
Tribuna
"Pedro, apacienta mis ovejas"
Los 134 cardenales han demostrado, en una breve reunión, su capacidad para encontrar la persona que puede acoger, congregar, dirigir y acompañar a los creyentes

Vivimos momentos de recogimiento, sentido de pertenencia, memoria agradecida, purificación de los sentimientos, disposición de seguimiento al Dios de la vida. Nuestra fe en Cristo y nuestro sentido comunitario pueden sostener una Iglesia reunida para dar gracias, despedir a Francisco y acoger a León.
Humanamente resulta sorprendente, pero causa de satisfacción, la actuación de 134 cardenales de origen tan disperso, con idiomas, culturas, razas, formación y sicologías tan diferentes, pero que creen en el mismo Dios, se sienten comprometidos con sus pueblos y actúan conscientes de formar parte de los discípulos de Cristo. Cada uno de ellos tan suyo y, a menudo, distantes, pero que en muy poco tiempo han sido capaces de converger en quien han considerado puede ser el necesario sucesor de Pedro.
Quienes formamos la Iglesia hemos vivido momentos de dolor, preocupación, desconcierto. El momento actual no favorece con frecuencia el recogimiento, la reflexión pausada, la esperanza tranquilizadora. Son los medios de comunicación quienes se adelantan, informan, dictaminan y pueden convertirse en informaciones interesadas e inquietantes o portavoces de cuanto sucede. Ha sido llamativo en esta ocasión el interés y la seriedad de sus aportaciones.
Los 134 cardenales han demostrado en una breve reunión su capacidad para encontrar la persona que puede acoger, congregar, dirigir y acompañar a los creyentes. Han convertido el cónclave en la representación de una Iglesia de hermanos que desea seguir al Señor fraternamente unidos entre sí y con todos los habitantes de este mundo que es el nuestro.
León ha resultado una promesa y una confirmación. Es norteamericano de nacimiento, de familia española por parte de madre y peruano de adopción. Cristiano por el bautismo, católico por convicción, religioso agustino por vocación, misionero en Perú por generosidad, obispo y cardenal por necesidad y decisión eclesial. Habla, al menos inglés, español e italiano.
Quiero destacar tres características suyas: religioso, misionero y especialista en derecho canónico. En esta situación difícil que atravesamos los creyentes, la disminución acelerada de los religiosos constituye un drama grave. Ellos han sido determinantes en la elaboración de doctrinas espirituales que han conformado la vida cristiana. Los santos Agustín, Francisco Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, De Foucauld y tantos otros, han marcado durante siglos la vida espiritual de los cristianos. La disminución de los religiosos y su sustitución por experiencias variopintas que parecen imponerse, constituye un peligro impredecible. Este papa religioso puede animar a más jóvenes a optar por fundadores y congregaciones de tradición consolidada.
León XIV afirmó tras su elección que su vida había sido fundamentalmente misionera, y esta constituye una experiencia que puede marcar una mente y unas actitudes, especialmente importantes en quien tiene que dirigir una Iglesia tan plural y, a veces, demasiado centrada en sus problemas. Un papa religioso inteligente podrá privilegiar aspectos eclesiales más olvidados, pero no menos importantes.
Me llama la atención, sobre todo, que en su peripecia vital incluya la especialidad en derecho canónico. Solo se puede reformar lo que se conoce. Misionero y especialista en derecho
canónico resulta bastante sorprendente, pero no cabe duda de que resulta providencial en un momento en el que se exige la reconversión de este Derecho eclesial.
Este nuevo papa, con una vida crisol de culturas y problemas puede ser capaz de construir puentes y favorecer la paz interna eclesial y social.
Finalmente, elegir el nombre León constituye un enorme acierto. León afrontó con decisión el tema social de entonces, la miseria del mundo obrero y campesino en el período de conformación de una burguesía creativa y arrolladora. Su encíclica Rerum Novarum pone en acción la preocupación de los creyentes por la miseria de tantísimos ciudadanos, fomentando y encauzando así la preocupación activa de los fieles por sus hermanos en peores condiciones. Juan XXIII y Juan Pablo II, con sus importantes encíclicas sociales, completaron y actualizaron esta doctrina hasta nuestros días. Este nombre constituye un importante compromiso del nuevo Papa. Un compromiso también para todos los cristianos.
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