Redes sociales
Son las ocho de la mañana y Andrea ya tiene listo su primer «selfie» del día. Su publicación número 500 en Instagram tenía que ser especial. Acaba de celebrar sus 75.000 «followers» con un posado en la playa y en esta ocasión no podía defraudar. Llevaba un par de días preparándolo: había ensayado el maquillaje para conseguir el efecto «cara lavada» tan en boga entre las «celebrities», tenía controlado el momento en el que entraba la mejor luz por la ventana y había practicado una y otra vez la pose hasta conseguir el despertar más sugerente. Todo por sus seguidores. Cuánto más fieles son, más feliz se encuentra. Y, aunque a veces pierde algunos, no es nada en comparación con los cientos que gana a diario. El último de ellos, Leticia.
Ella es una joven graduada en fisioterapia, apasionada de la moda. Se pasa las horas analizando las últimas publicaciones de sus «influencers» y «bloggers» favoritas, intentado parecerse a ellas hasta en el más mínimo detalle. Unas tienen los labios perfectos, otras la piel muy iluminada. Todo es perfecto cuando las analiza en su pantalla, pero siempre hay algún fallito cuando ella se mira en el espejo. Por eso, va al gimnasio. Por eso, acude a facialistas. Por eso, hace dietas. Y aún así siempre hay algo que le impide conseguir el «selfie» magistral. «Al final, tengo que recurrir a los filtros de Snapchat. Solo me siento satisfecha con ellos y me gustaría que ésa fuera mi imagen siempre», asegura Leticia. Lo que empezó siendo un recurso para solventar los «bad face days», ha terminado por convertirse en una obsesión. Ahora su meta es llevar ese filtro incorporado de serie, hasta tal punto que no ha dudado en recurrir a una clínica para hacerlo posible.
«Voy a subirme el pómulo y a ponerme labios, como en el filtro ''butterflies''. El objetivo es alargar un pelín la cara para que esté más perfilada», señala minutos antes de comenzar el tratamiento. LA RAZÓN le acompaña durante su última revisión en la Clínica Menorca. Se siente feliz y tranquila. De vez en cuando, se retoca el pelo y se repasa la sombra de ojos. Todo está preparado para comenzar su nuevo tratamiento y ningún atisbo de duda nubla sus ojos. «Hay filtros y filtros. Algunos te cambian la cara radicalmente y te dejan de porcelana. Yo lo que busco es algo más sutil: jugar con el brillo y el contraste para ganar belleza». Así, rechaza aquellos que colocan orejas de perro, grandes gafas de sol o flores en la cabeza. «Siempre escojo los más naturales. No me gusta aparentar lo que no soy».
Si bien éste es un fenómeno que nació en Estados Unidos, en España ha entrado con fuerza. Según una encuesta realizada por la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparación y Estética (SECPRE) a cirujanos plásticos, solo un 4,99% reconoce recibir peticiones para modificar algún rasgo físico y hacerlo parecido al de un famoso. Sin embargo, la cifra se eleva hasta el 10,15% en lo que respecta a «selfies». Dicho de otro modo, uno de cada diez pacientes recurre a las clínicas influido por la difusión masiva de imágenes de sí mismo y la consiguiente opinión de otras personas sobre ellas. «Hace una década, los pacientes venían con recortes de los labios de Angelina Jolie o los pechos de Pamela Anderson. Hoy, en cambio, llegan con fotos propias que han corregido en el móvil», explica Ángel Martín, director médico de la Clínica Menorca.
Con estos retoques, Leticia puede conocer el resultado antes de dar el paso adelante y el facultativo estudiar si su petición es factible o no. «Es muy fácil corregir desperfectos con el teléfono, pero tenemos que dilucidar si eso es posible o no. Normalmente, lo más demandado es quitar las bolas de Bichat, subir los pómulos y engrosar los labios». «El selfie es algo que nos sirve, pero luego los médicos tenemos que estudiar el caso a fondo», apostilla Martín, que destaca el abrupto crecimiento de esta tendencia. «Hace tres años, recibí a la primera persona que me reclamaba justamente esto. Entonces, no sabía ni cómo se llamaba la aplicación. Me sorprendió mucho que algo así pudiera hacerse con el móvil. Después de ella, ha venido mucha más gente. Todo ha cambiado. Cada día, recibimos a pacientes más jóvenes. Las modas influyen mucho y, ahora, las’'it-girls’' son muy populares. Se está generando un efecto llamada entre las millennials».
Como Leticia, cada vez hay más personas que aspiran a una belleza irreal y perfecta, como las de los filtros de Snapchat o la de la Inteligencia Artificial. La máxima exponente de esta peligrosa moda es Kylie Jenner: ha fabricado una imagen de muñeca a golpe de cirugía estética, que tiene que ver con la construcción estereotipada de la feminidad de nuestra sociedad. «Las chicas vivimos muy presionadas por las redes sociales. Cada día somos un poco más superficiales», sostiene Leticia, una víctima más de la dictadura de la belleza.
Un estudio de la Universidad de Boston ya habla de dismorfia de Snapchat: la frustración que desarrollan algunas personas obsesionadas con su físico porque, en la vida real, no se ven como en sus fotos retocadas. Los autores sostienen que estos filtros están cambiando las percepciones de la belleza que tiene la gente alrededor del mundo. La especialista en cirugía plástica, Ainhoa Placer, advierte de que el «selfie» no puede utilizarse como una buena herramienta para valorar una posible intervención quirúrgica, ya que «la imagen puede verse distorsionada». «Estas fotos de uno mismo, con el brazo como distancia máxima, no son el mejor enfoque, ya que pueden maximizar determinados rasgos que no nos gustan de nosotros mismos y que se vean aún peores».
Esta práctica está en constante aumento ya que, cada vez, gastamos más tiempo con el móvil. Y, efectivamente, el ser tan dependientes, así como ver el triunfo de los «influencers», provoca que los más débiles e inseguros como los adolescentes y los jóvenes quieran parecerse a ellos. «Esto no es lo ideal», añade la doctora Placer. «Siempre hay que tener expectativas realistas de lo que se puede alcanzar y lo que no». De lo contrario, aparecen casos extremos como el de la iraní Sahar Tabar, que con tan solo 19 años se ha operado más de 50 veces para parecerse a Angelina Jolie.
Esperamos a Leticia en la sala de espera. Al salir, nos adelanta sus primeras impresiones. Está contenta, pero prefiere mantenerlo en secreto ya que sus padres no se lo tomarían «nada bien». «Yo me he arreglado toda la vida. Pero es cierto que, cada día, noto una mayor exigencia sobre mi forma de vestir y de relacionarme». Porque, en definitiva, el mundo de esta joven de 25 años funciona por «likes». «Te puedes llegar a obsesionar. Tener un grano es morirse, pero somos gente normal y tenemos nuestras imperfecciones. Por eso, utilizo filtros. Vives esclavizado y tu mundo se resume en una foto».