El verano ya está aquí y con él llega la temporada de frutas frescas como las fresas. Su color rojo intenso y su dulzor las convierten en uno de los productos más deseados para postres, tartas o simplemente para disfrutar solas. Sin embargo, su fragilidad y rápida descomposición suelen frustrar a quienes buscan conservarlas más tiempo en casa. Pero existe una solución sencilla y con base científica.

Muchos consumidores compran fresas y, tras llegar a casa, las guardan directamente en la nevera. El problema es que, si no se tratan adecuadamente, las fresas pueden empezar a estropearse y a mostrar moho en apenas un par de días. Según expertos, el secreto para prolongar su frescura está en un paso previo antes de almacenarlas: un lavado especial.

La clave está en un simple baño con agua fría y un poco de vinagre. Este método ayuda a eliminar posibles esporas de moho presentes en la superficie de la fruta. El procedimiento es sencillo: se sumergen las fresas en una mezcla compuesta por vinagre y agua fría durante dos o tres minutos. Tras este breve baño, es importante enjuagar bien las fresas con agua limpia y secarlas cuidadosamente con papel de cocina o un paño limpio.

Una vez limpias y secas, las fresas deben guardarse en un recipiente hermético forrado con papel de cocina, que absorbe la humedad residual. Este paso ayuda a evitar la aparición de moho y a mantener la fruta firme durante más tiempo. No obstante, incluso con este método, no es recomendable guardar las fresas más de dos o tres días en la nevera, ya que pueden volverse blandas y perder su sabor.

Expertos en consumo insisten en que las fresas con zonas blandas deben comerse lo antes posible, mientras que aquellas que presentan moho visible deben desecharse inmediatamente. El lavado con vinagre es útil para prevenir la aparición de moho, pero no puede revertir el deterioro ya existente.