Testimonio personal

«Joseph Ratzinger era místico y teólogo a la vez»

Juan José Omella, presidente de la Conferencia Episcopal, considera que el Papa emérito “apunta maneras” para ser reconocido doctor de la Iglesia

El presidente de la Conferencia Episcopal, Juan José Omella
El presidente de la Conferencia Episcopal, Juan José OmellaQuique GarciaAgencia EFE

La primera vez que el cardenal Juan José Omella vio a Joseph Ratzinger como Benedicto XVI fue en la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia. Fue en agosto de 2005, apenas cuatro meses después de que fuera elegido para suceder a Juan Pablo II en la sede de Pedro. Era una prueba de fuego. De hecho, no eran pocos los que auguraban un fracaso de esta cita con las nuevas generaciones de católicos, toda vez que el Papa Wojtyla no las alentaba. Se equivocaron. «La sencillez y humildad con la que se presentó ante los jóvenes me impactó», rememora sobre aquel encuentro al que seguirían otros tantos, como el de Madrid: «Es inevitable no acordarse de aquella tormenta y cómo lo afrontó con una serenidad que nos dejó a todos apabullados al considerarlo una gracia de Dios».

El arzobispo de Barcelona echa la vista atrás sobre el fallecido Papa no reinante desde Roma, donde encabezó ayer la delegación episcopal española en el funeral celebrado en la Plaza de San Pedro. No en vano, es el presidente de la Conferencia Episcopal Española. Junto a él, al frente, el vicepresidente y cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, así como el recién elegido secretario general y obispo auxiliar de Toledo, César García Magán. A ellos se sumaron otros tantos purpurados y prelados llegados de otros puntos de España, como el cardenal emérito de Valencia, Antonio Cañizares; el cardenal emérito de Madrid, Antonio María Rouco Varela; el cardenal emérito de Valladolid, Ricardo Blázquez; así como el cardenal claretiano Aquilino Bocos.

Precisamente, como pastor de la Ciudad Condal, Omella trae al presente la escala que hizo Benedicto XVI en noviembre de 2010 para presidir la dedicación de la basílica de la Sagrada Familia: «Esa mirada se me quedó grabada cuando en la Sagrada Familia abrió la puerta y se quedó extasiado al contemplar la belleza que encontró al descubrir el interior del templo de Gaudí». Así, el purpurado explica cómo «el arte le asombraba y la arquitectura del genio catalán fue uno de los motivos que le llevó a consagrar una basílica que se encuentra en el epicentro de una sociedad secularizada. Tenía una mirada profunda hacia el arte, y en especial, a la música, que me reafirma en la idea de su misticismo». Es la misma sensación que le produjo acompañarle un día antes en Santiago de Compostela: «En la celebración del Obradoiro seguía atentamente con la mirada el botafumeiro sin apenas moverse. Yo me preguntaba qué estaría pensando de ese humo que subía. Algunos lo interpretaron desde la tesis de que tendría miedo al incensario, pero yo lo vi entonces y lo veo ahora desde la idea de que estaba mirando más allá, siendo capaz de ver a Dios en ese movimiento ascendente, como la oración que sube hacia el cielo». Desde ahí, al cardenal no le resulta complicado definirle como un hombre que ha dado «una profundidad al papado, sobre todo, por su capacidad intelectual y, a la vez, por su profundidad mística». Y para ello, no se detiene únicamente en su faceta como teólogo. «A mí me gusta mucho, en la vida de Benedicto XVI y su reflexión, que él profundiza mucho en la liturgia y desde la liturgia. Me contaba un sacerdote de Barcelona que, cuando fue a la consagración de la basílica de la Sagrada Familia, pudo estar con él en la sacristía. Era seminarista entonces y quedó impactado cómo el pontífice estaba concentrado, completamente recogido en oración antes de entrar en la nave central y celebrar la misa».

Al revisar esta escena, Omella cita al teólogo Yves Congar: «La mitad de la teología que sé, se la debo a la liturgia». «Cuando uno vive la liturgia se convierte en un gran místico y teólogo a la vez, en un hombre de Dios, que es lo que de alguna manera hemos redescubierto en Benedicto XVI», detalla. Por eso, el presidente de los obispos españoles tumba de un plumazo el estereotipo que puede llevar a identificar a quienes cuidan la liturgia con el conservadurismo: «Yo creo que no. Benedicto XVI es un gran amante del misterio de Dios, porque de hecho él tiene unos escritos en los que abordaba el Vaticano II y la reforma de la Iglesia que se planteaba entonces. Ahí exponía cómo el gran tema de estudio del Concilio es el tema de Dios». Así, le considera un adelantado a su tiempo, en tanto que «ya anunciaba que la cuestión candente no era tanto mirar a lo que ocurría y ocurre en la Iglesia como mirar a Dios: quién es Dios para nosotros y para los hombres y mujeres de nuestro mundo, cómo el misterio de Dios entra en nuestras vidas».

Tampoco parece tener muchas dudas, no solo de que se pueda iniciar el proceso de canonización como ha sucedido con otros papas del siglo XX, sino que además se plantee la posibilidad de ser reconocido como doctor de la Iglesia: «Desde la humildad creo que realmente está a la altura de los Padres de la Iglesia. Toda su reflexión teológica goza de una calidad incuestionable. Veremos cómo el tiempo va digiriendo ese deseo que se expresa ahora porque poco a poco estos anhelos se van posando con el vino. Apunta maneras a que pueda darse».

En su particular álbum de fotos, Omella también guarda aquel consistorio de junio de 2017, cuando Francisco le creó cardenal y pudo presentarle sus respetos a Joseph Ratzinger, en su residencia, el monasterio Mater Ecclesiae: “Fue la última vez que le vi. Precisamente le recordé que yo era el arzobispo de Barcelona y rememoramos juntos la consagración de la basílica. “¡Qué bella!”, me dijo. A partir de ahí, le expliqué cómo a partir de entonces celebramos cada domingo una misa internacional que se llena con más de mil peregrinos. “¡Cuánto me alegro!”, añadió con una sonrisa, sabedor de que él consagró el templo, no para que fuese un museo, sino para que fuera un lugar de culto”.