Día Mundial de la Autolesión

«Comenzó a hacerse cortes en brazos y pies cuando tenía 15 años»

Elisa empezó a hacerlo por la angustia que sentía «al hacerse mujer» y Rodrigo por la presión familiar a la que era sometido

Autolesiones en el brazo de una joven
Autolesiones en el brazo de una jovenDreamstime

A mbos comenzaron a autolesionarse cuando tenían 15 años, pero el origen de sus actos difería. El joven inició a realizarse cortes en brazos y pies por la presión familiar que sentía. Desde muy pequeño le fue asignado un rol de adulto –cuidados de su hermana, compras, tareas domésticas– que le sobrepasaban. Hacerse heridas era el modo de aliviar su carga, esa presión impropia que sufría un niño de tan corta edad. Por su parte, Elisa empezó con cortes en muslos y vientre en el momento en el que su feminidad comenzó a aflorar. Sentía rechazo hacia esta nueva situación. Se debatía entre la «niña» que su madre quería perpetuar y el inicio de la mujer que daba las primeras señales.

Estos son solo dos casos que ilustran a la perfección la angustia vital que sufren muchos jóvenes y que, ante la imposibilidad de hallar herramientas para gestionarla, acuden al dolor para aplacar su mal. A nivel global se producen al menos 14 millones de episodios de lesiones, lo que implica una ratio de 60 por cada 100.000 habitantes al año. El 15% de los adolescentes se autolesionan sin intenciones suicidas, es decir, uno de cada seis. En España, un estudio realizado con población universitaria (entre 18 y 30 años) en Cataluña apunta que el 30% de los participantes tuvo algún episodio de daño autoinfligido en el último año, es decir, uno de cada.

Por eso, ante esta situación, y hoy que se celebra el Día Mundial de la Autolesión, los expertos hacen hincapié sobre la necesidad de abordar esta «pandemia» con seriedad y rigurosidad.

En primer lugar, resulta imprescindible apuntar, tal y como explican desde Unicef, que «las autolesiones empiezan como una forma de aliviar la presión acumulada que está causada por pensamientos y sentimientos angustiosos, seguidos de sentimientos de culpa y vergüenza» lo que se convierte en un círculo vicioso del que no resulta sencillo escapar. De no tratarlo «puede convertirse en una forma habitual de afrontar las dificultades de la vida». Eso sí, advierten desde Unicef que «es importante saber que la mayoría de las personas que se autolesionan no quieren acabar con su vida».

«Las autolesiones no son un fenómeno nuevo. Desde tiempos ancestrales el cuerpo ha sido un territorio de inscripción para el sufrimiento, el deseo y la culpa. Desde los flagelantes medievales hasta ciertas prácticas ascéticas, pasando por los ritos de mutilación en tribus indígenas, el acto de herirse ha tenido una función simbólica que inscribía al sujeto en un lazo social. Sin embargo, en la clínica actual, las autolesiones aparecen despojadas de su dimensión simbólica. No forman parte de un ritual, ni se realizan ante la mirada de la comunidad, sino que se ocultan, se viven en secreto, se experimentan en soledad. Esto nos indica que lo que está en juego no es una tradición cultural, sino un conflicto psíquico que se tramita en el cuerpo», detalla a LA RAZÓN Virginia Valdominos, psicóloga y psicoanalista de la Escuela de Poesía y Psicoanálisis Grupo Cero, donde, entre otros, atendieron a Elisa y Rodrigo.

Para esta experta, «el sujeto intenta poner en la piel lo que no puede decir con palabras», algo que en la adolescencia ocurre con mayor intensidad. «El aumento de las autolesiones es el síntoma de una época que ha dejado de escuchar a los jóvenes. Se les impone un discurso vacío de motivación y éxito, pero no se les da un lugar donde hablar de lo que realmente les pasa. Se les exige que sean funcionales, pero no se les permite ser sujetos», añade Valdominos, quien afronta en consulta esta problemática desde el psicoanálisis.» «El trabajo analítico consiste en darle al sujeto un lugar donde pueda hablar sin ser juzgado, sin ser corregido, sin ser tratado como un problema de conducta. Cuando el adolescente puede poner en palabras lo que lo atormenta, el acto deja de ser necesario», dice.

Una de las claves que apunta esta psicóloga es que en el entorno familiar, los padres «deben entender que el corte no es una provocación ni un capricho de sus hijos, sino un síntoma que debe ser escuchado». Eso sí, no hay soluciones rápidas. El tiempo, la paciencia y la compresión son fundamentales.