Homicidio en Algeciras

¿Existe el instinto asesino?

La agresividad es una característica de la personalidad que tenemos todos los seres humanos

El protagonista de la serie Dexter
El protagonista de la serie DexterLa RazónLa Razón

«Nadie merece morir, pero hay algunos que no merecen vivir». Este es el adagio que profesa el protagonista de la serie Dexter para justificar sus asesinatos a sangre fría, un pensamiento que, seguramente, ha planeado en muchas mentes cuando juzgamos casos de asesinato como el que ha ocurrido recientemente en Algeciras o el de las niñas Olivia y Anna en Tenerife. Estos y otros homicidios de calado mundial como los de John Fitzgerald Kennedy, Mahatma Gandhi, John Lennon o Martin Luther King, hacen que nos planteemos una cuestión: ¿son obra de psicópatas condicionados por el entorno -por el contexto social o los valores aprendidos- o tenemos todos un impulso ‘homicida’ en nuestro interior que en tiempos remotos nos sirvió para sobrevivir -conseguir territorio, comida o tener acceso a la reproducción sexual- y que hemos conservamos en nuestros genes?

La ciencia no tiene la respuesta para esta pregunta. No existe un estudio con base científica que sostenga la existencia de un «gen asesino». Sin embargo, tampoco hay evidencia de que no lo haya. Según algunas teorías, como las psicoanalíticas, la agresividad es una característica de la personalidad que tenemos todos los seres humanos, un conjunto de conductas de tipología e intensidad variables que van desde las agresiones físicas a las expresiones verbales. Es un instinto innato a la persona, un mecanismo defensivo en toda regla. En la evolución, ha servido para sobrevivir. Pero no es un mecanismo prototípico o exclusivo de la raza humana. De hecho, es una de las conductas más básicas en el reino animal e incluso en aquellos animales con sistemas nerviosos o cortezas cerebrales menos desarrolladas pueden observarse muestras de agresividad, principalmente, relacionadas con el instinto sexual o la territorialidad.

Sin embargo, existen patologías o trastornos que desvirtúan el instinto de supervivencia de la agresividad y lo trasforman en violencia. «La violencia es la falta de control de la agresividad y se da cuando la agresividad no tiene un fin adaptativo», comenta Fernando Chacón, catedrático de Psicología Social. Así, todos somos agresivos, pero solo algunos llegan a emplear la violencia o recurren a la agresión.

Los entresijos de la dinámica mental de los asesinos

Los modelos más actuales que explican la agresividad apuntan a que la violencia o agresión es producto de una multiplicidad de factores. Es decir, además de esta teoría innatista que considera la agresividad un componente innato del individuo, «hay otro enfoque teórico que apunta a los condicionante ambientales, que consideran que la conducta agresiva es fundamentalmente aprendida», indica David Garreta, psicólogo forense, docente y tutor del Instituto Superior de Estudios Psicológicos, Grupo Metrodora Education. De la misma opinión es Fernando Chacón: «Podría estar influyendo alguna predisposición innata o alguna determinante biológica como el déficit para controlar impulsos. Pero los determinantes más importantes son otras características de la personalidad o factores situacionales o sociales como la frustración o la provocación- Todos tendemos a la agresión ante la frustración y la provocación. Algunos son capaces de controlarlo y otros no».

El catedrático señala que el hecho de que el ser humano no sea capaz de controlar su agresividad y esta derive hacia conductas violentas sin objetivo adaptativo tiene que ver con la evolución. «No hemos desarrollado armas naturales de violencia, sino armas artificiales para matar a distancia. El lobo, por ejemplo, cuando se enfrenta a un conflicto, agacha su cabeza y muestra su cuello al otro lobo, lo que produce una inhibición inmediata de la agresión y el lobo vencedor no sigue atacando. Pero la especie humana no ha desarrollado tanto los inhibidores de la agresión, no son tan potentes».

