
Teología de la Historia
Daroca y Calanda : dos extraordinarios milagros, «las dos columnas» del sueño de san Juan Bosco
Con él se demuestra que la Iglesia tiene en la devoción a la Eucaristía y en la Virgen María sus anclas de seguridad frente a sus enemigos

Es sabido que San Juan Bosco, el santo fundador de los Salesianos, entre otras muchos dones sobrenaturales se caracterizó por tener gran cantidad de sueños que resultaron proféticos. De entre los que tuvo, hay uno que es particularmente destacado por producirse precisamente en un tiempo en que la Iglesia Católica pasaba en su capital Roma por grandes dificultades. Los Estados Pontificios eran considerados por la Iglesia Católica como el «mínimo poder temporal» que necesitaba el Papa como Sumo Pontífice de la misma para gobernarla con la libertad requerida para poder ejercer en ella su «soberanía espiritual». Es decir, sin interferencia del poder político de Reyes y Emperadores durante los mil años de su vigencia, desde finales del siglo VIII al siglo XIX en 1870, cuando el 20 de septiembre cayó Roma. Fue la culminación del movimiento por la «Reunificación Italiana», y que significó que el Papa, el beato Pío IX, se recluyera en el Vaticano considerándose prisionero sin salir de él. Así estuvieron los sucesivos Papas durante 59 años –León XIII, san Pío X y Benedicto XV–, hasta que con Pío XI el 11 de febrero (fiesta de la Virgen de Lourdes) de 1929 se firmaron los «Acuerdos Lateranenses» en el Palacio de san Juan de Letrán de Roma, entre el Papa y el reino de Italia, naciendo el actual Estado de la Ciudad del Vaticano.
Ese proceso unificador avanzaba desde hacía años despojando progresivamente a la Santa Sede de territorios de los Estados Pontificios, provocando una situación de acusada zozobra en la Sede de Roma. Sus enemigos consideraban que sin ese reducido poder temporal y político, la Iglesia perecería, ignorando la palabra de Jesús acerca de que «las puertas del infierno no prevalecerían contra ella». Pues bien, en esos tiempos, y concretamente la noche del 30 de mayo de 1862, Don Bosco narró el conocido como «sueño de las dos columnas». De forma muy resumida, él se encontraba en un acantilado junto al mar viendo una flota encabezada por una destacada nave a la que seguían otras naves más sencillas , cuando de repente aparecieron otras muchas que las atacaban y especialmente a la nave capitana. Esa nave era la Iglesia y pilotada por el Papa, a la que los atacantes intentan destruir, mientras una tormenta azota las aguas y dificultan su defensa. Cuando todo parece perdido, sobre las aguas emergen dos grandes columnas presididas por una gran Eucaristía la más grande, y la otra por la Virgen María con un cartel que dice «Auxilio de los cristianos». La nave capitana pilotada por el Papa consigue acercarse y anclarse a ambas columnas mediante unas cadenas con ganchos que cuelgan de ellas. Y al momento, la flota enemiga retrocede y es engullida por las aguas. Y la nave capitana reposa sobre las aguas firmemente anclada en las columnas, rodeada de su flota. Ese sueño de Don Bosco se ha considerado siempre como una prueba de que la Iglesia tiene en la devoción a la Eucaristía y en la Virgen María sus anclas de seguridad frente a sus enemigos. Lo que es una prueba irrefutable a la luz de la experiencia que proporcionan la multitud de fieles peregrinos a los santuarios Marianos en toda la cristiandad católica, y por supuesto la devoción a la Eucaristía, que es el «centro y la raíz de la Iglesia». Pues bien, es un hecho histórico muy significativo que siglos antes en España ya se produjeran dos destacados milagros en dos localidades muy próximas entre sí –Daroca y Calanda, ambas aragonesas–, uno Eucarístico y el otro Mariano, y ambos en momentos de singular tribulación de España, la «tierra de María» como la definió san Juan Pablo II. El primero de ellos es conocido en la Historia como el milagro de los «Corporales de Daroca», sucedido en 1239 en plena Reconquista para la Cristiandad de la península invadida por los musulmanes en 711. Aquel año, en la localidad de Luchente del Reino de Valencia las tropas cristianas procedentes de Calatayud, Teruel y Daroca estaban rodeadas por una superior