Dejar de fumar
Foro Mundial sobre la Nicotina: «Negar las alternativas sin humo no es la solución al tabaquismo»
Más de 40 especialistas advierten durante un evento internacional del peligro de politizar el debate científico en la batalla por acabar con el mal hábito de fumar e instan a los gobiernos a incluir la reducción del daño en sus estrategias
Hace unos diez años, cuando sus trabajos se centraban exclusivamente en los efectos del tabaquismo, para el doctor Konstantinos Farsalinos, los vapeadores resultaban inútiles. Hoy, muchas publicaciones después, él mismo reconoce que esta idea preconcebida sobre las alternativas al cigarrillo convencional respondía a un prejuicio sobre algo que desconocía: «Mi opinión sobre estos productos era particularmente mala, pero cambió drásticamente cuando empecé a investigar sobre ello», confiesa como prueba de la desinformación que existe en torno al tema este cardiólogo e investigador de las universidades de Patras y de Ática Occidental en Grecia. Y lo hace como uno de los más de 40 expertos que han formado parte del panel del 8º Foro Mundial sobre la Nicotina (GFN por sus siglas en inglés), celebrado los días 17 y 18 de junio en la ciudad de Liverpool, en Reino Unido.
Un evento internacional independiente al que LA RAZÓN ha asistido este 2021 de forma telemática y que ha conseguido reunir alrededor de una misma mesa a científicos y especialistas tanto de la sanidad, como de la política y la economía, del sector público y privado, dentro y fuera de la propia industria y, también, a consumidores. Durante dos intensas jornadas, personalidades llegadas de todos los continentes han debatido una vez más sobre el papel de los productos alternativos de nicotina en la lucha contra el tabaco y las enfermedades y muertes relacionadas con él, partiendo de un convencimiento común: la reducción del daño es una estrategia que merece un lugar en las políticas sanitarias de control del tabaquismo de todos los países. Con lo que la pregunta es: ¿qué impide que así sea?
Tras más de un año de crisis sanitaria a nivel mundial, el número de muertes a causa de la Covid-19 es devastador: hasta 3,75 millones de personas han perdido la vida desde que se decretó la pandemia. Lamentablemente, esta cifra representa menos de la mitad de las víctimas mortales que se cobra el tabaquismo cada año y, a pesar de ello y de los esfuerzos por evitarlo, cada día, 1.100 millones de fumadores siguen encendiéndose un cigarrillo, la gran mayoría, siendo conscientes de los riesgos que eso conlleva. Una razón más que suficiente para muchos científicos para defender que en esta batalla contra un gigante hay que atacar con todas las armas disponibles, lo que incluye los productos de nicotina sin combustión, alternativas al cigarrillo convencional más seguras por las que ya han optado 98 millones de fumadores adultos.
«El cambio se está produciendo, pero demasiado lentamente para lograr un progreso real», lamenta en este sentido el profesor Brad Rodu, de la Universidad de Louisville, en Estados Unidos. Él, como el resto de participantes en el 8º Foro Mundial sobre la Nicotina, encuentran dos principales barreras en este cambio hacia un futuro sin cigarrillos.
En primer lugar y como señaló durante una de sus intervenciones Michelle Minton, miembro senior del Instituto de Empresas Competitivas especializada en políticas de consumo, el mayor enemigo de la reducción del daño del tabaquismo es el miedo. Prejuicios como los del propio doctor Farsalinos en torno a la nicotina que llevan a la negación de la evidencia científica y al bloqueo del debate. «Al principio, el control del tabaquismo estaba a cargo de los médicos, pero de repente se convirtió en un movimiento político y la ciencia quedó en segundo plano», apunta en este sentido Roberto Sussman, investigador en la Universidad Nacional de México. A esto Minton añade un ejemplo sobre la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos: «Muchos exigieron a la FDA que revisara estos nuevos productos y ahora que ya lo está haciendo, esos mismos se han vuelto en contra de la agencia y hasta dicen que no es fiable».
Las consecuencias de esta politización de la materia, creen estos expertos, es que el foco de atención se coloca erróneamente sobre la nicotina, que está naturalmente presente en el tabaco y actúa sobre el cerebro de los consumidores produciendo sensaciones de placer y, en consecuencia, de dependencia, pero que no es el componente más nocivo del hábito de fumar, como lo son las sustancias tóxicas del humoque se genera al quemar un cigarrillo, principales causantes del desarrollo de enfermedades vinculadas con el tabaquismo.
En segundo lugar, durante los paneles de discusión del último GFN se mencionó también la moralidad como freno en la regulación de los productos alternativos al cigarrillo convencional en favor de una prohibición sistemática, a pesar del Convenio Marco para el Control del Tabaco de 2003, cuya premisa es la protección contra la exposición al humo del tabaco que, como recoge el convenio en múltiples ocasiones, es cancerígeno. Los gobiernos tienen la obligación legal de cumplir con este texto y, según los expertos, para ello deberían usar todas las herramientas de las que disponen. Y es que, según concluyen numerosos estudios, si se elimina el proceso de combustión y, por tanto, el humo, el consumo de nicotina deja de ser tan nocivo, por eso, Robyn Gougelet, de la consultora de salud Pinney Associates, insiste en que, «el objetivo político debe ser el de disminuir el uso de productos de combustión lo más rápido posible».
En conclusión, todas las ponencias de este foro mundial fueron a parar en la idea clave de que, comparados con seguir fumando, los cigarrillos electrónicos y los dispositivos de calentamiento de tabaco, de la misma manera que los parches o chicles de nicotina, son significativamente menos perjudiciales para la salud. Por todo, una parte importante de la comunidad científica está convencida de que, si se les proporcionara información precisa, la gran mayoría de fumadores acabaría tomando la decisión de cambiar el cigarrillo por sus alternativas. El tiempo dirá si los prejuicios pesan más que los resultados científicos.
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