Teología de la Historia

Fátima y Balasar: La Hermana Lucía y  la Beata Alexandrina  da Costa

Nada de lo que sucede, hasta lo más insignificante, escapa al conocimiento de Dios, tal y como Él afirma y recogen los evangelios

Los tres pastorcitos de Fátima: Lucía dos Santos (izda.), y sus primos, Francisco Marto y Jacinta Marto
Los tres pastorcitos de Fátima: Lucía dos Santos (izda.), y sus primos, Francisco Marto y Jacinta MartoARMANDO FRANCAAgencia AP

En los artículos precedentes de esta sección, bajo el título general de «Teología de la Historia», pretendemos escrutar en determinados acontecimientos la presencia actuante y discreta de lo que George Huber denomina «el brazo de Dios guiando la Historia». Es oportuno recordar siempre que la premisa de partida es que Jesucristo es el Señor de la Historia, es «el alfa y la omega, su principio y final», y nada de lo que sucede, hasta lo más insignificante –como puede ser «el número de cabellos que tenemos en la cabeza» o si «se nos cae uno de ellos»– escapa al conocimiento de Dios, tal y como Él afirma y recogen los Evangelios. Su presencia, actuante en todo momento y en cuanto sucede tanto a nivel personal como universal, es una verdad de fe, aunque lo habitual es que Dios quiera permanecer discretamente oculto sin hacerse presente a nuestros sentidos.

Sin embargo, en determinadas circunstancias y acontecimientos, tal parece que en sus inescrutables designios de Providencia considera bueno «dejar su firma» en forma de lo que san Juan Pablo II quiso denominar como las «no meras coincidencias». El Señor de la Historia es, asimismo, «Señor del tiempo y la cronología», y su omnisciencia desde su eterno presente le permiten pensar y crear las criaturas y fenómenos de la naturaleza que, en el uso de su libertad, hacen que sus providenciales designios se cumplan.

No es extraño que esas «no meras coincidencias» se hagan presentes cuando los acontecimientos tienen una especial relevancia para la humanidad y vienen acompañados de tiempos de particular tribulación. Momentos que marcan un parteaguas en la Historia, un punto de inflexión en su camino, para que quien tenga «ojos para ver y entender», pueda hacerlo.Esto ya fue desarrollado al considerar lo sucedido con ocasión del parteaguas de la Revolución Francesa en 1789, y con la Revolución Bolchevique de 1917 y su correlación con las apariciones de la Virgen María en Fátima. Ambos acontecimientos se encuentran recogidos en la historiografía de forma unánime como eventos muy señalados. En estas ocasiones, el Señor de la Historia se quiso hacer presente con un mensaje «encriptado», con coincidencias de fechas concretas, como vimos.

Mariofanías de Garabandal

En otras ocasiones las coincidencias se producen no sólo en una o varias fechas significativas, sino entre acontecimientos que tienen duraciones de incluso años. Es el caso, por ejemplo, de las mariofanías de Garabandal, sucedidas entre los años 1961 y 1965, coincidiendo con la preparación y desarrollo del Concilio Ecuménico Vaticano II. En ese momento se trató de mensajes de la Virgen cuyo contenido eran de singular interés para la Iglesia Católica, que precisamente estaba reflexionando sobre ellos en Roma. Por ejemplo, respecto del Misterio de la Eucaristía, señalando la Madre de la Iglesia en Garabandal que «a la Eucaristía cada vez se le da menos importancia».

En estos casos, para una adecuada comprensión del significado de esa «no mera coincidencia», siempre bajo una especial guía del Espíritu Santo, se requiere de un discernimiento que contemple esa relación entre ambos sucesos como algo consustancial a ellos, al haber sido querida así por el brazo de Dios que guía la Historia.En otras ocasiones, esas significativas coincidencias se producen entre los acontecimientos y los protagonistas individuales que los encarnan, teniendo una misión complementaria para llevar a cumplimiento un determinado designio providencial. El suceso que vamos a desarrollar a continuación es una clara muestra de ello.

