poderes fácticos en la sombra, cosa que puede colar en una lejana masía de Ripoll, pero que en Barcelona no se la cree nadie. El nacionalismo, si quiere ir a alguna parte, necesita caras nuevas que releven a todos esos argumentos momificados pre-democráticos. Si sumamos las edades de Trías y de Ernest Maragall, nos sale una cifra tan jurásica que hace parecer a Joe Biden un colegial espabilado. No hay nivel. Cataluña se merece algo mejor.