Clausura de la JMJ

El Papa agita a los jóvenes: «¡Sean surfistas del amor!»

Francisco remata cinco días de viaje a Lisboa respaldado por un millón y medio de peregrinos en la misa de envío de la Jornada Mundial de la Juventud

La Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa ha echado el cierre. Y lo ha hecho superando todas las expectativas. No solo porque en la vigilia y en la eucaristía de clausura se reunieran más de un millón y medio de peregrinos, sino porque el desbordamiento que se preveía tanto en la capital durante toda la semana pasada como en los actos finales se tradujo en una organización apreciada por los peregrinos. El multitudinario encuentro portugués suponía también una prueba de fuego para el Papa Francisco, que hace apenas un mes y medio pasaba por quirófano para afrontar una operación de una hernia abdominal. A lo largo de estos cinco días de viaje no ha mostrado síntoma alguno de cansancio, más allá de las limitaciones de su maltrecha rodilla. Es más, Jorge Mario Bergoglio ha echado mano de esa naturalidad que le caracteriza cuando sabe que no precisa de traductor.

En todas y cada una de sus alocuciones, el pontífice de 86 años arrancó leyendo los textos que traía preparados de Roma, pero apenas avanzaba unos párrafos, dejó los papeles a un lado y se dirigió a unos y a otros como si de un párroco se tratara, buscando una interlocución directa con los jóvenes. Tanto ha sorprendido esta espontaneidad del Papa que hay quien ha querido justificarlo con un problema de visión. La Santa Sede lo desmintió y el propio Francisco lo ha refutado en la homilía de la misa de envío, cuando leyó de principio a fin lo previsto, colocando alguna de sus apostillas improvisadas cuando buscaba llamar la atención de la multitud que le escuchaba a orillas del Tajo bajo un sol y un calor que ya apretaban a primera hora de la mañana.

Más allá del miedo

«No tengan miedo», repitió una y otra vez durante la homilía a una generación en la que confía que se convierta «en el presente y el futuro de la Iglesia y del mundo», capaz de «luchar por la justicia y la paz». «La Iglesia y el mundo les necesitan como la tierra necesita la lluvia», enfatizó.

El Papa llamó a los jóvenes a dejarse iluminar por «la luz de la resurrección de Jesús, porque Él es la luz que no se apaga, es la luz que brilla aun en la noche». A la par, les advirtió de que «no nos volvemos luminosos cuando mostramos una imagen perfecta, bien prolijitos, bien terminaditos». Al concluir la eucaristía, en su reflexión en torno al rezo del ángelus, el Santo Padre volvió a encargar a los presentes que se conviertan en constructores de un mundo en paz. Después de recordar «a quienes no han podido venir a causa de conflictos y guerras», con una mención explícita a Ucrania, Francisco compartió una inquietud: «Amigos, permítanme que yo, anciano, comparta con ustedes, jóvenes, un sueño que llevo en el corazón: el sueño de la paz, el sueño de los jóvenes que rezan por la paz, viven en paz y construyen un futuro de paz».

Para rematar la mañana, el Papa desveló un secreto a voces estos días en Lisboa: la próxima sede de la JMJ. La ciudad escogida es Seúl, que acogerá el encuentro en 2027. «Así, desde la frontera occidental de Europa se trasladará al Lejano Oriente: ¡este es un hermoso signo de la universalidad de la Iglesia y del sueño de unidad del que ustedes son testigos!», dijo el Papa, sabedor de que Corea del Sur es uno de los balones de oxígeno de la Iglesia. Y es que, en las dos últimas décadas, los católicos han aumentado un 50 por ciento hasta situarse en los seis millones de creyentes en un país con 52 millones de habitantes. Eso sí, antes de viajar hasta Seúl, el pontífice convocó a todos a participar en Roma en el Jubileo de 2025.

Sin embargo, la presencia de Francisco en Lisboa no se cerró en el Campo de Gracia. Antes de volver al Vaticano, se reunió con parte de los 25.000 voluntarios que han hecho posible este encuentro. Desde el paseo marítimo de Algés, Bergoglio agradeció su entrega porque «han sido un ejemplo en el servicio a los demás». «Quien ama no se queda de brazos cruzados, quien ama corre para ponerse al servicio de los demás», elogió el Papa, que trasladó su percepción personal: «Yo solo vi el final, pero noté una cosa: tenían los ojos luminosos por la alegría del servicio».

En definitiva, para Bergoglio «hicieron grandes cosas como un gesto pequeño, como ofrecer una botella de agua al desconocido». Precisamente a los voluntarios les regaló la moraleja final de esta JMJ: «Ustedes han desafiado esta gran ola de jóvenes que ha llegado a Lisboa. Fíjense si son valientes. Sigan en las olas de la caridad y del servicio. ¡Sean surfistas del amor! ¡A subirse a la ola!». Con estas palabras el pontífice se despidió de los jóvenes y de la Iglesia portuguesa, que ha estado a la altura, tanto en materia organizativa como en acogida, enterrando las voces que auguraban que no sería capaz de afrontar un reto como la JMJ, que ha superado con nota.