Pandemias

El virus del aeropuerto

Los pasajeros de líneas aéreas pueden ser el foco de inicial de futuras pandemias. Las matemáticas ayudan a evitarlo

Los aeropuertos, un posible coladero de rebrotes del Covid-19
Los aeropuertos, un posible coladero de rebrotes del Covid-19DreamstimeDreamstime

En las clásicas películas sobre epidemias, una de las escenas más recurrentes es la del pasaje de un avión observando inocentemente cómo uno de los pasajeros tose sin cesar. El drama se desata de manera inadvertida. Los espectadores sabemos lo que los protagonistas de la acción ignoran: la cadena de contagios se ha desatado.

En la vida real, los aeropuertos y los aviones son también escenarios sensibles para la expansión de virus de todo tipo. La pandemia de covid nos lo enseñó de manera dramática. Ahora, un estudio llevado a cabo por investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) puede ayudar a mejorar la capacidad de respuesta global a las pandemias, limitando el riesgo de contagio entre los usuarios de las líneas aéreas.

El mecanismo de acción de muchas infecciones es muy conocido. Cuando una persona tose, exhala o habla a un determinado volumen expulsa gotículas de aire desde las vías respiratorias que pueden ir cargadas de virus y otros patógenos. En algunos casos, el mecanismo de infección son los llamados aerosoles y, durante la última pandemia, la constatación de que estos fueron los principales causantes de contagiossupuso un punto de inflexión en el intento de control de la crisis.

La transmisión de virus por aerosoles está directamente relacionada con el número de interacciones personales. Por eso, la relación matemática entre el número de personas en un local y el espacio disponible es fundamental en el control de los contagios y en la toma de decisiones sobre medidas sociales. También lo aprendimos en nuestra propias carnes hace un par de años: la distancia social es la mejor estrategia preventiva. El problema es que no en todas las ocasiones es fácil mantenerla.

Uno de los espacios en los que esta distancia se convierte en un reto es, precisamente, en los aviones y salas de embarque de los aeropuertos. Los aeropuertos están diseñados para optimizar el tránsito eficiente de personas y mercancías, para agilizar los procesos y mantener estándares de seguridad aunque ello suponga la acumulación de personas en espacios reducidos por determinados lapsos de tiempo.

La distancia social no es una prioridad. Sería ideal contar con mecanismos de detección de espacios vacíos para poder distribuir grupos de pasajeros a esas zonas en momentos críticos. Eso es precisamente lo que logra el sistema matemático diseñado ahora y hecho público en la revista Nature Communications. En su diseño, ha participado el investigador del CSIC José Javier Ramasco.

Los autores han analizado los itinerarios de más de 200.000 individuos que deambularon por el aeropuerto de Heathrow, en Londres, entre febrero y agosto de 2017. A partir de esos movimientos, han sido capaces de determinar las zonas de mayor riesgo de contagio. El mayor número de potenciales contagios se produce en los espacios donde hay más gente durante más tiempo. No en todos los casos esos espacios peligrosos son los más obvios. En momentos determinados del día, los puntos calientes pueden ser los restaurantes, salas de servicio o tiendas. En otros, las salas de embarque o las colas de la facturación. El modelo matemático elaborado permite generar mapas de riesgo adaptados a cada aeropuerto y fomentar medidas activas de protección: por ejemplo, instalar métodos de desinfección mediante ultravioleta o mejorar las ventilaciones.

Antes del descenso de viajes provocado por la pandemia, las estadísticas globales afirmaban que cada año 4.000 millones de pasajeros transitaban por los aeropuertos de todo el planeta. Al ritmo de recuperación actual, se cree que en 2036 el número podría ascender a 8.000 millones. Es decir, en algo más de una década se habrá duplicado el número de personas que comparten el mismo espacio, respiran el mismo

aire y tocan las mismas superficies. En ese escenario, el control de pandemias se hace mucho más difícil y la probabilidad de que en un aeropuerto surjan las primeras secuencias de un contagio global son cada vez mayores.

Los estudios sobre la proliferación de patógenos en las instalaciones aeroportuarias son abundantes. Un trabajo publicado en 2016 por científicos británicos y finladeses en el aeropuerto de Helsinki durante un pico de infecciones por gripe estacional descubrió que la mitad de las superficies plásticas de las cintas donde se depositan las maletas de mano para pasar el control de seguridad contenían virus. Más recientemente, otro análisis de la compañía de seguros Quotes ha concluido las máquinas de check in manual contienen 253 bacterias por cada pulgada cuadrada (6,5 centímetros cuadrados). En la tapa del inidoro se encuentra una media de 170 bacterias en el mismo espacio.

Como quedó demostrado también en la pandemia de Covid, la monitorización de posibles pasajeros infectados es muy poco eficaz. Muchos individuos pueden ser contagiosos asintomáticos o camuflar sus síntomas si han tomado un medicamento antipirético antes de iniciar su viaje.

El único modo eficaz de detectar pasajeros de riesgo es realizar tests biológicos moleculares (como los PCR) al mayor número posible de viandantes. Pero, obviamente, el procedimiento es demasiado complejo. Un proyecto financiado por el Ministerio de Educación y la iniciativa para la Investigación en el Control de Infecciones de Alemania, trabaja en el diseño de tests no invasivos que analizan compuestos volátiles orgánicos emitidos por la respiración humana. La idea es detectar en el aire posibles patógenos de manera rápida con sensores instalados, por ejemplo, en los arcos de seguridad del control de entrada.

Mientras estas tecnologías se implantan, los aeropuertos pueden poner en práctica otras medidas preventivas. Obviamente, el mantenimiento exquisito de la higiene y la ventilación en las instalaciones es una de las más importantes. La información a los pasajeros mediante señalizaciones disuasorias también ayuda a evitar aglomeraciones innecesarias.

Pero la mejor herramienta preventiva es la identificación a priori de las zonas del edificio que más riesgo suponen. Para ello, los algoritmos matemáticos como los de este estudio ahora publicado son una fuente de información inmejorable. Son el mejor paso hacia la llamada inmunización espacial, es decir, la limpieza o el cierre selectivo de áreas concretas antes de que se produzca en ellas la llegada de posibles víctimas de una cadena de contagios.