Contagio

Medio mundo tendrá Ómicron

La variante ha demostrado ir más deprisa que la ciencia. El impacto de nuevos casos va muy por delante de nuestra capacidad para controlarlos

No se sabe con exactitud cuántos infectados asintomáticos deambulan por las calles del planeta
No se sabe con exactitud cuántos infectados asintomáticos deambulan por las calles del planetaJesús G. FeriaLa Razon

Dejemos las cosas claras: la mayor parte de la población va a terminar contagiándose con la variante Ómicron del coronavirus. No es un titular sensacionalista, ni una declaración de lo que algunos escépticos de la pandemia han dado en llamar «terrorismo informativo». No, son declaraciones oficiales de Janet Woodcock, una de las máximas responsables de la Agencia de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (la reputada FDA). Woodcock realizó este comentario en medio de una comisión del Senado.

Sus argumentos sonaron claros y rotundos: la variante se ha expandido rápidamente por todo el planeta y ha roto récords de casos diarios en varios países como España, Francia, Italia y Estados Unidos. Según la experta, en el país norteamericano ya es responsable del 98% de los contagios. Punto arriba, punto abajo, en todos los estados occidentales la expansión ha terminado siendo similar.

Lejos de tratarse de una declaración política de urgencia (Woodtock estaba siendo duramente criticada por los senadores republicanos a cuenta de su gestión de la crisis), la idea de que la mayor parte de la población va a infectarse por Ómicron ha calado en algunos expertos científicos.

La revista «The Lancet» ponía cifras concretas. A finales de marzo, el 50% de los habitantes del planeta habrán tenido la variante circulando entre sus células. Estimaciones del Instituto de Métrica y Evaluación Sanitaria (IHME) dependiente de la Universidad de Washington, sugieren que el pasado 17 de enero se produjeron 125 millones de contagios en el mundo. Eso supone multiplicar por 10 el pico de contagios generados por la variante Delta en abril de 2021.

Infección sin precedentes

Si observamos el mapa de expansión del virus, Ómicron está prácticamente en todas las naciones del planeta, exceptuando algunas provincias del Este de Europa y Oceanía. En palabras de Christopher J. Murray, del mencionado IHME, «este nivel de infección sin precedentes sugiere que antes del final de marzo de 2022, el 50% de la población mundial podría haberse contagiado.

Algunas comunidades han ido relajando las medidas de prevención contra el coronavirus
Algunas comunidades han ido relajando las medidas de prevención contra el coronavirusEnric FontcubertaAgencia EFE

El microorganismo nos muestra una parte muy pequeña de su verdadero rostro. Se sabe que en esta variedad, el número de casos asintomáticos es muy elevado. Si la capacidad de detección de la variante Delta llegó al 20% de los casos, hoy se encuentran evidencias de solo el 5% de los contagios de Ómicron. Y eso a pesar de que tampoco se sabe claramente qué porcentaje real de infectados sin síntomas pululan por las calles del planeta. Varios análisis basados en datos de variantes anteriores proponían una incidencia de asintomáticos de cerca del 40%.Para Ómicron algunos estudios sugieren que 8 de cada 10 infectados no manifiesta la enfermedad.

En los hospitales de Seattle, durante las primeras fases de la pandemia, el cribado de PCR que se realizaba antes de admitir a un paciente por cualquier motivo (no por Covid) arrojaba solo un 2% de infectados de covid asintomáticos. Ahora ya detectan un 10%. Por ese motivo, el porcentaje de enfermos hospitalizados ha caído en picado. Cuando se realizan tests masivos, el número de pacientes totales aumenta considerablemente y el porcentaje de ellos que acaba en el hospital se desploma. En Canadá, por ejemplo, ha bajado un 80% en un año.

El tremendo ritmo de infección no tiene por qué ser una mala noticia. De hecho, en Europa es probable que el virus muera de éxito: a esta velocidad de contagio, el patógeno pronto empezará a tener dificultades para encontrar un anfitrión sin anticuerpos.

