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Psicología

Marian Rojas Estapé, psicóloga: "La lentitud alimenta la atención, la velocidad la destruye"

Vivimos conectados, pero cada vez más dispersos. Para la experta, este ritmo no solo agota, sino que deteriora nuestra capacidad de atención y de disfrute

Marian Rojas Estapé, escritora y psiquiatra Instagram

Vivimos con el piloto automático puesto: mensajes que no paran, vídeos de 15 segundos, reuniones encadenadas y la sensación de que siempre vamos tarde. Esa sobrecarga tiene un precio, cuanta más prisa y más estímulos, menos capacidad real tenemos de entender lo que pasa, recordarlo y vincularnos de verdad con ello.

La psiquiatra Marian Rojas Estapé lo resume en una frase contundente: "La lentitud alimenta la atención, la velocidad la destruye". No se trata de volver al siglo XX, sino de recuperar espacios de pausa para que el cerebro pueda hacer lo que mejor sabe hacer: concentrarse, ordenar, conectar.

Un cerebro saturado no puede prestar atención

El cerebro está preparado para atender a unas pocas cosas a la vez. Cuando vivimos "en modo fast", saltando de una notificación a otra, consumiendo información a toda velocidad, lo que conseguimos no es saber más, sino fragmentar la atención.

Según Rojas Estapé, este ritmo mantiene al organismo en un estado de alerta constante, con el sistema de estrés encendido más horas de las que puede tolerar. A medio plazo, eso se traduce en cansancio mental, irritabilidad, dificultad para concentrarse y la sensación de vivir "quemados".

Ir despacio no es perder el tiempo: es ganar profundidad

Bajar la velocidad no significa hacer menos cosas, sino hacerlas de otra manera. Cuando reducimos el ritmo:

  • Damos al cerebro tiempo para procesar y comprender, no solo registrar.
  • Aumenta la capacidad de disfrutar (de una conversación, de un libro, de un paseo).
  • Recuperamos la conexión emocional con lo que hacemos y con quienes tenemos delante.

Ir más despacio también devuelve sensación de control. En lugar de sentir que el día nos arrolla, elegimos qué sí y qué no, a qué le prestamos atención y qué dejamos pasar.

Pequeños gestos para entrenar la lentitud

No hace falta cambiar de vida de un día para otro. La lentitud se entrena con gestos mínimos, repetidos cada día:

  • Monotarea consciente: hacer una sola cosa durante 10–15 minutos sin mirar el móvil: leer, cocinar, ordenar, escribir.
  • Pausas reales: entre tarea y tarea, parar 2 minutos, respirar hondo y notar cómo está el cuerpo.
  • Rituales sin prisa: tomar el café de la mañana sin pantallas, caminar un tramo del trayecto a trabajo sin auriculares, cenar sin televisión.
  • Límites a los estímulos: silenciar algunas notificaciones, decidir franjas del día sin redes sociales.

Son decisiones pequeñas, pero repetidas, crean un entorno donde la atención puede volver a crecer.

Aprender a ir despacio no es una moda slow, es una forma de recuperar profundidad y sentido en una época que premia la velocidad. Como recuerda Marian Rojas Estapé, la atención es uno de nuestros bienes más valiosos: si la alimentamos con calma, la vida deja de pasarnos por encima y empezamos, por fin, a habitarla.

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