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IA

Compra empresas, despide a sus trabajadores y los reemplaza por inteligencia artificial: la estrategia de moda en las startups

La IA está reemplazando la fuerza de trabajo humana, algo que ya no es el futuro, es el presente y además es bastante preocupante

Las tres carreras que, según Bill Gates, la inteligencia artificial no podrá reemplazar Unsplash

El capitalismo siempre ha tenido una fascinación especial por la destrucción creativa, ese concepto schumpeteriano que justifica arrasar con lo viejo para construir lo nuevo. Pero lo que estamos viendo ahora no es exactamente destrucción creativa. Es más bien destrucción algorítmica, y viene vestida con el traje de la innovación tecnológica gracias a la Inteligencia Artificial.

Durante años, los fondos de capital privado han operado como las termitas del mundo empresarial: entraban, devoraban la estructura desde dentro y dejaban solo la cáscara. Ahora, una nueva generación de inversores tecnológicos ha decidido que ese modelo necesitaba una actualización. El problema no era la estrategia depredadora, sino que le faltaba inteligencia artificial.

Y así llegamos a 2025, donde la automatización ya no es una amenaza futura para el empleo, sino el plan de negocio explícito de quienes tienen el capital para ejecutarlo. La diferencia es que ahora lo venden como progreso inevitable, como si despedir masivamente fuera un acto de modernización empresarial. De hecho, muchos expertos señalan que la IA creará nuevos trabajos, no los hará desaparecer.

La fórmula del éxito: comprar, despedir, automatizar, repetir

Elad Gil, multimillonario del sector tecnológico, ha perfeccionado una estrategia que combina la voracidad tradicional del capital privado con el evangelismo tecnológico de Silicon Valley tal y como señalan desde Futurism. El proceso es de una simplicidad brutal: identifica empresas estables con buenos flujos de caja –bufetes de abogados, agencias de marketing, consultoras– las compra, y luego “las ayuda a escalar mediante IA”, que en lenguaje llano significa despedir a la mayor cantidad posible de trabajadores y reemplazarlos con chatbots y algoritmos.

Lo fascinante del esquema no es su novedad –los roll-ups empresariales existen desde hace décadas– sino la desfachatez con la que se presenta como innovación. Gil habla de “cambiar radicalmente la estructura de costes” como si fuera un visionario, cuando en realidad está aplicando la misma lógica extractiva de siempre, solo que ahora con modelos de lenguaje que alucinan datos y generan código defectuoso.

El propio Gil reconoce, sin aparente ironía, que hace una década ya hubo intentos similares de hacer “roll-ups tecnológicos” que terminaron siendo poco más que “una fina capa de pintura para aumentar la valoración”. Su argumento es que esta vez es diferente porque la IA realmente puede transformar estos negocios. Por supuesto, omite mencionar que los modelos actuales de IA son notoriamente malos, precisamente en las tareas que él lista como fundamentales: manipulación de texto precisa, generación de audio y video coherente, programación sin errores, y ventas que requieren comprensión contextual profunda.

Lo que Gil está vendiendo, en esencia, es una apuesta masiva a que la tecnología mejorará lo suficiente como para justificar la destrucción de empleos estables en el presente. Es el equivalente empresarial de quemar los muebles para calentarse, esperando que llegue la primavera antes de quedarse sin nada que quemar.

La estrategia tiene una elegancia perversa: usa los ingresos de las empresas adquiridas para financiar más adquisiciones, creando un imperio construido sobre los escombros de la clase media profesional. Cada bufete de abogados automatizado, cada agencia de marketing convertida en granja de bots, genera el capital para la siguiente víctima. Es el capitalismo de plataforma llevado a su conclusión lógica más despiadada.

Los expertos advierten que la competencia feroz en el sector tecnológico y las limitaciones evidentes de los modelos de IA actuales probablemente conviertan esta estrategia en otro fracaso espectacular. Pero mientras tanto, miles de profesionales habrán perdido sus empleos, sacrificados en el altar de una eficiencia que tal vez nunca llegue. Porque el problema real no es si la IA puede o no reemplazar efectivamente a estos trabajadores – spoiler: en la mayoría de casos, no puede – sino que alguien con suficiente capital está dispuesto a intentarlo, sin importar el costo humano.

Al final, lo que Gil y otros como él están haciendo no es revolucionario. Es la misma extracción de valor de siempre, solo que ahora envuelta en jerga tecnológica y promesas de un futuro automatizado. La única diferencia es que las termitas de antes al menos dejaban la estructura en pie. Estas nuevas termitas digitales ni siquiera prometen eso.