España

La investidura de Sánchez

Barones del PP y PSOE avisan: “El pacto con ERC vuela el modelo autonómico”

Si Sánchez cede a las exigencias de los independentistas y privilegia a la Generalitat tendrá en frente a los presidentes del resto de autonomías.

GRAF7641. BARCELONA, 09/10/2019.- El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), conversa con el primer secretario de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, durante un acto político, este miércoles en Barcelona. EFE/ Quique García
GRAF7641. BARCELONA, 09/10/2019.- El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez (i), conversa con el primer secretario de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, durante un acto político, este miércoles en Barcelona. EFE/ Quique GarcíaQuique GarcíaEFE

La negociación del PSOE con ERC amenaza con generarle a Pedro Sánchez un grave problema en lo que afecta a la «paz» y estabilidad del modelo territorial. La perspectiva del poder mantiene en silencio a los «barones» socialistas, pero habrá pocas diferencias en la reacción de los presidentes autonómicos del PP y los del PSOE si la Legislatura echa a andar sobre la base de una mesa de partidos en la se estén negociando privilegios para la Generalitat de Cataluña. El trato de favor en el reparto competencial o de financiación no sería aceptado jamás por el resto de comunidades autónomas, sean del color que sean. Y el candidato socialista no tiene que tirar mucho de memoria porque basta con recordar lo que ocurrió con la reforma del Estatuto de Cataluña, y el efecto imitación en el resto de autonomías, para imaginar lo que sucederá en el caso de que el Gobierno de la Nación dé un paso para privilegiar la actual relación con la Generalitat sin responder de la misma manera a los intereses de las demás comunidades. «Los foros de relación multilateral saltarían por los aires y ningún presidente autonómico podría anteponer la lealtad a Sánchez por encima de sus obligaciones con sus votantes». Esta reflexión la hace una de las voces del sector crítico del PSOE que se ha manifestado estos días en uno de los manifiestos que condenan que el Gobierno de la Nación dependa del secesionismo.

La autodeterminación o la amnistía a los presos independentistas son palabras mayores. Sánchez no tiene capacidad para conceder aquello sobre lo que no tiene decisión como presidente del Gobierno, pero no hace falta llegar hasta ahí para que su reconocida voluntad de dialogar para dar una respuesta al «conflicto político» en Cataluña se lleve por delante la sostenibilidad del modelo autonómico. Ya empiezan a avisarlo dirigentes territoriales de peso, sin que haya muchas diferencias en los planteamientos que se escuchan en las comunidades gobernadas por el PP y Ciudadanos y en las que están dirigidas por el PSOE. La Conferencia de Presidentes autonómicos, el Consejo de Política Fiscal y Financiera o las comisiones sectoriales y bilaterales quedarían deslegitimadas si Sánchez acepta la negociación que plantea Esquerra en una relación de igual a igual entre el Estado y la Generalitat y al margen de la fiscalización de los fedatarios públicos. Justo uno de los objetivos del independentismo es el deterioro institucional, y el camino al que condicionan la investidura de Sánchez va dirigido precisamente a este fin.

Ya no es solo la reacción autonómica, sino que además esa negociación con Esquerra, avance por donde avance, tendrá la oposición más dura de los demás partidos. PP, Ciudadanos y Vox en cabeza, lo que deja sin margen a Sánchez para avanzar en reformas del modelo territorial. No podría sacarlas adelante con el bloque constitucionalista en contra y sin haberlas al menos pactado con el principal partido de la oposición. Todo puede parecer que vale en el juego político, pero en la práctica, salvo que Esquerra vaya de farol, ninguno de los puntos en los que dice que sostiene la abstención a Sánchez tiene recorrido tangible, aunque sólo ya el hecho de que formen parte de una negociación desequilibre el modelo autonómico y la convivencia entre partidos.

El camino no tiene salida, pero, al mismo tiempo, el candidato socialista está hipotecando tanto para blindar el pacto con Esquerra que cada vez se está dejando menos margen para la rectificación. Algo parecido a lo que ocurrió cuando tras las elecciones de abril colocó todas su «naves» al servicio de boicotear el acuerdo con Unidas Podemos. Las descalificaciones y agresiones públicas dejaron sin espacio a Pablo Iglesias para dar marcha atrás en su órdago del Gobierno de coalición. En toda batalla, si se busca el acuerdo hay que dejar al adversario una salida digna, y Sánchez no se la dio entonces a Iglesias. Y ahora tampoco se la está ofreciendo a Pablo Casado para que se mueva del «no». Por el ninguneo al PP y por el exceso de generosidad en la voluntad de llegar como sea a un acuerdo con el partido que tiene a su «número uno» condenado por sedición.

«La negociación con Esquerra es una bomba de relojería para la estabilidad política e institucional. Se está poniendo toda la atención en si habrá un Gobierno que gobierne o que no pueda gobernar. Pero el problema de verdad trasciende la viabilidad o no de un Gobierno. El drama es que la constitución de un Gobierno pueda dinamitar las bases sobre las que se sostiene nuestro modelo de convivencia. Para negociar cualquier cambio en los equilibrios territoriales lo primero que hay que hacer es respetar las mayorías parlamentarias y, sobre todo, pactar unas bases mínimas entre los dos principales partidos nacionales», describen desde dentro del PSOE andaluz. Por cierto, desde allí avisan de que el caso de los ERES les obliga a hacer una travesía en el desierto que desaconseja por completo ir de nuevo a unas elecciones porque el granero andaluz no está en condiciones de hacer de motor del PSOE en clave nacional. Otro factor más que explica que Sánchez tenga esta vez que conseguir la investidura «como sea». Aunque suponga, como se temen dentro de su partido, «pan para hoy y hambre para mañana». Nada menos que un 44 por ciento de los electores votó influido por la crisis catalana, y el líder socialista ha elegido como compañero de viaje al partido que protagonizó la sedición y que no cuenta ni con la confianza ni con el aprecio de la mayoría de sus votantes. Por mucho que se empeñe Carmen Calvo en elogiar la «izquierda histórica» que ahora representa, a su juicio, ERC.