Por un lado, se encuentra Fátima y la venerable sierva de Dios, la Hermana Lucia y, por otro, está la freguesia de Balasar (una parroquia agrícola situada a 50 kilómetros de Oporto) y la beata Alejandrina da Costa, alma mística a la que el Cielo encargó, entre otras misiones, hacer llegar al Papa el deseo de que consagrase el mundo al Inmaculado Corazón de María. Lucia nació en 1907 y falleció en 2005, y Alejandrina nació en 1904 y falleció en 1955, un 13 de octubre precisamente, que fue la última revelación de Fátima. «Fátima y Balasar, dos tierras hermanas» es una afirmación del P. Humberto M. Pasqual, salesiano y segundo director espiritual de la beata Alejandrina.

El Sábado Santo de 1918, Alejandrina, de 14 años, se encontraba realizando su trabajo de costura con su hermana y otra muchacha. De repente, sufrieron el ataque de tres hombres que irrumpieron en la habitación donde estaban. Ella, para salvaguardar su pureza amenazada, se lanzó desde la ventana situada a cuatro metros del suelo. Las heridas sufridas en su columna vertebral, tras 6 años de duros padecimientos, la inmovilizaron hasta el final de su vida, a los 51 años, ofreciendo sus sufrimientos al Señor como víctima para la conversión de los pecadores.

Es de singular relevancia la conexión que entre ambos lugares realizó el mismo Cardenal Cerejeira, Patriarca de Lisboa que, al inaugurar la Basílica de Fátima en 1953, escribió a Alejandrina diciéndole que «la había colocado en la patena junto a Jesús, ofrecida como víctima de los pecadores». «El unir los nombres de estas dos localidades y sus protagonistas no es arbitrario ni sin fundamento, antes bien es fruto de un estudio documentado y de un conocimiento directo de los acontecimientos ocurridos», escribirá su director espiritual, el P. Pasquale, en 1975. Lo hizo al recibir una carta del Cardenal Cerejeira en la que le acusaba recibo de su libro, y le confirmaba «el misterio que asocia la presencia divina en los dos centros de Fátima y Balasar».

El P. Pasquale puso en evidencia «los hilos de la trama celeste que unen los dos lugares y las protagonistas de las extraordinarias revelaciones». De entre esas convergencias, destacará las que consideraba esenciales, como dos privilegiadas mensajeras, a Lucia y Alejandrina, que «aunque desconociéndose entre sí, se complementan en su misión». Por ello no dudará en afirmar que Balasar es «una explicación, una acentuación y un complemento de Fátima».

Fátima ganó renombre mundial por la voz y el mensaje de los 3 niños pobres y analfabetos de los que se sirvió el Cielo para llamar a los hombres hacia Dios. Sucederá lo mismo con Balasar, donde Alejandrina, en su forzada soledad, se consagrará a los sagrarios para reparar las profanaciones a las que son sometidos por los pecadores. La Eucaristía está muy presente tanto en Fátima como en Balasar, al igual que el llamado a la devoción a los Corazones de Jesús y de Maria y el rezo del Santo Rosario.

La visión del infierno

Muy significativa es la visión del infierno que tuvieron los tres pastorinhos el 13 de julio de 1917 en la Cova da Iría,al igual que Alejandrina las tendrá en Balasar en 1945. Pero, sin duda, lo que dará mayor proyección a la estrecha coincidencia entre ambos lugares será la consagración «del mundo» al Inmaculado Corazón de María, que el Papa Pío XII efectuará por radio el 31 de octubre de 1942, y que será renovada el 8 de diciembre en la Basílica de San Pedro. En ese año se cumplía el 25 aniversario de los hechos de Fátima, y la Segunda Guerra Mundial se encontraba en el momento de mayor avance por la Wermacht.

Ella había venido a tratar de evitar esa guerra por medio de la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón por parte del Papa, y no se había efectuado. Alejandrina había recibido la reiterada revelación del Señor –en 1936 y 1938, durante la Guerra Civil española– de la necesidad de evitar la ruina del mundo mediante su consagración al Corazón Inmaculado de Su Madre. Su petición fue trasladada al Santo Padre el 10 de mayo de 1938 y urgida en 1939. Finalmente se realizó el 31 de octubre de 1942, y la guerra tendrá un punto de inflexión inmediatamente, en noviembre de ese mismo año. En ese mes se sucederán en 3 escenarios bélicos –Alamein, Stalingrado y Guadalcanal– 3 derrotas militares del Eje que decidirán la suerte final.

Un reciente libro de Peter Englund lo evoca en su título: «Noviembre 1942. Cómo se decidió el destino del mundo». Suele ser habitual que, en la ecuación, Dios no exista. Y así nos va.