Encuentro Madrid

Erik Varden: «La castidad no es darse una ducha fría y seguir adelante»

El monje cisterciense Erik Varden renueva la pedagogía eclesial sobre la afectividad sin renunciar a la tradición

Erik Varden, monje cisterciense en el Encuentro Madrid organizado por Comunión y Liberación
Erik Varden, monje cisterciense en el Encuentro Madrid organizado por Comunión y LiberaciónLupe de la Vallina

Pide un cappuccino «inculturato». Quizá sabedor de que el café que le ofrecen no va a afinar del todo con el tueste o el amargor esperado. Bromea un hombre que tiene callo de moverse por medio mundo, toparse con realidades diferentes y no actuar desde la cerrazón, sino desde esa inculturación. Erik Varden no es un monje al uso. Entre otras cosas, porque desde octubre 2019 pasa menos tiempo en el convento del imaginado para un cisterciense. Fue justo antes de la pandemia cuando el Papa le nombró obispo de la diócesis noruega de Trondheim, una región con 722.000 habitantes y solo un 2,2% de católicos.

El religioso escandinavo de 49 años, que creció en una familia luterana y dio un salto al catolicismo, está este fin de semana en nuestro país para participar en Encuentro Madrid, el foro de reflexión promovido por Comunión y Liberación que cumple 20 años. «Mi conversión no fue fruto de una experiencia devocional o pía, sino a través de la música». Con 15 años, se topó con la Sinfonía de la Resurrección de Gustav Malher y removió los cimientos de su alma. Varden ha aterrizado en España con su nuevo libro bajo el brazo: «Castidad» (Encuentro): «Me propuse hacer una exégesis de esta palabra, también para explicármelo a mí mismo, porque pertenezco a esa generación a la que nos educaron para pensar que era algo restrictivo».

«Creo que el término castidad en nuestras lenguas modernas en estos últimos 150 años se ha hecho cada vez más y más estrecho, hasta confundirlo con una sexualidad negada o lisiada, renegando del placer, cuando en realidad es un concepto positivo y sinfónico», expone a LA RAZÓN. Por eso, se ha embarcado en «luchar contra estas asociaciones para ahondar en su significado y cómo en el vocabulario esencialmente cristiano no se circunscribe únicamente a la moral sexual o a las prácticas sexuales, sino que se aborda de manera integral, de ahí el subtítulo ‘la reconciliación de los sentidos’».

Y es que, para este monje de hábito negro y blanco urge que el ser humano se «reconcilie con la complejidad de quién es en lugar de negarse a ello, intentando parcelar su existencia en compartimentos estancos que no se vinculan y se afrontan por separado»: «Aquí tengo la caja de mi fe, aquí la otra caja de la amistad, aquí la caja de mis sentimientos, aquí la caja de las fantasías sexuales…». Para Varden, «es realmente importante una comprensión verdaderamente inteligente de la castidad precisamente dentro de la complejidad de cada uno, que implica pasar de la fragmentación a la integración».

Sin embargo, alerta de que «la tendencia cultural nos invita a comportarnos de esta manera, pero el gran desafío cristiano pasa por reunir todos estos elementos para configurar un humanismo libre y es así cómo se podrá atraer a los jóvenes y se dará respuesta a sus búsquedas interiores».

Pero, ¿de verdad cree que puede convencer a la Generación Z de que la castidad no es algo antinatural? «Por supuesto», asevera, pero admite que en no pocas ocasiones la propia Iglesia ha afrontado este reto con un tono «aburrido y perdido». «Tenemos que retomar una pedagogía humanista que permita a todas las personas, y en particular a los jóvenes, vivir su afectividad y su sexualidad con libertad y en la verdad». Además, se muestra convencido de que «la actual generación de jóvenes se ha cansado de los postulados propios de la revolución sexual del 68 y esperan otras propuestas. Y es a ellos donde tenemos que dirigirnos con un nuevo vocabulario y alejarnos de actitudes polémicas y agresivas». Eso sí, sin destruir las raíces, sin renunciar a la herencia.

Porque el consagrado nórdico está convencido de que para «reflexionar sobre la necesidad de una antropología cristiana» se precisa viajar a las comunidades de los primeros siglos y redescubrir el legado de los Padres de la Iglesia, con el fin de «articular racionalmente lo que aquellos discípulos creían y vivían». Pero lejos de ser una mirada anacrónica, el consagrado trae esos postulados a la actualidad: «Decir que Cristo es divino y humano puede parecer terriblemente abstracto y es el tipo de formulaciones planteadas en frío que pueden hacer que mucha gente las ponga hoy en duda y lance especulaciones intelectuales, cuando decir que Jesús es divino y humano es tremendamente concreto y tiene un impacto en el día a día. Lo que nos falta es buscar un lenguaje adecuado».

Con esta premisa, Varden expone que «el mundo actual es tan extraordinario que nos enfrentamos a preguntas que nadie ha enfrentado antes, aunque en cierto sentido, la perplejidad del momento presente es similar a las complejidades de los inicios. Lo que estoy tratando de hacer es construir un puente desde las enseñanzas de antes para ver cómo resultan útiles hoy».

Desde esta perspectiva, la deconstrucción de la castidad exigiría una reformulación de la educación afectiva, no solo en las familias y en las escuelas, sino también en la formación de los seminarios y noviciados. «Absolutamente», comparte el prelado. «Hemos aprendido mucho en estas últimas décadas, tanto de los avances de la psicología o psicoterapia espiritual, como de algunos errores que hemos cometido por no ser capaces de integrar esta dimensión en una sólida formación religiosa». O dicho de otro modo, en palabras del propio cisterciense: «No basta con esperar que la gente, ya sabes, se dé una ducha fría y siga adelante. Eso sería como tratara de congelar profundamente esta parte de ellos mismos, hemos visto demasiados ejemplos de las trágicas consecuencias que pueden suceder». Esto es, el abuso sexual. «No se trata de negar la complejidad de la existencia humana sino de reconocerla y dejar que lo que necesita ser sanado sea sanado y lo que está oscuro sea iluminado por la luz, y eso es lo que creo que es una lección crucial para la Iglesia católica y para el mundo actual».