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Ciencia

Espacio

“La gigantesca medusa espacial” y el poder de las palabras

Descubierta una estructura de descomunales proporciones cuya silueta recuerda vagamente a la de una medusa.

Medusa espacial AnónimoCreative Commons

Hay una medusa descomunal flotando en el espacio. Su gelatinoso cuerpo está, en realidad, hecho de plasma y aunque se desplaza no lo hace por voluntad propia. No hay nada en ella que anime sus tentáculos o su umbrela, solo se deja llevar a través del cosmos como hace el plancton empujado por las corrientes marinas. Su cuerpo emite ondas electromagnéticas en una frecuencia parecida a la que usa la radio FM y alcanza una envergadura de 370 kiloparsecs, lo que se traduce en 11.420.000.000.000.000.000 kilómetros (once trillones cuatrocientos veinte mil billones). Los bestiarios galácticos están plagados de poderosos agujeros negros y brillantes quásares, pero esta medusa es (por ahora) única, y despierta nuestra imaginación como ningún otro objeto astronómico.

Ahora bien, cabe recordar que no es una medusa. Ni siquiera se trata de un ser vivo. Hablamos de plasma absolutamente inerte y que no tiene el menor interés en comunicarse con nosotros por radio. El interés que esconde esta monstruosa criatura galáctica es otro muy distinto y, para comprenderlo tendremos que ahondar en el nacimiento de la bestia.

Érase una vez

Tras el zoológico nombre de “medusa espacial” se encuentra un concepto mucho menos evocador: una fuente de radiación de sincrotrón. Dicho de forma sencilla, la radiación de sincrotrón no es otra cosa que la energía emitida por partículas cargadas eléctricamente (como pueden ser los electrones) que se desplazan trazando giros a gran velocidad a través de un campo magnético. Este mismo fenómeno ocurre cuando se aceleran partículas eléctricamente cargadas en aceleradores de partículas no lineales, pues al disparar las partículas a través de tubos curvos, hay que torcer su trayectoria mediante imanes. Es más, algunos aceleradores se diseñan especialmente para liberar grandes cantidades de esta energía llamada “luz de sincrotrón” y así poder emplearla para otros estudios científicos. Pero ¿cómo llegó nuestra medusa a ser lo que es?

Todo empezó, posiblemente, cuando varios agujeros negros supermasivos comenzaron a acumular materia a su alrededor. Esta giraba con gran ímpetu y el rozamiento aumentaba la temperatura del disco. Esto provocó que los agujeros negros empezaran a arrojar grandes chorros de materia desde su periferia esparciendo el cuerpo de lo que sería nuestra medusa espacial. Toda esta materia estaba en estado de plasma, esto es: buena parte de sus partículas carecen de electrones, que se han desprendido y ahora se mueven libremente por el medio.

Sospechosos habituales

De este modo, por un lado, hay partículas cargadas eléctricamente porque han perdido parte de su carga negativa al huir sus electrones. Por otro tenemos a esos mismos electrones que se desplazarán entre campos magnéticos emitiendo radiación de sincrotrón. Se estima que, en un origen, la medusa emitía una radiación mucho más energética, pero que con el tiempo esta se ha visto menguada hasta las “débiles” ondas de radio. Precisamente por ello es tan difícil de ver incluso para los astrónomos profesionales, que se ven obligados a usar radiotelescopios especialmente sensibles a las bajas frecuencias de radio.

Para afinar un poco más acerca de su origen, los astrónomos han buscado galaxias cercanas con agujeros negros supermasivos teóricamente capaces de emitir la cantidad de materia necesaria para engendra al hidrozoo protagonista de este artículo Así es como los expertos encontraron dos galaxias en el cúmulo Abell 2877 (al que pertenece la misma medusa) que respondían a estos criterios. No sería descabellado que estos agujeros negros hubieran sido capaces de producir los dos discos de gas y plasma que forman la umbrela de la medusa cósmica.

Como vemos, poco tiene que ver con la medusa más allá de su aspecto, el cual, tampoco es que sea un calco del animal por el que ha sido bautizada. La pareidolia es como llamamos

El poder de los nombres

Cuenta la leyenda que, allá por los años 90, un físico de renombre quiso publicar un libro al que pretendía llamar: La maldita partícula (The Goddamm Particle). Así habría sido de no ser por un avispado editor que, demostrando que conocía al mercado como si lo hubiera parido, renombró al manuscrito como “La partícula de Dios” (The God Particle). El autor se llamaba Leon M. Lederman y posiblemente no fuera consciente de las implicaciones que tendría el libro que acababa de publicar. Como no podía ser de otro modo, la palabra “Dios” en la portada de un libro de ciencia atrajo la atención de todo tipo de colectivos. Creyentes furiosos por la herejía, religiosos con ganas de celebrar el puente entre ciencia y religión y sobre todo individuos muy ofendidos por el sensacionalismo que destilaba el título.

Casi 30 años después “La partícula de Dios” sigue siendo uno de los libros más conocidos de divulgación científica y su influencia sigue siendo notoria. El famoso bosón de Higgs que revolucionó los titulares en 2012 recibió el sobrenombre de la partícula de Dios. No había motivo para llamarlo así más allá del libro de Lederman y, si queremos hilar fino, aquel mismo libro fue en parte responsable de que el dichoso bosón sea recordado como un descubrimiento de Peter Higgs más de un trabajo en equipo (como realmente fue). Más allá del entusiasmo pseudoespiritual, el divino nombre del libro influyó en la comprensión popular de la ciencia implicada en esas investigaciones y generó una confusión difícil de gestionar. Tal vez por eso sea importante cuidar los términos que empleamos para referirnos a los nuevos descubrimientos y, aunque a menor escala, acabamos de ser partícipes de uno de estos casos.

Así que, medusa o no, conviene darle una vuelta a cómo usamos estas analogías y licencias literarias y encontrar un equilibrio que nos permita generar interés sin desvirtuar el contenido.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • No existen medusas gigantes viviendo en el espacio. En todo caso, en 1991 la NASA lanzó al espacio un transbordador con 2.478 medusas que acabaron proliferando hasta convertirse en 60.000 individuos. La idea era comprobar cómo les afectaba la vida en microgravedad a su desarrollo anatómico y sus habilidades motoras, ya que se orientan por la gravedad. Cuando volvieron a la Tierra, las medusas tenían lo que los científicos consideraron el equivalente a “vértigo”, siendo incapaces de desplazarse con solvencia.

REFERENCIAS (MLA):

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