Almería

Ana Julia tras matar a Gabriel: «Ponme un poquito de salchichón para mi niño»

Pocos días después de la desaparición del menor, vecinos de Vícar vieron a la responsable de su muerte ilusionada por su «posible regreso».

Pocos días después de la desaparición del menor, vecinos de Vícar vieron a la responsable de su muerte ilusionada por su «posible regreso».

Si algo queda claro cuando uno visita Vícar (Almería) es que allí son muy pocos los que conocían a Ana Julia Quezada. Y de esos, menos aún los que habían intercambiado alguna palabra con ella. Su vida, según cuentan los vecinos, se resumía a su casa, a sus paseos solitarios con el perro y a las puntuales compras que realizaba en tiendas del barrio. Se mostraba distante y centrada en su propio mundo. Nunca compartió más que un saludo con algún vecino y rara vez se mezclaba con ellos. “Era como un fantasma”, reconoce uno. “Si estaba, nunca se hacia notar”, añade otro.

“Nosotros vivimos aquí desde hace años y nunca nos la hemos encontrado. A Ángel sí, claro”, explica a LA RAZÓN una de las vecinas del pueblo almeriense en el que hoy viven 5.000 personas. La pareja tenía su domicilio en un bloque de edificios situado en el Bulevar Ciudad de Vícar desde hace “unos meses”, él es el presidente de la comunidad y comparten planta con otras tres viviendas, pero poco más saben de ellos. Justo en la calle de atrás, se produjo la detención por parte de la Guardia Civil -el pasado domingo- cuando trasladaba el cadáver del pequeño Gabriel tras haberlo recuperado en la finca de Rodalquilar, donde lo mató y enterró el 27 de febrero. “Hasta entonces, casi nadie la había visto”.

Ana Julia no visitaba el bar al que su pareja acudía cada mañana a desayunar, tampoco la frutería que se encuentra en frente de su casa, ni la peluquería que hay dos calles más abajo. Los pocos que han tenido algún contacto con ella afirman que “no se le veía mucho por el pueblo” y que, lo poco que transitaba allí, “lo hacía sola” y “sin mostrarse mucho”. La que habla es una mujer de mediana edad que prefiere mantenerse en el anonimato. Sólo la ha visto en una ocasión: comprando en un supermercado. Esto pasó hace una semana, cuando el menor de ocho años ya había desaparecido y yacía muerto en la finca que pertenece a la familia paterna.

Aquel día, esta vecina localizó a la pareja de Ángel en la charcutería de la gran superficie. Parecía nerviosa, “como expectante por el posible regreso de Gabriel”. Quería darle una sorpresa cuando apareciera. Así que pronunció, ilusionada, las siguientes palabras: “Por favor, ponme un poquito de salchichón para mi niño, que le encanta”. Esa frase no se le olvidó y hoy, tras conocerse la muerte del pequeño y la confesión de Ana Julia, esta vecina no puede ocultar su frustración e indignación. “¿Cómo es posible que alguien pudiese hablar de esa forma cuando le había quitado la vida el primer día?”, se cuestiona. “¿Qué podría estar pasando por su cabeza para tener engañada a la familia?”.

Es por ello que su predisposición a hablar con la prensa y a mostrarse públicamente durante los 12 días de búsqueda llamase tanto la atención, sobre todo frente a ese hermetismo en el que vivía sumida en su pueblo. “Yo vivo puerta con puerta y nunca he intercambiado ninguna palabra con ella. Sí la he visto entrando y saliendo, pero nada más”, subraya su vecino del segundo piso. Él incluso ha intercambiado conversación con Ángel, pero sobre Ana Julia tiene poco que decir. “Mientras que él es un hombre cercano y atento; ella, únicamente tenía ojos para si misma. El resto del mundo le importaba una mierda”.

«A la madre de Ángel no le gustaba»

Ana Julia era reservada, celosa de su intimidad y no mostraba sus sentimientos. Vivía ajena al mundo que le rodeaba: salía, entraba, compraba, conducía, paseaba... pero nunca nadie supo el dónde, el cuándo o el con quién. De hecho, la familia de él tampoco tiene muchas referencias sobre ella. “Nosotros sólo la hemos visto en un par de ocasiones”, señalan a este medio dos familiares de Ángel y Patricia. “Una de ellas, de lejos y ni nos saludamos; la otra, en Las Hortichuelas, pero nunca se presentó ni dijo quién era ni nada”.

Para el resto, Ana Julia compartía espacio, pero no tiempo. Vivía con Ángel, pasaba algunos días con la madre de él, Puri, y se encerraba en su piso de Vícar. Un búnker en el que no consiguieron entrar el resto de personas que un día le abrieron las puertas de su casa, tras llegar de Burgos y acabar la relación con su ex pareja en Las Negras. “Podría parecer que está loca, pero no. Está muy cuerda, sabía lo que hacía en cada momento. El estar tanto tiempo encerrada en sí misma, sola, es lo que tiene. Aquí no tenía muchos amigos. De hecho, casi nadie podrá decirte algo sobre ella más allá de que era la novia de Ángel”.

A pesar de todo ello, la relación con la familia era correcta. “A la abuela no le gustaba Ana Julia. De hecho le pidió a su hijo que no estuviera con ella. Pero una madre, al final, siempre traga”, añaden un conocido de la familia. “Él le insistió que es muy buena. Si llega a ser mala, nos mata a todos”. Quizá no le fallaba tanto la intuición. “Estaba apartada. Era educada, eso sí. Siempre salía de su habitación, cenaba y se volvía a meter dentro”. Habitualmente, se despedía de ellos, pero de la noche a la mañana dejó de hacerlo. “El último día por ejemplo, antes de irse, se acercó a la mesa y soltó: “11 noches sin Gabrielito ya””. Al día siguiente apareció el cuerpo.