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Psicología

Qué son las “personas esponja”, según la psicología: “pueden terminar agotadas emocionalmente”

No es simple empatía, es un rasgo de la personalidad que lleva a absorber el estado de ánimo ajeno hasta el punto de confundirlo con el propio y tiene sus riesgos

Qué son las “personas esponja”, según la psicología: “pueden terminar agotadas emocionalmente” Freepik

En el complejo universo de las relaciones humanas, existen individuos que, lejos de limitarse a comprender el sentir ajeno, lo absorben hasta hacerlo propio. Son personas que, tras una conversación cargada de angustia, se sienten inexplicablemente tristes, o que perciben la tensión de una sala como un malestar físico. La psicología ha acuñado un término metafórico, pero de gran precisión para describirlas: "personas esponja". Aunque no se trata de un diagnóstico clínico, esta denominación refleja una realidad que puede llevar a un profundo desgaste.

Paulina Vargas, psicóloga y divulgadora, explica que este fenómeno va un paso más allá de la empatía. "Ser empático implica comprender las emociones del otro sin necesidad de apropiarse de ellas", aclara. No se trata de empatía, que permite comprender sin apropiarse, sino de una fusión emocional que, con el tiempo, puede resultar desgastante y difusa.

Captar en exceso, sentirse responsable

Las "personas esponja" son aquellas que tras interactuar socialmente se sienten extenuadas, agobiadas por emociones que no sienten como propias, y aquejadas por una culpa casi automática si no logran socorrer o priorizar a los demás. Se sienten responsables del bienestar ajeno, buscan soluciones y olvidan cuidarse a sí mismas. No saben poner límites y, con frecuencia, caen en relaciones desequilibradas, donde son quienes siempre dan.

A esta sobrecarga emocional se suma una confusión profunda entre lo propio y lo ajeno: ¿es lo que siento realmente mío o es lo que he absorbido de otros? Esa falta de distinción lleva al agotamiento físico y mental y, en los casos más graves, a un desgaste continuo.

Aunque el término "esponja emocional" no figura en los manuales clínicos, su sustrato está lejos de ser metafórico: está emparentado con el concepto de personas altamente sensibles (PAS), acuñado por la psicóloga Elaine Aron en los años 90. Se estima que entre el 15% y el 20–30% de la población presenta este rasgo: una sensibilidad perceptiva y emocional elevada, capaz de volverse una ventaja o un desafío, según el contexto.

Investigaciones en psicología moderna, como las de Jean Decety, distinguen claramente entre la empatía (comprender y compartir) y la fusión emocional. La empatía permite conectarse sin perder la propia identidad; lo contrario puede ser una de las causas del síndrome de la persona esponja.

Es una paradoja dolorosa: lo que podría ser un rasgo positivo, la empatía profunda, se vuelve una carga sostenida. Así lo ilustra la psicología: quienes actúan como “esponjas emocionales” tienden a atraer personas con cargas emocionales pesadas, convirtiéndose en receptáculos involuntarios. Al final del día, la sensación es a menudo de agobio, confusión y pérdida de uno mismo.

¿Y si pudiera cambiarse el patrón?

En su publicación, Paulina Vargas ofrece una hoja de ruta clara:

  • Reconocer los límites emocionales propios. Distinguir lo que es tuyo y lo que no: preguntarse “¿esto lo siento yo o lo estoy absorbiendo?”.
  • Observar las emociones ajenas desde una distancia saludable, sin apropiación.
  • Establecer límites claros, una línea razonable entre lo que me afecta y lo que no.
  • Cuidar la propia energía: alejarse cuando sea necesario, descansar, recargarse.
  • Aprender (o reaprender) a distinguir entre lo propio y lo externo, un ejercicio de autocompasión y autolimitación.

Identificarse como una "persona esponja" no es una condena, sino una valiosa llamada de atención. Es el reconocimiento de una sensibilidad extraordinaria que, desprovista de las herramientas de gestión adecuadas, puede volverse contra uno mismo. Aprender a colocar un filtro, a diferenciar entre acompañar y cargar con el peso ajeno, es el camino para que esa gran capacidad de sentir se convierta en una fortaleza y no en una carga que termine por ahogar.