Brote de ébola

Imprudencia o negligencia: el puzle no encaja

Reconstruimos los días vividos por Teresa desde su contagio tras salir de la habitación de García Viejo hasta su ingreso en el Hospital Carlos III 13 días después

Trabajadores de La Paz-Carlos III desinfectan la habitación de García-Viejo
Trabajadores de La Paz-Carlos III desinfectan la habitación de García-Viejolarazon

El pasado seis de octubre el Ministerio de Sanidad confirmaba en España el primer caso de ébola fuera de África. Teresa Romero, una auxiliar de enfermería que había atendido a los dos misioneros españoles infectados que llegaron desde Liberia y Sierra Leona, se había contagiado con el virus. Desde ese momento, todo lo que le había hecho los últimos días –su enfermedad, su desprotección, sus posibles errores, su perro y hasta su depilación– se convirtió, además de un asunto de interés mundial, en un campo abonado de rumores, indignación y temor en casi todas las tertulias de Alcorcón. Este periódico ha hecho un recorrido tras los pasos de Teresa antes de su ingreso en el Carlos III de Madrid, algo más de una semana, que empezó el 27 de septiembre.

25 de septiembre

Muere García Viejo

Sin embargo, hay dos fechas anteriores que cabe reseñar: el 22 y el 25 de septiembre. El día 22 la auxiliar accedió por primera vez a la habitación del religioso Manuel García Viejo para cambiarle el pañal. Formaba parte del equipo que lo atendía y, a tenor de un informe de la Comunidad de Madrid, llevaba puesto el equipo de protección establecido por el protocolo. Tres días después, Romero entró por segunda vez en la habitación. García Viejo acababa de fallecer de ébola, y ella tenía que retirar el material de desecho en una bolsa. En principio, no se detectaron irregularidades en su trabajo, aunque posteriormente Teresa ha declarado, sin tener la convicción plena, que el contagio pudo producirse instantes después, al quitarse el traje y rozarse la cara con un guante.

27de septiembre

Examen multitudinario

El mismo día que Teresa empezó sus vacaciones, la última semana de septiembre, aprovechó para presentarse a una multitudinaria convocatoria de auxiliares de enfermería para intentar conseguir una plaza en la Sanidad Pública madrileña. Igual que ella, desfilaron por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, en Somosaguas, miles de opositores. Muchos de ellos expresaban estos días en foros y redes sociales su inquietud tras saber que la sanitaria portaba el virus.

Ajena a lo que estaba por llegar, ella completó el examen teórico en el aula 315, en la tercera planta, donde esta semana los alumnos bromeaban después de sus clases sobre la (inexistente) desinfección de la mesa donde estuvo sentada. Sólo dos días desde su último contacto con el sacerdote fallecido por ébola, aún no habían aparecido los primeros síntomas.

29 y 30 de septiembre

Paseo a Excalibur y visita al ambulatorio

El siguiente capítulo conocido en la vida de Teresa Romero es la madrugada del 29 al 30 de septiembre. Sintió unas décimas de fiebre y lo comentó vía chat telefónico a algunas de sus compañeras, que hoy se declaran indignadas por la negligente atención que se le prestó. Al comunicarlo al Servicio de Prevención de Riesgos Laborales del hospital donde trabajaba, el Carlos III, la recomendación fue escueta: descanso y control de la temperatura corporal dos veces al día, de acuerdo con el protocolo de seguimiento pasivo al que se sometía a todos los sanitarios que habían atendido a los misioneros enfermos. También le sugirieron que acudiera a su centro de Atención Primaria, situado a pocos metros de su casa. Eso hizo.

La médico que la atendió, y le recetó el paracetamol que pudo bajarle la fiebre, enmascarando su verdadero estado de salud, es hoy una de las catorce personas que permanecen ingresadas por posible contagio. También está en observación una de las limpiadoras del centro, el otrora masificado ambulatorio Pedro Laín Entralgo (llamado así en honor a un médico intelectual que buceó en la naturaleza profunda del ser humano, en sus miedos), que hoy está desierto. Tres de cada cuatro pacientes ha anulado, o no se ha presentado, a su cita facultativa durante la última semana. Los pocos que esperan para ser atendidos indagan sobre quién pudo ser la doctora que trató a Teresa. Nadie les aclara las dudas. Palabras como susto y riesgo de infección suenan más altas que las demás y el desasosiego es latente. También entre el personal sanitario y de limpieza del ambulatorio, en cuya entrada un guardia de seguridad impide la entrada de cámaras. «La información nos llega por todos los medios, Prensa, internet, vecinos... por todos los medios menos por los oficiales», se queja Setefilla, usuaria habitual del centro, y también del hospital de Alcorcón, desde hace quince años. «El ébola me asusta mucho, y más ahora que me he enterado de que Teresa estuvo en la misma sala de espera, y quién sabe si en la misma consulta, que yo», apostilla. La propia Teresa Romero ha reconocido que ese día, en la consulta, nunca refirió que fuera personal sanitario o que hubiera estado en contacto con un enfermo de ébola. «Con todos mis respetos para la enferma, actuó muy mal. A quién se le ocurre, habiendo estado tan cerca del virus, venirse a la sala de urgencias de un centro de salud siempre lleno de gente, como éste, y encima no comunicarlo», dice Isabel, una señora que sale del ambulatorio, por otra parte, «encantada» porque no ha tenido que esperar para que la atendieran. Y añade: «Es un asco que conozcan el pueblo por estas cosas».

