Cambio climático

El frío de mañana

Los meteorólogos confirman que en el futuro habrá menos olas gélidas, pero serán más graves

Imagen de la nevada caída en Madrid el pasado fin de semana, una de las mayores de las últimas décadas
Imagen de la nevada caída en Madrid el pasado fin de semana, una de las mayores de las últimas décadasAlejandro OleaLa Razón

Mientras media España aún sigue cubierta por varios centímetros de nieve y hielo, y miles de personas sufren todavía las incomodidades derivadas del peor temporal que se recuerda. Se hace difícil hablar de calor, pero, a la luz de los últimos datos recopilados por las agencias meteorológicas mundiales, esa es la palabra que define al pasado año 2020 y que probablemente defina lo que nos queda de 21: «calor».

Según confirmó esta semana la revista Science, la temperatura media del planeta durante el año pasado fue 1,25 grados más alta que la media de toda la era preindustrial. De hecho, los datos recogidos por estaciones meteorológicas de todo el mundo demuestran que 2020 superó los récords de calentamiento establecidos en 2016. En aquel caso, las temperaturas aumentaron impulsadas por los efectos del fenómeno de El Niño (la variación del régimen de temperaturas en el Pacífico oriental que desestabiliza el clima en todo el planeta). Pero en 2020 la tendencia alcista es contraintuitiva.

De hecho, hubo quien esperaba incluso que la reducción masiva de gases de efecto invernadero provocada por la pandemia pudiera tener algún efecto a la baja en los termómetros. Nada más lejos de la realidad.

Los últimos seis años se han convertido en los seis más cálidos de la historia reciente. El reparto de ese calor extra no es homogéneo. El océano absorbe más del 90 por 100 de la temperatura añadida. Las capas más altas de los mares han duplicado el crecimiento de energía calorífica respecto al año anterior. Por primera vez se han detectado masas de agua cálida procedente del Atlántico penetrando en el Ártico. Como consecuencia de ello, la masa helada ártica también ha alcanzado mínimos históricos de volumen.

En tierra firme se han registrado las temperaturas medias más altas de la reciente historia en Asia y Europa, y se estuvo a punto de batir récords también en América. Puede que Filomena, los dobles dígitos bajo cero y las caídas en la calle por el hielo sean los árboles que no nos dejan ya ver el bosque de sequías en Australia, incendios en California, olas de calor en Siberia y mosquitos en España que nos regaló un muy cálido 2020.

Lo cierto es que ambas realidades pueden estar más conectadas de lo que creemos y que, precisamente, el calor imparablemente ascendente tenga como consecuencia futuros inviernos más fríos en nuestros lares.

Las oficinas de la Met Office (la agencia meteorológica británica) recibieron la señal de alarma poco después de celebrado el Año Nuevo. El registro de radar arrojaba datos que sugerían que se estaba produciendo uno de los fenómenos atmosféricos más extremos que se conocen: un Calentamiento Repentino de la Estratosfera (SSW por sus siglas en inglés). La estratosfera es la capa de atmósfera que se alza a una altura mediana entre los 10 y los 50 kilómetros por encima de nuestra cabezas.

Desde hace tiempo, se conoce que el calentamiento súbito de masas de aire a esa altura tiene efectos espectaculares en el régimen de frío y nieve sobre Europa. Es como si se sacudiese una de las maquinarias climáticas del planeta. Durante el invierno, las regiones polares viven en una ausencia de radiación solar casi permanente durante 24 horas al día. Como resultado, la columna de estratosfera sobre los polos se enfría hasta alcanzar temperaturas inferiores a los 60 grados bajo cero.

Esas masas gélidas suelen estar confinadas por un ciclón conocido como vórtice polar que gira desde el oeste y que supone un muro entre el frío de los polos y las regiones más templadas. Pero cada cierto tiempo ese muro se rompe y favorece el intercambio de temperaturas: la estratosfera sobre los polos puede calentarse hasta los 10 bajo cero y las latitudes más al sur reciben masas de aire polar helador.

El efecto de esta descompensación se deja notar sobre otro fenómeno atmosférico: la corriente en chorro. Se trata de vientos de hasta 180 kilómetros por hora que distribuyen la energía de la atmósfera por todo el cinturón que rodea el polo. Esta cinta transportadora recoge frío en el Norte y lo transmite a zonas más al Sur en dirección a las islas británicas.

Cuando se produce un calentamiento repentino de la estratosfera, sin embargo, su influjo puede llegar más al sur aún y enfría de manera súbita el centro de Europa, el Mediterráneo norte y la península Ibérica.

El círculo vicioso se cierra: la estratosfera se calienta, el vórtice polar se desequilibra, la corriente en chorro descuelga masas de frío, la nieve y el hielo asolan el Sur de Europa.

Según los últimos estudios, el 75 por 100 de los episodios de calentamiento de la estratosfera provocan como consecuencia enfriamientos en la superficie europea entre 10 y 40 días posteriores al evento. No se sabe por qué algunos suceden de manera más pausada y otros generan el caos en pocos días (como parece que ha ocurrido en el caso de la ola de frío de esta semana).

Lo que sí está claro es que cuantos más SSW (calentamientos repentinos de la estratosfera) ocurran, más riesgo existirá de fenómenos extremadamente fríos en España.

Algunos expertos han apuntado la posibilidad de que el cambio climático pudiera provocar mayor ocurrencia de SSW. Pero no todos los científicos están convencidos. Como explica Simon Lee, uno de los mayores conocedores del fenómeno desde el Departamento de Meteorología de la Universidad de Reading «los calentamientos súbitos son un fenómeno natural cíclico, ocurrirán con cambio climático y sin él». Pero el aumento global de las temperaturas sí puede impulsar de otro modo la repetición de inviernos gélidos.

Más calor en la atmósfera supone más inestabilidad del vórtice polar. De manera que se facilita la inyección de aire frío en latitudes meridionales. La inestabilidad puede ser tan grande que la propia corriente en chorro se perturbe de manera que el intercambio de temperaturas cambie de escenario. Europa, en lugar de recibir vientos cálidos del Golfo que son los responsables de la envidiable bonanza del clima mediterráneo, podría recibir cada vez más vientos del polo Norte.

Todos los datos existentes demuestran que a lo largo de los próximos años aumentará el número de olas de calor en Europa como ha venido haciéndolo desde los años 60 del siglo pasado. Puede que los episodios de altísimas temperaturas superen en tres veces incluso a los de bajísimas temperaturas. Pero también parece evidente que estos últimos (las olas de frío) aun siendo menos abundantes, serán más extremas.

El aumento global de la temperatura en el océano y en la atmósfera terrestres parece que nos conduce a la repetición de olas de frío gravísimas en el futuro. Serán pocas, pero matonas.