Ciencia y Tecnología

Desconectados digitales

«No es que no tenga Facebook, es que Facebook no me tiene a mí» Manuel ha decidido vivir apartado de las redes sociales y ahora se suma al grupo de «herejes de la tecnología» que limitan el uso de internet al ámbito profesional. Su transición fue fácil, pero Leo necesitó terapia.

Algunos han renunciado a las redes sociales por saturación y otros nunca les vieron el atractivo, pero todos tienen en común su renuncia a publicar su vida privada en Facebook o Instagram
Algunos han renunciado a las redes sociales por saturación y otros nunca les vieron el atractivo, pero todos tienen en común su renuncia a publicar su vida privada en Facebook o Instagramlarazon

«No es que no tenga Facebook, es que Facebook no me tiene a mí» Manuel ha decidido vivir apartado de las redes sociales y ahora se suma al grupo de «herejes de la tecnología» que limitan el uso de internet al ámbito profesional. Su transición fue fácil, pero Leo necesitó terapia.

Pese a la connotación negativa de la palabra hereje, la RAE señala que proviene del griego hairetikós, que significa «escoger u opción». Así cada vez son más los «herejes» que escogen otra opción tecnológica, una que no centra el eje de la vida en las redes sociales y que solo las usa en contadas ocasiones. Las razones detrás de esta decisión son diferentes para cada persona: algunas pueden llegar por exceso, otras por elección propia. Sea cual sea, el veredicto es unánime: la conectividad digital es una herramienta. No somos nosotros la herramienta de la tecnología.

Leonor (Leo, para todo el mundo), tiene 39 años, marido y dos hijos. Un año atrás, su familia dijo «basta» y realizaron una intervención. «Lo había visto en algunas series –confiesa Leo – y me parecía una broma de mal gusto, que tu familia o tus amigos se reunieran para que te enfrentaras a un problema, habiendo hablado antes a tus espaldas. Al principio pensé que era un juego, después me enfadé muchísimo, hasta que vi la cara de mis hijos».

Todo comenzó cuando Leo se abrió un perfil en Facebook hace cuatro años. Nunca le habían interesado las redes, pero su encuentro con algunos compañeros de instituto le llevó a crearse un perfil para estar en contacto. Fue agregando a más gente y cada vez pasaba más tiempo conectada. Un día se dio cuenta de que también tenía perfil en Instagram –Facebook las creaba casi por defecto– y que contaba con 60 seguidores. Le picó la curiosidad. «No publicaba casi nada. Algunas fotos y comentarios, y respondía a mensajes, pero cada vez pasaba más tiempo conectada. Comencé a hacerlo en la mesa, mientras comíamos todos, me reía de lo que leía, me indignaba por los comentarios de conocidos... Salíamos del cine y apenas me sentaba en el coche me ponía a ver quién había dicho qué o dónde estaban. Cuando me lo mencionaban me enfadaba y respondía que era solo un entretenimiento. Lo dejaba, pero solo durante cinco minutos».

Leo tenía dos frases de cabecera: «Un minuto» y «pero mira esto». El móvil se había convertido en uno más en la mesa, tanto que uno de sus hijos un día le puso un plato. Fue el inicio de la intervención. «Sigo teniendo perfil en las redes, en especial en Facebook, pero lo uso como una alternativa a WhatsApp o para mantener el contacto con amigos de otros países. Pero he cambiado la red social por la familia. Al hacerlo, uno de los primeros cambios que percibí fue la publicidad: ahora ya no es tan personalizada, lo que me ha hecho darme cuenta de todo lo que sabían de mí».

A Manuel Cuadrado le ocurre algo similar. Este experto en recursos humanos, periodista, empresario y viajero –fue al Polo Norte en globo– nunca tuvo perfil de Facebook, ni se le encuentra en Twitter o Instagram. Es, casi, un anónimo digital. Él ha decidido qué parcela de su vida pueden ver los demás: la profesional. «Las redes sociales son una herramienta que tiene básicamente dos funciones. Yo uso una y evito la otra: las utilizo como medio de comunicación, pero huyo de ellas como plataforma de exhibición».

Uno de los problemas es que el usuario intercambia esas dos funciones. Otro es que las propias plataformas están diluyendo las fronteras entre esos dos cometidos. Facebook comenzó siendo un entorno de comadreo que ahora usan las empresas. LinkedIn nació como red profesional y ahora los usuarios la usan para mostrar lo que han desayunado y hacer debates políticos. Pero no es solo que los usuarios mezclen contenidos, es que a LinkedIn y Facebook les interesa. Así saben más de nosotros como personas y nos intentan vender cosas. «No es que yo no tenga Facebook; es que Facebook no me tiene a mí», dice.

Cuadrado es un «hereje etimológico» y tecnológico: con una mano descarta redes sociales y con la otra crea una aplicación para coros que RTVE ha apadrinado. «Sí que utilizo redes con fines profesionales. En nuestra empresa también nos enviamos avisos y archivos por WhatsApp, pero no empleo la aplicación para presumir de haber recibido el último meme y reenviarlo a toda prisa. Ni para conversaciones en grupos de padres de alumnos donde abundan las intervenciones redundantes y los malentendidos. LinkedIn localiza a quienes trabajarán con nosotros. Bienvenidas las redes que me ayudan a trabajar, pero dejo de lado las que intoxican».

Y es que no son extremadamente malas ni inherentemente buenas. Depende de cómo las usemos y para qué. Han dejado de ser la herramienta que nos conecta para ser un objeto que nos atrapa. Y hay quienes se resisten a ello con uñas y dientes desde los albores de la era digital. Un ejemplo es Víctor. Este periodista asturiano ni tiene móvil. Tiene perfil de Facebook solo para administrar la página de su medio, pero no publica nada en su cuenta personal. No tiene Twitter ni Instagram. «Excepto por algunos casos muy concretos, la originalidad que busco en lo profesional nunca procede de las redes sociales. Tampoco me sirve en lo personal: mi familia y mis amigos saben perfectamente dónde ubicarme cuando lo necesitan. Nunca me he perdido de nada que no quisiera perderme».

Entre los profesionales existe una nueva creencia: una herejía por usar la etimología que sostiene que un buen trabajo no precisa de un tiempo de publicidad. Como ocurría antes, si es bueno, se hará conocido igualmente. Serán otros los que lo hagan circular. «Veo a muchas personas que son más esclavos de los retuits, los likes y los trolls que de su trabajo o su propia vida. Y resulta paradójico que la gente esté más centrada en la reacción del patio que en la experiencia vivida», concluye Víctor.

Aunque la mayoría de la población es consciente de que al usar las redes sociales está cediendo sus datos personales a sus propietarios de forma constante, la realidad es que el problema va más allá de esta «cesión consentida».Estas plataformas se nutren de nuestros gustos y necesidades, y lo hacen sin que nos demos cuenta. Solo hay que hacer la siguiente prueba: si la opción del asistente de voz del móvil está encendida, sin activarlo hay que decir una o dos veces «pañales para bebés». Mágicamente, la próxima vez que se abra la red social preferida, aparecerá, como sugerencia publicitaria, una marca de pañales.