Salud
Decidir cómo morir: ¿un acto basado en nuestras creencias?
Las convicciones personales, religiosas o científicas, influyen profundamente en las decisiones médicas que toman los pacientes al final de la vida.
A menudo, la muerte suele estar relegada al ámbito de lo clínico. Se entiende como el inevitable fin biológico de la vida. Sin embargo, morir es un proceso mucho más complejo. Es un asunto profundamente humano que trasciende lo físico para adentrarse en el terreno de las emociones, las creencias y la espiritualidad. Y es que, el acto de morir abre un espacio profundo de reflexión, sufrimiento y, en muchos casos, de reconciliación espiritual. Así, enfrentar este momento sin considerar su dimensión integral es reducir la experiencia humana a un acto puramente técnico despojado de la dignidad, el acompañamiento y el respeto que merece. Cada vez más profesionales abogan por afrontar con valentía y rigor intelectual el valor que las creencias tienen en la toma de decisiones. Pero ¿qué pasa cuando la dimensión espiritual o religiosa de la muerte entra en conflicto con las decisiones médicas?
Las creencias religiosas o espirituales pueden influir profundamente en las decisiones que toman los pacientes y sus familias en los momentos finales de la vida. Y es que, aquello que creemos no solo nos condiciona, sino que nos sostiene como seres humanos. “Es el fundamento de nuestra existencia. Y estas creencias no tienen por qué ser religiosas, podemos creer en la ciencia, en la familia o en la democracia. Así, las creencias nos hacen decidir si queremos morir en el hospital, porque creemos en la medicina y la ciencia, o en casa porque creemos en la familia”, señala Benjamín Herreros, director del Instituto de Ética Clínica Francisco Vallés y coordinador del Seminario de Biomedicina, Ética y Derechos Humanos. Y añade: “Eso de que la ciencia es la respuesta a todo y que todo lo puede, no deja de ser otra creencia”.
Así, ciencia y religión, como creencias, comparten la capacidad de otorgar sentido y dirección a la vida de las personas. Sin embargo, mientras que la religión se basa en la fe, lo trascendental y lo inmaterial, la ciencia confía en la evidencia empírica, el método experimental y la capacidad de corregirse a medida que avanza el conocimiento. “La ciencia podría entenderse como una creencia que tiene una justificación racional sólida. Porque la ciencia aporta datos y permite extraer conclusiones que podemos contrastar, que son válidas aquí y en Japón. Esto no sucede con la religión. Las creencias religiosas son íntimas. personales, y se alimentan de la educación y de los valores transmitidos. Eso explica por qué en Japón son sintoístas y en España somos católicos. Sin embargo, aquí y en Japón ponemos los mismos antibióticos y realizamos una biopsia para diagnosticar el cáncer. Ciencia y religión son modos diferentes de explicar la realidad, y tienen que convivir”, afirma el director del Instituto de Ética Clínica Francisco Vallés. Y añade: “Además, hay que tener en cuenta que la ciencia no es neutra. Los investigadores y los médicos también tenemos nuestras propias creencias y esto puede complicar más las cosas”.
Existen casos en los que las creencias de los pacientes chocan con las recomendaciones médicas, como ocurre con los Testigos de Jehová, quienes rechazan transfusiones de sangre, incluso en situaciones de vida o muerte; o con los judíos ortodoxos, quienes no consideran que la muerte cerebral suponga la muerte de la persona, rechazando que a estos pacientes se les retire el soporte vital o se les extraigan los órganos para un trasplante.
Nuestras creencias no solo determinan la aceptación o rechazo de determinados tratamientos, sino también la forma en la que se percibe el propio acto de morir: como una transición, un descanso eterno o, incluso, una etapa previa a una nueva vida. “Hablar de final de la vida supone ya una creencia en sí, entendemos que la vida tiene final cuando lo que tiene final es nuestra biografía”, apunta Enric Benito, doctor en Medicina, especialista en oncología y miembro de honor de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos. Por ejemplo, un paciente que considera la vida como un don sagrado puede negarse a aceptar prácticas como la eutanasia, incluso en condiciones de sufrimiento extremo; sin embargo, otro, guiado por la creencia en la reencarnación, podría optar por rechazar medidas para prolongar una vida que percibe como un ciclo cumplido.
