El "rey del reciclaje"
El estilo Ratzinger, ahora en el limbo
A través de su indumentaria, el pontífice alemán convirtió la moda en elemento transmisor de los valores de la liturgia
Mucho se ha hablado del perfil intelectual de Benedicto XVI. Se han recordado sus encíclicas y exhortaciones apostólicas, así como su papel como teólogo y maestro de maestros, pero Joseph Ratzinger no restringió estas reflexiones únicamente a sus escritos. Sabía que hoy en día la imagen es un importante medio de comunicación, y quiso llegar y explicar su propuesta para la Iglesia a través de la belleza de la indumentaria que no, como algunos podrán pensar, «de la moda». En esta distinción encontramos el significado a todo lo que quiso manifestar el Sumo Pontífice alemán. Frente a los cambios del mundo terrenal, la Iglesia es una institución permanente, donde los creyentes encuentran un ancla para entender el mundo y comprender su realidad. Se le llegó a criticar por la exhibición de riquezas que hacía, pero pocos cayeron en la cuenta de que el Papa se había convertido en el «rey del reciclaje». Llamaron la atención los tronos dorados que usaba para sus alocuciones o recepciones, pero lo cierto es que Benedicto XVI no hizo sino sacar del museo las sillas de León XIII y Pío IX. Prescindió también de la férula de Pablo VI, el báculo papal diseñado por el escultor Lello Scorzelli que se convirtió en un icono del papado de Juan Pablo II, y optó por sacar del «archivo» el de Pío IX, volviendo así a la cruz sin la figura de Cristo.
Con el tiempo, y el paso de los años, acabó portado la suya propia, regalo del Óbolo de San Pedro, que seguía las mismas líneas pero con un menor peso. Y lo mismo sucedió con algunos mantos, como el de Pablo VI, que mandó recortar para, de alguna manera, actualizarlos y hacerlos más cómodos sin perder ni un ápice de belleza –consciente seguramente también del valor de sus bordados–.
La filósofa francesa Simone Weil afirmó que «hay como una especie de encarnación de Dios en el mundo, cuya marca es la belleza», y así se puede entender la liturgia que desarrolló Ratzinger. Desde el momento en que saludó a la multitud que esperaba su aparición en el balcón de San Pedro se pudo entender cuál iba a ser el desarrollo estético de ese pontificado. Conservó la tradición de la muceta, la capelina roja que solía llevar. De hecho, recuperó toda la tradición de esta pieza, portando la versión de invierno, en terciopelo rojo y armiño; la de verano, en seda del mismo color, y la de Pascua, realizada en seda blanca. Francisco, por su parte, ha prescindido de estas y otras muchas piezas.
Gran investigador como era, Benedicto XVI quiso aprovechar todo el discurso de la indumentaria papal, dotada toda ella de gran simbolismo. Por ejemplo, sus llamativos zapatos rojos recordaban el camino de Cristo a la Cruz y la sangre vertida por los mártires. No eran de Prada, como se llegó a afirmar, ni de la sastrería papal, Gammarelli, que tiene siempre unos diseños encarnados preparados para el Sumo Pontífice (modelos que no permiten que nadie se pruebe en la tienda, como señal de respeto), sino de los zapateros Antonio Arellano y Adriano Stefanelli. Considerado de perfil conservador, por retomar, entre otros, al uso de camauro (un gorro de terciopelo y armiño que no se había visto en un papa desde San Juan XXIII), el saturno (el sombrero rojo del Sumo Pontífice), o el fanón (una especie de capelina que usan los líderes de la Iglesia sobre la casulla en las ceremonias más importantes), Ratzinger innovó en elementos como el palio. A instancias de Piero Marini, su maestro de ceremonias en sus dos primeros años de pontificado, lució uno semejante a una bufanda, con las cruces rojas en lugar de negras. Esta idea buscaba retomar diseños usados antes del siglo X. Con la llegada de Guido Marini se volvió al palio tradicional, solo que más grande y respetando las cruces rojas, símbolo de las llagas de Cristo.
Benedicto quería así reivindicar al Papa como pastor de ovejas. Él mismo lo explicó: «El palio indica primeramente que Cristo nos lleva a todos nosotros. Pero, al mismo tiempo, que nos invita a llevarnos unos a otros». Benedicto XVI nos dejó el último día de 2022. En el silencio y la discreción que le acompañaron en sus últimos años, la luz de uno de los intelectuales más destacados del siglo XX se apagó. Pero seguirán brillando en nuestro recuerdo las bellas imágenes que nos dejó, que materializaban lo expresado por Pablo VI en su Mensaje a los artistas: «Este mundo en el que vivimos tiene necesidad de belleza para no caer en la desesperación. La belleza, como la verdad, da alegría al corazón del hombre y es un fruto precioso que resiste el desgaste del tiempo, que une generaciones y les posibilita a comunicarse entre ellas».
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