Zaragoza

La peor pesadilla del barrio de Casetas

Un agente peinaba ayer las proximidades de la fábrica de pirotecnia
Un agente peinaba ayer las proximidades de la fábrica de pirotecnialarazon

La fuerte deflagración en Pirotecnia Zaragozana se ha saldado con seis víctimas mortales, todas ellas del cercano barrio rural de Casetas. Allí, las noches del lunes y el martes fueron agitadas, con vecinos dándose el pésame o preguntando por los fallecidos. De hecho, el martes la asociación de comerciantes del lugar guardó a mediodía un minuto de silencio frente a la alcaldía, sita en la Plaza del Castillo, donde los rostros de emoción eran tan visibles como irremediables.

A pesar de que las identificaciones de los tres cadáveres tardarán unos días, los familiares ya empezaban a asumir en la mañana de ayer lo ocurrido. Mari, que regenta una floristería, ha perdido a su hermano Carlos y tiene a su cuñada, Silvia, «muy grave» en la UCI. «Ayer nos dijeron que podía ser uno de los desaparecidos y a las doce nos van a hacer la prueba del ADN, pero aún tardarán en confirmarnos que es él, pobrecico», explicaba enfundada en riguroso luto. Sobre su cuñada, comentó que «la operaron anoche; tiene un traumatismo craneoencefálico, un pulmón perforado y varias costillas rotas».

Peor suerte ha corrido el matrimonio formado por Carmen y Javier. Ambos fallecieron el lunes a causa de la mencionada deflagración. Una noticia que cayó como un mazazo para su único hijo, policía, y que «acaba de ser padre hace apenas dos meses», según fuentes cercanas a la familia. Aunque aquí el drama se ha cebado en exceso, pues el hermano del fallecido estaba casado con una mujer, María, que ha sido otra de las víctimas. «Él se salvó porque había estado trabajando fuera el día anterior y le tocaba guardar fiesta», afirma un vecino del barrio al que todavía le cuesta explicarse «cómo puede cambiar todo tan rápido». Este último matrimonio tiene una hija en común, Saray, conocida porque regenta una peluquería.

También murió en el accidente de las instalaciones de Garrapinillos Juan José Lapuente. «Estaba a punto de jubilarse y, además, su esposa no había pasado una buena racha», añaden quienes les conocen, que no olvidan que su hija le había dado «dos nietos preciosos». Una mala suerte que también ha corrido otra de las víctimas, Gregorio Royo, conocido en el barrio porque tocaba en la charanga de una de las peñas más populares del lugar. Unas jornadas terribles para un barrio obrero de algo más de 7.000 habitantes, poco acostumbrado a que la calma de la rutina sea golpeada con las peores circunstancias que se pueden esperar.