Entrevista

Damián María Montes: «Tenemos que llevar la fe al gimnasio, aterrizarla a lo cotidiano»

Desde que dio el salto a televisión como concursante de La Voz se ha convertido en evangelizador mediático, un «influencer» de Dios con libro bajo el brazo

Damián María Montes es misionero redentorista
Damián María Montes es misionero redentoristaJesús G. Feria

Cuando toca ponerse frente a una pantalla, sea catódica o móvil, se corre el riesgo de crear un personaje al margen de la persona. No busquen esa disociación en Damián María Montes porque no lo van a encontrar. El misionero redentorista de 37 años habla con la misma naturalidad de Dios como «tiktoker» ante millones de seguidores que en el tú a tú con los jóvenes o en el Santuario del Perpetuo Socorro de Granada, donde ahora es rector y superior. Esa capacidad de hacer sencillo lo trascendente con la chispa propia del nieto de la cantaora de flamenco Elisa «La del Horno» que saltó a la palestra mediática como concursante de La Voz, se plasma ahora en «Solo la fe nos alumbra» (Grijalbo), una obra que busca aterrizar «el ejercicio de la fe en la vida cotidiana».

¿Lo que pone en el libro va a misa?

Es una obra que nace de la propia vida, que recoge algunas anécdotas de experiencias de misión, de esos sitios por los que he pasado, que me han marcado y forjado como religioso. No es un tratado de teología ni de doctrina ni un libro catequético. Solo pretende ser un itinerario espiritual y pastoral. Se trataría de llevar la fe al gimnasio, de entrenar la fe aterrizándola en lo cotidiano, con sus avatares, con los problemas que afrontamos en el día a día.

Hombre de «tips» en las redes. Deme un par de consejos para materializar esa fe…

No te doy dos, sino tres. El primero es el don de la vida, entenderla en clave de agradecimiento, que es lo que permite adentrarnos en el misterio de Dios. El segundo, la dignidad humana, entender que la dignidad de toda persona no viene por lo que hacemos sino por lo que somos. La tercera clave es el don de la fe, con la conciencia de saber que es Jesús la roca que nos sostiene.

Dicho así, parece hablar de ese «camino de perfección» que buscaba santa Teresa de Jesús. Un misticismo que parece no apto para «dummies»…

¡Qué va! San Alfonso María de Ligorio, fundador de los misioneros redentoristas, no observa el mundo como un lugar de perdición del que tengo que escapar para ser santo. El mundo es un lugar precioso, maravilloso, querido y diseñado por Dios, con sus limitaciones y ciertamente, con la presencia del mal, pero esto no define al mundo. Desde ahí, creo en una fe que se encarna en este mundo, no idealizada. No concibo una santidad imposible, sino del día a día, de la puerta de al lado, como dice el Papa Francisco.

En esto de creer hay noches oscuras. ¿Eso cómo se mastica?

En todo camino vital y espiritual hay problemas y en el libro no los margino, sino que los integro. El propio acceso a la idea de Dios es complejo, porque si no entiendo que Dios me ama y es misericordioso, me costará entender todo lo demás. También es habitual que surjan dificultades para rezar. Y ahí también ofrezco algunas sugerencias sobre cómo serenar el cuerpo, cómo silenciar el corazón.

En el libro no tiene miedo en abordar uno de los temas que todavía parecen ser tabú en la Iglesia: el sexo.

Todos los seres humanos tenemos, nos habita una realidad sexual. Quizá sea lo que más dificultad he tenido a la hora de escribir porque quería evitar tanto una perspectiva rigorista y vinculada al pecado como la vía laxista: el ‘todo vale’. Yo propongo una abrazo a esta realidad a la luz del Evangelio, con la conciencia de que la sexualidad forma parte de un proyecto más amplio: la vocación al amor. En cualquier caso, el amor por sí solo ya es exigente. No lo carguemos de fardos pesados, como diría el Señor. La propuesta que hago es no demonizar el placer y no demonizar el cuerpo, sino abrazar el placer y darle un sentido en función de la propia vocación y abrazar el cuerpo como espacio querido.

¿Cuál es su estrategia para «vender» a Dios a los jóvenes?

Ninguna, ni en Aluche ni en Granada ni en las redes. Mi única estrategia es estar, hacerles ver que la Iglesia es un lugar abierto, que es su casa, que les pertenece, que es suyo. Esa es la puerta que abre a la trascendencia.

¿Cómo ha logrado posicionarse con tirón en el mundo virtual?

Tampoco hay receta. El único secreto es ser transparente, manifestar tu propia realidad, ir como tú eres en la vida cotidiana y presentarte así también en esos espacios de fricción, donde yo me siento cómodo, quizá por mi vocación misionera.

Sin embargo, ha tenido que sufrir a unos cuantos «haters»…

No puedo negar que en algún momento me ha llenado de tristeza que ese odio virtual llegara de espacios muy cercanos. Es verdad que detrás de cada pantalla puede haber alguien anónimo soltando barbaridades, pero también es un espacio de evangelización. Al final contemplo a los ultras, a los intransigentes y a los rigoristas con compasión porque siento que son personas incapaces de disfrutar y alegrarse con lo que pase alrededor. Viven y hablan para juzgar a quien se pone por delante y constantemente están sentenciando si algo está bien o está mal, si algo es verdadero o falso. Estoy seguro de que esos son unos grilletes que no les permite vivir ni ser felices.

Dice en su libro que «el fanatismo es, quizá, la forma más peligrosa de ideologización de la fe».

Y eso lleva al fanático religioso, no solo a creer que su visión de la fe es la única correcta, sino que está dispuesto a imponerla a los demás, incluso por la fuerza, sin respetar los procesos de los otros. El cristianismo está llamado a salir de ahí, de la tentación de las ideologías. Todo otro, el que está enfrente, con ideas opuestas a las tuyas, sigue siendo hijo amado de Dios, tu hermano. En la medida de lo posible, estamos llamados a salir de nuestra lógica para comprender al otro, a no ser ni de aquí ni de allá, sino de Cristo. Ser de Cristo es complicado.

También aborda el tema de la muerte. Las encuestas dicen que a los jóvenes les cuesta menos creer en la reencarnación que en la vida eterna y la resurrección.

Hay que aceptar que ese horizonte que está más allá de la muerte supera nuestros sentidos y nuestra lógica, pero configura misteriosamente la existencia humana. Ahí es donde sí entra en juego la fe, y solo desde la fe puedes acoger que no estamos destinados a desaparecer en el olvido, sino a vivir siempre en la presencia de Dios. Muchas personas creen que esto es un mero mecanismo de la conciencia que se revela ante la posibilidad de morir y se inventa esta dinámica para su propio consuelo. Sin demonizar esta visión creo en la resurrección porque es una puerta que Cristo ha cruzado antes que nosotros y la ha dejado abierta para que la atravesemos cuando llegue nuestra hora.

Los templos se vacían por la secularización, ¿se la juega un cura en los funerales para poder reconectar con los que se fueron?

Yo diría que se lo juega todo: en los funerales, en las bodas, en las primeras comuniones… En todos esos encuentros donde la gente sin experiencia de fe se acerca a la iglesia para acompañar a un ser querido. Son personas que te han llegado gratis y la Iglesia se las tiene que ingeniar para aprovechar y darles un abrazo. No es tiempo de regañinas ni de echar en cara las heridas con las que vienen, sino de acoger.