Buenos Aires

Por sus gestos le conoceréis

En la Eucaristía dirigió su homilía desde el ambón y no desde la cátedra y se revistió con unos ornamentos litúrgico que en poco se diferenciaban de los cardenales concelebrantes

La Razón
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No lleva veinticuatro horas como Papa ya estamos pidiendo a Su Santidad Francisco un programa de gobierno, un plan de reformas, una estrategia política, una forma de presencia en el mundo. Urgencias propias de nuestro tiempo que se casan mal con el «tempo» de la Iglesia que es diferente, no pautado por las prisas ni por los acosos de los medios de comunicación.

Pero el que era hasta hace muy poco arzobispo de Buenos Aires Cardenal Jorge María Bergoglio ha definido ya desde el principio el pentagrama en el cual piensa moverse. Y lo ha hecho con un doble lenguaje: el de los hechos y el de las palabras. No hace falta ser un especialista en semiología para comprender lo que nos quiere decir a los católicos en primer lugar, a los cristianos en segundo, a los creyentes en Dios en general y a todos los hombres de buena voluntad.

Los gestos son inequívocos. Este no es un hombre de poder ni de riquezas, ni de vanaglorias mundanas. Es un hombre de Dios cuya esperanza reside en el amor que sabe recibir de Cristo y en el que intenta responder a tal caudal de ternura divina.

En sus primeros pasos del «camino» que ha evocado en su primera homilía ante los cardenales que le han elegido como Sucesor de Pedro el sencillo y humilde jesuita ha puesto en evidencia sus primeras voluntades. Apareció en la «loggia» de las bendiciones despojado de algunos de los paramentos unidos a la dignidad del Sumo Pontífice ( la muceta roja orlada de armiño), renunció a usar el flamante vehículo a él reservado con la matricula «SCV 1», entró en la Basílica de Santa María la Mayor por una puerta lateral, pagó de su bolsillo la cuenta en la Casa Internacional del Clero donde había vivido los últimos días antes de entrar en el cónclave.

En la Eucaristía de la Capilla Sixtina dirigió su homilía desde el ambón y no desde la cátedra, se revistió con unos ornamentos litúrgicos que en poco o se diferenciaban de los de los cardenales concelebrantes, llevaba en su dedo anular el anillo de cardenal y su pectoral era una cruz de plata ennegrecida por el paso del tiempo, que ha utilizado durante sus años de obispo y cardenal. Detalles desde luego, pero indicativos de un estilo que quiere ser sobrio, despojado de inútiles oropeles, más atento a las esencias que a las peripecias circunstanciales. Sin olvidar que escogiendo el nombre de Francisco – el primer Papa que ha optado por el del «poverello» de Asís en muchos siglos– ha puesto de manifiesto un modelo que se propone seguir.

Ya conocemos sus palabras de presentación al mundo tan desprovistas de falsa retórica como inspiradas por la necesidad de sentirse sostenido por la oración de la Iglesia y por la asistencia del Espíritu. Un Papa que se arrodilla ante la multitud a la que ha pedido plegarias y rezos para sostener el «munus» que una hora antes había aceptado en la Sixtina es una imagen conmovedora pero extraordinariamente elocuente.

Una homilía muy breve la de su primera Misa: sin papeles, declamada con íntima persuasión, concebida como una catequesis que está dispuesto a desarrollar en los años que Dios le conceda de vida y de ministerio petrino. Tres verbos han sido los ejes de su reflexión cristiana: caminar, edificar, confesar. «Nuestra vida –dijo– es un camino y si no caminamos hay algo que no va». «La Iglesia –añadió– se construye con piedra vivas, ungidas». «Si no confesamos a Cristo, a Cristo crucificado, como ha dicho León Bloy, confesamos la mundanidad del diablo». «Sin la cruz de Cristo no somos discípulos del Señor, somos mundanos».

No es el momento de glosar a fondo estas palabras que por otra parte empalman con las que pronunció Benedicto XVI en Friburgo durante su último viaje a Alemania, cuando afirmó que era necesario «desmundanizar» a la Iglesia.

Lo dicho, no nos precipitemos a etiquetar al nuevo Papa al que deseamos largos años de ministerio para reformar todo lo reformable de la Iglesia de Cristo, mejor sin embargo que nos acostumbremos a leer e interpretar justamente lo que dice y lo que hace, que va a ser mucho y muy nuevo, siendo al mismo tiempo tan viejo y vivo como el Evangelio.