Opinión

Algo más sobre la melatonina

Comida que contiene melatonina
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Comencé a escribir esta columna de temario salutífero en el mes de abril de 2008. La primera entrega apareció en un número extraordinario de este magazine dominical dedicado a la melatonina, que por aquel entonces estaba empezando a ponerse de moda. Yo, que siempre he intentado ser la liebre que corre delante del galgo, llevaba ya doce años tomándola. Sigo haciéndolo, pero la dosis inicial era de unos dos miligramos al día; luego, al cabo de unos años fui elevándola, y desde hace aproximadamente nueve años tomo, noche tras noche, antes de acostarme, nada menos que sesenta miligramos adquiridos en una farmacia de Valencia según fórmula magistral.

A partir de los cuarenta o cuarenta y cinco años (y yo, en el momento de elevar la dosis, tenía setenta y seis) la glándula pineal deja, poco a poco, de producir esa hormona casi milagrosa por sus beneficios antioxidantes y conviene suplir su carencia. Para ello, por consejo de la clínica de antiaging Neolife, tuve que someterme a un prolijo y riguroso análisis de mis necesidades en un laboratorio dependiente de la Universidad de Granada.

Lo sorprendente, y por eso vuelvo a hablar hoy de algo de lo que ya he hablado en bastantes ocasiones –consúltese al respecto mi libro «Shangri–La. El elixir de la eterna juventud» (Planeta)–, es que la venta de melatonina está sujeta en España a una medida de control absolutamente desproporcionada: las cápsulas legales, tal como se despachan sin receta en farmacias, parafarmacias y herboristerías, son de 1,9 miligramos. Nada impide, por supuesto, que el usuario se zampe un puñado de pastillas hasta alcanzar la dosis que su organismo requiera, pero yo, por ejemplo, tendría que ingerir a diario unas treinta y dos a riesgo de morir atragantado y a un costo que no podría asumir.

Todas estas consideraciones deben ir forzosamente acompañadas y respaldadas por la evidencia científica –a sus datos me remito– de que la melatonina es una sustancia atóxica al ciento por ciento y de que, por lo tanto, su ingesta, sea cual sea la dosis, no entraña riesgo alguno para la salud.Dicen que de sabios es rectificar. A tiempo están nuestras autoridades sanitarias de modificar una legislación que atenta contra el libre albedrío y el sentido común. Dicho esto, añado que probablemente no lo harán por más que la lógica lo aconseje. Paciencia, pues, y a barajar. Esto es España.