Al parecer, después de su paso por el centro de Atención Primaria, Romero fue a depilarse, aunque aún no se ha revelado dónde. Resultado: tres esteticistas engrosan actualmente la lista negra de personas en observación del Hospital Carlos III y todas las peluquerías del barrio, inusualmente vacías, van a pique.

1 de octubre

Vida separada con su marido

Según el testimonio de su marido, Javier Limón, desde que empezaron los síntomas febriles la pareja había dejado de compartir cama y baño. Él asumió la responsabilidad de sacar de paseo al tercer miembro de la familia, el tristemente famoso perro Excalibur. Además, Teresa pidió a su hermano que no fuera a visitarla por estar enferma, y decidió descartar un viaje previsto a su tierra natal, Lugo. Se sentía mal y pasó los días siguientes sin salir de casa. Algunos vecinos corroboran este punto, y otros aseguran haberla visto deambular por las zonas comunes de la urbanización «toda la semana, quejándose de que se encontraba fatal».

Hoy, mezclados entre mirones, Policía y operarios en misión de limpieza de choque, decenas de periodistas, operadores de cámara y fotógrafos acechan atentos cualquier movimiento que se produce a las puertas de su casa. Un coche patrulla cierra el paso. Los extraños no son bienvenidos a un bloque donde el ánimo está ya lo suficientemente alterado. Mientras tanto, la vivienda ha sido tabicada con pladur y el pasado viernes, 48 horas después de que se desalojara al perro para su sacrificio, se terminaron las labores de desinfección.

2 de octubre

El malestar aumenta

Teresa volvió a llamar al Servicio de Riesgos Laborales del Hospital Carlos III el 2 de octubre. La fiebre persistía pero le indicaron que no era lo suficientemente elevada como para considerarla un caso de ébola. Un día después telefoneará de nuevo: seguía con fiebre, además de con astenia y lumbalgia. El Sindicato de Auxiliares de Enfermería de Madrid ha denunciado que, aunque su temperatura ya había superado los 38,6 grados, no se activaron los protocolos de rigor, como la realización de pruebas, ingreso y aislamiento. Otras fuentes indican, en cambio, que no tuvo fiebre alta hasta el día 6 de octubre.

6 y 7 de octubre

Ébola, tenemos un problema

Pasaron los días y la fiebre y el malestar continuaban. Parece que fue entonces cuando Teresa empezó a asumir que el suyo tenía todas las papeletas de ser un posible caso de ébola. Ante una nueva llamada de auxilio, el Carlos III la remitió al Servicio de Urgencias de Madrid (SUMMA), al que llamó Javier Limón el domingo por la noche, avisando de la posibilidad de que su mujer hubiera contraído el mortífero virus.

Finalmente, una Unidad de Asistencia Domiciliaria la trasladó a su hospital de referencia, el de Alcorcón, donde llegó con fiebre y erupción cutánea y permaneció hasta pasada la medianoche.

Varios miembros del personal sanitario que la asistió durante ese día están siendo actualmente vigilados de cerca en el Carlos III. Como la enfermera que se encargó de extraerle sangre, que sufrió ataques de ansiedad tras conocer que Teresa estaba infectada. También ingresó, a petición propia, el médico de urgencias que la atendió, Juan Manuel Parra, después de denunciar fallos en el protocolo de seguridad y falta de material para encargarse de su paciente. Según relata en una carta, cuando él se incorporó a la guardia, hacia las ocho de la mañana del lunes, Romero mostraba «hipotensión, náuseas y malestar», signos que se intensificaron y agravaron con «diarrea y mayor afectación» según transcurría la mañana.

Durante ese tiempo, dos análisis (a las tres y a las siete de la tarde) confirmaron en Teresa el primer caso de ébola fuera de África. Cinco horas más tarde, una ambulancia la llevó al Carlos III, hospital de referencia de enfermedades infecciosas. Allí permanece ingresada desde el pasado 6 de octubre la profesional experimentada, la sanitaria voluntariosa que se empeñó en salvar las vidas de otros, sin sospechar que la suya acabaría convirtiéndose en el lugar común de infinitamente esmeradas conversaciones de barrio sobre lo efímero, de ésas que suelen terminar con un «se acabó lo bueno, ¿eh?».