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Psicología

Claudia Nicolasa, psicóloga: “Este es el error que cometen las personas buenas en sus relaciones una y otra vez”

Intentar agradar a todos puede parecer una virtud, pero a menudo esconde un patrón que pone en riesgo la autoestima

Claudia Nicolasa, psicóloga: “Este es el error que cometen las personas buenas en sus relaciones una y otra vez” Freepik / Instagram: @claudianicolasa

¿Qué tienen en común algunas personas aparentemente seguras, encantadoras y siempre dispuestas a ayudar, con relaciones que terminan por desgastarlas emocionalmente? Para la psicóloga Claudia Nicolasa, la respuesta está en un patrón psicológico que observa con frecuencia tanto en consulta como en representaciones culturales. Lo explica en uno de sus vídeos virales a través del análisis del personaje de Emily en París, la serie de Netflix protagonizada por Lily Collins: el perfil de personalidad complaciente.

“Emily parece una mujer entusiasta, extrovertida, positiva. Pero si observamos su comportamiento desde la psicología, vemos que está atrapada en una dinámica de agradar a toda costa, incluso en su perjuicio”, explica Claudia en su vídeo. La psicóloga utiliza este ejemplo para alertar sobre un tipo de conducta que muchas personas desarrollan sin ser del todo conscientes: la necesidad de aprobación constante, que las lleva a decir que sí cuando quieren decir que no, a evitar conflictos incluso a costa de mentir o traicionar sus propios valores, y a confundir amabilidad con sumisión.

El perfil de la persona complaciente

En psicología, este tipo de comportamiento se engloba dentro de lo que se conoce como "personalidad complaciente" o “people-pleasing”. No se trata simplemente de ser amable o cooperativo, sino de poner sistemáticamente las necesidades y expectativas de los demás por encima de las propias. Y aunque a corto plazo puede parecer útil (se evitan discusiones, se consigue la aprobación ajena, se generan vínculos), en el largo plazo tiene un coste alto: pérdida de autoestima, dificultad para poner límites y relaciones desequilibradas.

“El peligro de ser complaciente es que tu bienestar acaba dependiendo de lo que los demás piensan de ti”, señala Claudia. Es decir, se pierde el contacto con las propias necesidades, deseos o límites. Esto puede generar una sensación de vacío, resentimiento acumulado y, con frecuencia, vínculos tóxicos donde la otra parte se aprovecha de esa tendencia a ceder.

Aunque el personaje de Emily es sólo un ejemplo, este comportamiento es más habitual de lo que se cree, especialmente entre personas que han crecido en entornos donde agradar era la vía para obtener reconocimiento, cariño o evitar castigos. Según estudios como los publicados por la American Psychological Association, este tipo de patrones se relacionan con altos niveles de ansiedad social, baja autoeficacia emocional y mayor riesgo de dependencia afectiva.

“No se trata de cambiar por completo la forma de ser, sino de aprender a equilibrar”, apunta la psicóloga. “Ser empático no implica permitir que te falten al respeto. Ayudar a otros no significa que debas descuidarte a ti. Y buscar agradar no debería costarte tu autenticidad”.

Las señales de alerta

Identificar si uno está actuando desde la complacencia no siempre es fácil, ya que puede estar muy normalizado. Algunos signos, según la psicóloga, son:

  • Dificultad para decir “no”, incluso cuando algo no se desea.
  • Sentimiento de culpa al priorizarse.
  • Tendencia a justificar a los demás cuando se sobrepasan límites.
  • Necesidad constante de aprobación o miedo excesivo a decepcionar.
  • Ocultación de la verdad o evitación del conflicto por temor al rechazo.

En el caso de Emily en París, Claudia destaca cómo la protagonista se ve atrapada en situaciones laborales y personales que podrían haberse evitado con una comunicación más asertiva. “Trabaja para dos empresas al mismo tiempo para no decepcionar a ninguna, y termina perdiéndolo todo. Miente a su amiga para no hacerle daño, pero el daño termina siendo mayor”, resume.

La alternativa que propone la psicóloga no es volverse insensible o egoísta, sino desarrollar una actitud asertiva: saber expresar opiniones, necesidades o límites sin agresividad ni sumisión. Este cambio no es inmediato, pero puede entrenarse con acompañamiento terapéutico, lectura especializada o prácticas conscientes de autocuidado.

“Agradar a todo el mundo no solo es imposible, sino que no es sano. Y muchas veces, el precio de no molestar a otros es acabar molestándote a ti mismo”, concluye Nicolasa.

Para quienes se identifican con este patrón, la primera recomendación es observar con honestidad los propios comportamientos y emociones en las relaciones. El segundo paso es empezar a elegir, poco a poco, lo que uno necesita, aunque eso signifique decir “no” o decepcionar a alguien. Como recuerda la psicóloga, la amabilidad genuina nace del respeto propio, no del miedo al rechazo.