Psicología
Los traumas infantiles aumentan el riesgo de suicidio en niños, adolescentes y adultos
Vivir experiencias adversas en la infancia, especialmente abusos sexuales, multiplica por cuatro el riesgo de sufrir depresión en la edad adulta
Aunque a menudo se tiende a relativizar su impacto considerándolos “experiencias negativas pasajeras” o “etapas complicadas inherentes a la vida”, los traumas infantiles no son inocuos. Experiencias dolorosas como el abuso sexual, la pérdida de un ser querido o el acoso escolar pueden dejar profundas y duraderas heridas en la salud mental de quienes las sufren alterando su desarrollo emocional y afectando su bienestar, su desempeño escolar y laboral, y sus relaciones sociales a lo largo de toda la vida. Son como gotas que caen en un estanque creando ondas que se extienden por toda la superficie y se amplifican con el paso del tiempo. Y pueden derivar en el desarrollo de una depresión grave y crónica, y aumentar el riesgo de suicidio.
Los datos son sobrecogedores. Los niños y adolescentes expuestos a trauma cuentan con 2,6 veces más probabilidades de desarrollar depresión que aquellos niños y adolescentes no expuestos a él; este trauma psicológico aumenta el riesgo de suicidio de 2 a 5 veces en niños, adolescentes y adultos. Así se ha puesto de manifiesto durante el XXI Seminario Lundbeck “La depresión, ¿nace o se hace?”. “Las experiencias vividas en la primera infancia modulan de forma significativa la manera de relacionarse con el mundo en la edad adulta. En términos de riesgo de desarrollo de depresión serían traumas como el abandono de un progenitor por separación, muerte o bajos cuidados y los abusos sexuales y psíquicos los que influyen en mayor medida”, ha asegurado Alba Babot, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria en el Área Básica de Salud de La Garriga (Barcelona).
La experta ha recordado que el trauma psicológico derivado de vivir múltiples experiencias adversas en la infancia, especialmente los abusos sexuales, multiplica por cuatro el riesgo de sufrir depresión en la edad adulta y que, cuanto más crónico es el abuso, mayor es la prevalencia de depresión de por vida. También ha indicado que un elevado porcentaje de adultos con depresión presenta antecedentes de trauma infantil -el 62,5% frente al 28,4% de personas sana-, lo que se asocia a una peor respuesta al tratamiento antidepresivo o remisión, especialmente si han sufrido abuso antes de los 7 años. Y es que, el abuso infantil predice peores resultados: depresión de inicio más temprano, mayor riesgo de depresión recurrente, curso más grave de la enfermedad y mayor cronicidad.
El estrés crónico y la depresión infantil
Pero no todas las experiencias negativas derivan en un trauma psicológico. Como recuerdan los expertos, la cuestión no es lo que has vivido, sino “cómo lo has vivido". Para hacer esta afirmación, los profesionales parten de que cada individuo es único y puede tener diferentes respuestas al estrés. Algunos niños pueden ser más resilientes y superar las adversidades, mientras que otros pueden experimentar mayores dificultades para hacerlo. “Los perfiles psicológicos más vulnerables a la depresión son aquellos a los que les resulta más difícil afrontar situaciones estresantes”, ha explicado José Manuel Montes, Jefe de Sección de Psiquiatría del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid.
Según la literatura científica, una experiencia traumática es cualquier situación en la que una persona se ve expuesta a escenas de muerte real o inminente, lesiones físicas graves o agresión sexual, ya sea en calidad de víctima directa, cercana a la víctima o como testigo. Y el trauma psicológico surge cuando la respuesta de la persona a uno de estos eventos es altamente estresante. Es decir, el niño o adolescente sucumbe a un cóctel de adrenalina y cortisol que ocurre cuando los eventos que experimenta vencen a su capacidad de respuesta para salir adelante. El estrés crónico es el que tiene ese alto poder destructor en el desarrollo infantil.
Algunas de estas experiencias negativas que viven los niños y adolescentes son ajenas a cualquier control, como puede ser el fallecimiento de un ser querido o el estallido de un desastre natural. Pero existen otros factores detonantes del estrés excesivo en los niños que dependen de la voluntad humana. Es el caso del abandono, la soledad o el acoso escolar. Este último es considerado por los expertos como un evento potencialmente traumático.
El acoso escolar provoca cicatrices invisibles que afectan a nivel mental, pero también físico. “El estrés que generan situaciones de acoso escolar puede afectar negativamente a la arquitectura cerebral, especialmente en áreas relacionadas con la regulación emocional, la toma de decisiones y la memoria. Esto puede predisponer a problemas de salud mental, como ansiedad, depresión y trastornos de estrés postraumático, que pueden persistir hasta la edad adulta. De hecho, las alteraciones hormonales, la más frecuente la del cortisol, que median las reacciones del organismo hacia el estrés son un factor biológico determinante para el desarrollo de depresión. Pero, además, el estrés crónico en la infancia puede afectar el sistema inmunológico y aumentar la susceptibilidad a enfermedades físicas, como problemas cardíacos, hipertensión, obesidad y diabetes. También puede influir en el comportamiento, provocando dificultades en el control de los impulsos, problemas de conducta, dificultades académicas y dificultad para establecer relaciones sociales saludables”, ha indicado el doctor Montes.
La doctora Babot ha recalcado que el trauma infantil puede predecir la aparición de trastornos depresivos o comórbidos en adultos sin patología de base. Pero no todas las personas expuestas a niveles altos de estrés desarrollarán depresión. “Es la interacción entre genética e influencias ambientales a lo largo de la vida de donde proviene la vulnerabilidad a la depresión en la mayoría de pacientes”, ha comentado.
Prevención de traumas infantiles
La prevención de los traumas infantiles es una tarea fundamental que requiere la participación activa de la sociedad en su conjunto. Una clave para conseguirlo es crear entornos seguros y afectuosos. Esto implica garantizar la protección física y emocional de los niños en sus hogares, escuelas y comunidades. También es básico promover relaciones positivas y saludables entre padres e hijos, cuidadores y niños, y entre los propios niños en las que impere el apoyo emocional, la comunicación abierta, el establecimiento de límites adecuados, el fomento de la confianza y el respeto mutuo. Y no menos importancia tiene el hecho de fortalecer la resiliencia en los niños brindando apoyo emocional, enseñando habilidades de afrontamiento, fomentando la autoestima y promoviendo la resolución de problemas.
En los casos en los que no se llegue a tiempo para prevenirlos, los profesionales consideran fundamental abordar los traumas de forma temprana identificando las situaciones de riesgo y vulnerabilidad para prevenir otras patologías asociadas. Y, a raíz de ahí, ofrecer sistemas de apoyo que proporcionen seguridad, apoyo emocional y estrategias de afrontamiento efectivas para promover un desarrollo del niño lo más saludable posible. Para ello, la doctora considera necesario “considerar alternativas o tratamientos adyuvantes”. Y añade que, “presumiblemente, la investigación neuroendocrina puede promover una atención clínica optimizada”.
Los expertos insisten en no subestimar la incidencia e importancia de la depresión asociada al trauma infantil, ya que requiere de una atención y tratamiento especializados.
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