fuerza enemiga. Antes de empezar a combatir, el capellán celebraba Misa para las tropas, cuando después de consagrar las seis sagradas formas para los capitanes de las unidades los musulmanes atacaron. Y el sacerdote para evitar su profanación ante la previsible derrota cristiana las envolvió en los corporales escondiéndolos bajo unas piedras en el campo. La batalla fue ganada por los cristianos y al reanudar la misa y recoger los corporales escondidos se encontró con que las seis Formas estaban ensangrentadas. Ante el deseo de los Capitanes de las diferentes unidades de quedarse con tan gran reliquia lo sometieron a tres sorteos siendo Daroca la beneficiaria en todos. Pero los otros, y más numerosos, no aceptaron, instando a someterse al juicio de la Voluntad de Dios para lo que colocaron los Corporales en una arqueta que pusieron a lomos de una mula del disperso ejército musulmán para que libremente cogiera el camino de su destino. Tras 11 días de caminar , la mula llegó a Daroca y cayó muerta, extenuada. El Milagro se expandió rápidamente, y poco después y a especial impulso de santo Tomas de Aquino conocedor del mismo, el Papa Urbano IV estableció la Solemnidad Eucarística del Corpus Christi. Los Reyes Católicos –así como otros numerosos dignatarios– visitaron Daroca, y de la primera remesa venida de América regalaron el oro con el que se elaboró el actual relicario de los Corporales con sus seis Sagradas Formas ensangrentadas. La localidad ostenta el título de Ciudad, reconocido por Pedro IV en el siglo XIV. La Basílica con su Capilla Eucarística es destino de numerosos peregrinos procedentes de toda España y de todo el orbe católico. Por su parte, el otro «Gran Milagro» –como lo define el libro escrito acerca de él por el célebre escritor italiano Vittorio Messori–, se produjo en la localidad turolense de Calanda el 29 de marzo de 1640. Fue ese año el considerado como el «más doloroso de la Historia para la Monarquía Hispánica» en palabras del propio Valido de Felipe IV, el Conde Duque de Olivares. La «Unión de Armas» que él promovió precipitó la Revolución «dels Segadors» en Cataluña y la secesionista de Portugal, que permanecía unida a la española desde 1580 con Felipe II. Además de la guerra con Francia, y las «de religión» en Europa en defensa de la catolicidad frente al cisma luterano, por lo que el Imperio español estaba rodeado de conflictos militares, sumido en una seria crisis. En ese contexto histórico se produjo el conocido como «Milagro del cojo de Calanda». Era el joven calandino Miguel Juan Pellicer, a quien tras caer del carro que conducía, una de sus ruedas le pasó por encima de la pierna derecha que le debió ser amputada «cinco cm. por debajo de la rodilla» en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza. Tras ello se instaló de mendigo a la puerta de la Basílica del Pilar de la que era gran devoto, untándose cada día el muñón de su pierna amputada con aceite de las velas que iluminaban la imagen de la Virgen. Tras permanecer un tiempo allí, decidió regresar triste y avergonzado a su Calanda natal, de la que había salido para «triunfar». La noche del 29 de marzo de 1640, tras la cena en casa de sus padres donde residía, se retiró fatigado a descansar. Al poco, su madre se acercó a la habitación contemplando asombrada que de la manta que le cubría salían dos piernas. Lo sucedido a continuación fue lo previsible; el suceso creó una impresionante emoción dado que la pierna tenía cicatrices y signos que acreditaban ser la amputada. Incluso la tumba en la que había sido enterradas conforme a las costumbres de la época, se halló vacía. El Ayuntamiento de Zaragoza promovió el proceso canónico que concluyó rotundamente con la declaración milagrosa del suceso por mediación de la Virgen del Pilar. Las Cortes europeas vetaron su difusión para evitar que se interpretara como una prueba de predilección del Cielo hacia las armas españolas contra las que combatían. Es un milagro considerado como preludio de la resurrección de la carne. Daroca con la Eucaristía, y Calanda con la Virgen del Pilar merecen estar grabadas en las dos respectivas columnas de san Juan Bosco.
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