A día de hoy, estos conflictos entre espiritualidad y ética viven una nueva forma de relación. Esto ocurre, especialmente, en el ámbito de la biomedicina. En el momento actual, la atención sanitaria está vinculada a nuevos conceptos como la Medicina Predictiva, el uso de la inteligencia artificial aplicada, la robótica o las nuevas aplicaciones de la biología de sistemas. Por ejemplo, la inteligencia artificial puede predecir la progresión de una enfermedad. El conflicto surge cuando nos preguntamos: ¿cómo se comunica esa información a un paciente cuyo sistema de creencias puede interpretar esa predicción como una sentencia ineludible? Además, el uso de la robótica o la genética avanzada choca con valores espirituales o religiosos que ven en estas intervenciones una forma de "jugar a ser Dios”.
En medicina son muy habituales los dilemas éticos. Hay estudios que indican que más del 70% de los médicos de los hospitales los tienen a diario y muchos médicos tienen dificultades para manejarlos. En este marco, médicos y cuidadores enfrentan el desafío de equilibrar su responsabilidad profesional con el respeto hacia las convicciones individuales. Incluso la prestigiosa revista Lancet, en un informe reciente, recuerda que las sociedades que niegan, medicalizan o estigmatizan el proceso de morir, se pierden la riqueza y la sabiduría humana que se da en este entorno.
Pero aceptar que la Medicina y las creencias están en continua relación, plantea preguntas fundamentales sobre hasta qué punto las decisiones médicas deben estar condicionadas por la dimensión espiritual de los pacientes. ¿Cómo encontrar el equilibrio entre el respeto a creencias y el avance científico?“El equilibrio se llama tolerancia. Pero no un talante tolerante, que parece más bien una pose. Ser tolerante es tener un comportamiento tolerante, diferenciando en nuestros actos las creencias personales, que no debemos imponer, de nuestras obligaciones hacia los demás como ciudadanos”, asegura el doctor Herreros. Y en caso de que el paciente anteponga sus creencias a tratamientos necesarios, los profesionales sanitarios deben respetarlo cuando se trata de decisiones individuales y autónomas. “Si el paciente está bien informado, está mentalmente capacitado y no está siendo coaccionado, tenemos que dejarle que tome sus propias decisiones, aunque éstas conlleven la muerte”, indica. Sólo en casos en los que la persona suponga un riesgo de salud pública, se le podría obligar a un determinado procedimiento.
Así, al final, la verdadera pregunta no es si priorizamos la ciencia o la espiritualidad, sino cómo asegurar que el proceso hacia la muerte sea una experiencia significativa y digna para todos. Y respetar este momento significa trascender los dilemas. Ahora el reto es construir un modelo de cuidado que integre ambas perspectivas.
El acompañante espiritual, una figura que permite mejorar el proceso al final de la vida
Con el enfoque puesto en mejorar la calidad del proceso al final de la vida, facilitando que tanto pacientes como familiares evolucionen desde el sufrimiento hacia una serenidad basada en la aceptación de lo inevitable, surge la figura del acompañante espiritual. “Consideramos que una buena muerte es una muerte aceptada y acompañada. Pero la aceptación es un proceso que no es fácil y depende tanto de la madurez humana del que está en el proceso como de la calidad del acompañamiento que recibe: a menudo vemos como los pacientes y familiares van haciendo un proceso que va desde el sufrimiento a la serenidad y pasa a través de esta aceptación”, subraya el doctor Enric Benito.
El acompañamiento espiritual al final de la vida se convierte en una herramienta esencial para brindar apoyo integral a los pacientes en momentos de máxima vulnerabilidad. Este acompañamiento debe entenderse como un acercamiento humano y ético que permite a las personas transitar el proceso de morir con mayor serenidad. “Las actitudes fundamentales para este acompañamiento son la hospitalidad, entendida como la acogida incondicional del paciente; la presencia, que implica estar completamente disponible en lo emocional y lo físico; y la compasión, una conexión profunda con el sufrimiento del otro”, explica el doctor.
Sin embargo, integrar el acompañamiento espiritual en los cuidados paliativos enfrenta desafíos importantes, como la predominancia del modelo biomédico y la falta de formación específica en esta área.