El director de la OMS para Europa, Hans Kuge, anunció en estos días que todavía es muy pronto para echar las campanas al vuelo, para bajar la guardia. La razón es que aún existen demasiados centenares de millones de personas sin vacunar en el planeta. Aun así, aseguró que «entre la vacunación y la inmunidad natural, tenemos motivos para esperar una pronta estabilización de las cifras».

No cabe duda de que la expansión brutal de la variante nos conduce a un mundo con niveles de inmunidad adquirida que hace un año no podríamos ni haber soñado. Pero la ciencia sigue planteándose muchas dudas acerca de qué supondrá eso. ¿Quiere decir que podremos vivir tranquilos dentro de unos meses? ¿O que estaremos expuestos a rebrotes periódicos que alejen el sueño de la nueva normalidad?

De momento, el escenario más probable es el de una «convivencia pacífica» con el microorganismo: presencia permanente de la variante infectando a nuevas capas de la población, vacunación recurrente, manejo de las tasas hospitalarias relativamente fácil y espera a que la llegada masiva de medicamentos antivirales termine por convertir la pesadilla en algo (ahora sí) más parecido a un catarro.

En plena guerra

A efectos de política sanitaria, aunque el escenario de la convivencia pacífica esté en el horizonte, seguimos en plena crisis de guerra. El director general de la OMS, Tedros A. Ghebreyesus, declaró la semana pasada que «todavía estamos en plena fase de emergencia pandémica. Sería muy arriesgado creer que Ómicron será la última variante».

Vista general de una céntrica calle de Valencia repleta de viandantes con mascarilla
Vista general de una céntrica calle de Valencia repleta de viandantes con mascarillaBiel AliñoAgencia EFE

La generalización de los contagios es un arma de doble filo. Es cierto que, por un lado, nos acerca al final del camino por agotamiento: cuantas más personas nos contagiemos, menos espacio dejamos al virus para encontrar células libres. En ese sentido, la evidente reducción de la gravedad de las infecciones es una buena noticia.

Pero por otro lado, mientras las políticas sanitarias sigan pareciéndose más a las del estado de emergencia que a las de la nueva normalidad (obligatoriedad de confinamientos, baja laboral para casos positivos, distancia social, limitación de aforos, cierres de aulas) los efectos más graves de la extensión sin freno de Ómicron serán económicos. Curiosa paradoja: ahora que entran menos pacientes en los hospitales, salen de ellos más sanitarios para encerrarse en casa porque han dado positivo en un test. El efecto es que sigue habiendo una gran presión hospitalaria (por exceso de enfermos o por déficit de personal).

Durante los próximos meses, sea cual sea la evolución de los contagios, los sistemas de salud de medio mundo van a sufrir estrés.

Otro dato revelador pone en evidencia la salvaje capacidad de expansión del virus en su última variante. Los datos del IHME han demostrado que el impacto de nuevos casos va muy por delante de nuestra capacidad para controlarlos. Si aumentara, por ejemplo, un 80% el uso de mascarillas en una población, la reducción en el número de casos en los próximos 4 meses sería solo del 10%. Eso hace que algunos mandatarios estén cada vez más tentados de relajar las medidas ante la, quizás, cada vez más indiscutible evidencia de que Ómicron es una bestia demasiado veloz como para anticiparse a ella.

Perfil de la nueva covid

A finales de marzo de 2022, el 50% de los habitantes del planeta habrán tenido la variante circulando entre sus células, según estimaciones de la revista «The Lancet».

►Los últimos estudios sugieren que Ómicron presenta hasta un 90% de contagios asintomáticos. En el caso de las variantes anteriores, el porcentaje era del 40%.

►La tasa de hospitalizados ha caído en picado en casi todos los países. En Canadá, por ejemplo, ha disminuido un 80% en un año. Pero también hay menos sanitarios.

►En Europa es posible que el virus muera de éxito: a esta velocidad de contagio, el patógeno empezará a tener dificultad para encontrar un anfitrión sin anticuerpos.

►Mientras las políticas sanitarias sigan pareciéndose más a las del estado de emergencia que a las de la nueva normalidad, los efectos más graves serán económicos.