Entre las hipótesis -pero solo son eso: hipótesis-, también se contempla la existencia de alteraciones a nivel cerebral. «Cuando se estudia el cerebro de los asesinos, se observa que en algunas áreas de su estructura existen limitaciones a nivel funcional, como es la corteza prefrontal y, sobre todo, la amígdala. Estas lesiones dificultan la expresión de emociones, el reconocimiento de las emociones de los demás, el hecho de tener una respuesta hacia los demás que sea adecuada, o el control de impulsos», indica Timanfaya Hernández, psicóloga sanitaria y forense.

Según las investigaciones que se han desarrollado durante años en el campo de la psicología criminal y la criminología y pese a que al riesgo de caer generalizaciones, otra característica compartida entre aquella personas que llegan a cometer un delito grave es que suelen haber sido testigos u objeto de historias de violencia en su vida personal o familiar. «Se conocen como factores de riesgo para la violencia. Algunos de estos factores son: exposición a la violencia desde una etapa temprana del desarrollo, maltrato o abuso sexual en la infancia, trastorno de personalidad con tendencia a la ira o la impulsividad, consumo de tóxicos, rigidez cognitiva, entorno marginal, afiliación a personas con tendencia a la violencia, sistema de creencias que justifica o valida el uso de la violencia…», describe Isa Ramos, psicóloga forense, docente del Instituto Superior de Estudios Psicológicos, Grupo Metrodora Education.

¿Soy una buena persona haciendo cosas malas… o una mala persona haciendo cosas buenas?

Los expertos definen la psicopatía como aquella conducta que es de carácter antisocial, muy vinculada a los crímenes, que está realizada por aquellas personas que carecen de empatía o cuyos vínculos afectivos son inexistentes o muy tenues. Se trata de una característica de la personalidad que determina el desprecio hacia las emociones de los demás. Los psicópatas son personas muy frías y calculadoras, que no tienen empatía y que son capaces de hacer daño a los demás con tal de cumplir sus fines. Sin embargo, no todos los psicópatas son asesinos.

Dexter Morgan sí lo es. Mata porque siente un «subidón». Pero comete sus crímenes siguiendo un rígido protocolo, una serie de reglas de conducta enfocado a perseguir y eliminar exclusivamente a asesinos que habían conseguido eludir la acción de la Justicia. «El código» le causará auténtico rechazo a la hora de perjudicar a inocentes. Este mecanismo y el matiz de culpabilidad selectiva en sus actos de agresión consiguen que sus homicidios sean percibidos por los seguidores de la serie con cierta comprensión, rozando la heroicidad. No es considerado un frío y calculador asesino. El mismo Dexter se pregunta: «¿Soy una buena persona haciendo cosas malas… o una mala persona haciendo cosas buenas?».

«Este tipo de preguntas invitan a la idea de que existe una suerte de esencia o de alma de lo que es en realidad el ser humano», comenta la psicóloga forense Isa Ramos. Y añade: «Desde mi punto de vista, no existen personas buenas o malas, sino personas con conductas que pueden ser interpretadas como buenas o malas en función de la ética imperante en la sociedad en la que conviven. Sin entrar en debates sobre la ética y la moral y lo que se considera bueno o malo, debemos entender y tener en cuenta que la conducta humana siempre es aprendida. Una persona puede ser funcional y que, de manera habitual, responda de forma adaptada, pero que en un contexto determinado tenga una conducta que interpretamos como mala dado que ha aprendido a comportarse así en ese contexto predeterminado».

Una máxima importante es que, aunque la biología favorezca determinados tipos de comportamientos, la cultura nos hace humanos. «La cultura y las normas sociales están hechas para controlar esa agresividad y para poder vivir en sociedad. Nos permiten superar los límites que nos impone la biología», subraya Fernando Chacón. Precisamente, de cada cultura dependen los límites aceptables de la agresividad. Un caso en el que sí está admitida la agresividad es en defensa propia. Pero incluso el concepto de «defensa propia» cambia mucho de unas culturas a otras. Por ejemplo, en Estados Unidos permiten disparar a una per-sona que haya entrado sin permiso en tu propiedad; sin embargo, en España, la agresión en defensa propia debe ser proporcional a la amenaza.