El buen salvaje
A la Yolandeña
Va a resultar que se decide cuándo morir o no nacer (juicio en diferido ahora constitucional en el país de la guillotina), pero no cuándo salir del restaurante, ya sea rígido o doblado
Yolanda Díaz, cara repentina de bruja del Oeste, nos echa la bronca por llegar tarde a casa. Yolanda es mi madre con cuarenta años menos, esperando para la regañina en el rellano, pero a estas alturas a las madres del matriarcado se las quiere para otras cosas. Con Yolanda, de ser mi madre, me habría aficionado a planchar y a echar humo, en vez de cerrar los bares cuando tocaba. Así planchaba y así me arrugo. Yolanda nos quiere en la tabla para extendernos y dejarnos listos para estrenar su mundo, adornarlo y tantas otras cosas chulísimas. Tan «coquette» que diríase de algodón rosa. Doblados todos como sábanas almidonadas, iguales, hablando con el mismo pespunte, doliéndonos con idéntico ribete. Si la cámara se aleja, captaría una montaña humana sumisa, uniformada en medio de una nave donde duermen miles de sábanas sin sueño.
Es la nauseabunda manía de copiar nuestros nombres a un barracón a la una de la mañana, o a la hora que dicte la autoridad, como si viviésemos en un estado de alarma constante. Le rogaría que callase si de verdad le interesa nuestra salud mental. Me estallaría la cabeza si no volviera a conocer la resaca del último chupito después de comer, tan cerca de la digestión como de la gloria, incluso tan cerca de la muerte. Falleceríamos antes si nos dijera a qué hora exacta hay que ponerse firmes, comer, hacer el desamor y esas virtudes humanas que nos hacen infelices, que diría un joven poeta en Tik Tok. Muy «coquette» también.
Yolanda es la autoridad competente, la Franco rubia de Fene en vez de Ferrol, la comunista que odia lo que ansía hacer el pueblo, que es olvidarse de los que, como ella, crean problemas, y tomar la penúltima o levantarse el primero si le apetece. Va a resultar que se decide cuándo morir o no nacer (juicio en diferido ahora constitucional en el país de la guillotina), pero no cuándo salir del restaurante, ya sea rígido o doblado, eso sí, bien planchado. En definitiva, vivir así (a la yolandeña) es morir de horror.
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