
Mitos de Facebook
El peligro que mata: un estudio masivo revela cómo la desinformación en Facebook causa daños reales en la salud y la confianza pública
La expansión de teorías falsas en Facebook ha demostrado tener un coste muy concreto: pacientes sin medicinas, donaciones desviadas y una ciudadanía cada vez más desconfiada de quienes gestionan emergencia

Facebook está bajo el foco por el impacto que tiene la desinformación difundida en la plataforma. Un estudio reciente, publicado en ISPOR, revela cómo las publicaciones engañosas no solo alteran el debate público, sino que llegan a causar daños concretos en la vida real, provocando desde problemas de salud hasta la desconfianza en instituciones clave.
La investigación demuestra que, aunque existen mecanismos de verificación y moderación, resultan insuficientes para frenar el alcance de contenidos falsos. Para exponerlo, pone de ejemplo tres casos que han causado daños reales y caídas en la confianza de las administraciones: teorías médicas sin base científica, narrativas que minan la credibilidad de organizaciones humanitarias o acusaciones electorales sin pruebas que resurgen cada cierto tiempo.
Los costes reales de la desinformación en Facebook
Uno de los casos más evidentes fue la promoción de la hidroxicloroquina como supuesto tratamiento contra el COVID-19, uno de los mitos del coronavirus. A pesar de que estudios clínicos descartaron su eficacia, en Facebook se multiplicaron las publicaciones que defendían su uso. Miles de comentarios avalaban la idea, mientras otros intentaban corregirla sin el mismo impacto.
La consecuencia no se limitó a la confusión: investigaciones médicas estiman que el uso indebido del fármaco pudo estar vinculado a miles de muertes, además de provocar desabastecimiento en pacientes con enfermedades como lupus o artritis reumatoide.
El fenómeno no se limita al ámbito sanitario. Durante las inundaciones en Queensland y Nueva Gales del Sur, en Australia, circularon en Facebook mensajes que cuestionaban la gestión de organizaciones como la Cruz Roja. Esa desconfianza llevó a que parte de la ciudadanía rechazara donar dinero a través de los canales habituales y optara por enviar bienes físicos. Esta reacción, aunque bienintencionada, complicó la logística de la ayuda humanitaria y retrasó la llegada de recursos donde eran más necesarios.
En el terreno político, las consecuencias también son notables. Teorías conspirativas sobre supuestos fraudes electorales aparecieron en diferentes momentos, especialmente en referendos y elecciones. Una narrativa recurrente aseguraba, sin pruebas, que los votos marcados con lápiz podían ser borrados por las autoridades. Aunque los organismos electorales y medios de comunicación desmintieron esa afirmación, la desinformación persistió y se reactivó en cada nuevo proceso electoral.
El estudio subraya un patrón común: los mensajes falsos suelen estar impulsados por figuras públicas o líderes políticos, lo que amplifica su alcance. Una vez instaladas, estas ideas son difíciles de erradicar, incluso cuando se enfrentan a verificaciones oficiales. Los algoritmos de las redes sociales también son clave en este ciclo, ya que tienden a dar mayor visibilidad a los contenidos polémicos o llamativos, sin filtrar su fiabilidad, con el objetivo de lograr una mayor viralización.
Los investigadores concluyen que la lucha contra la desinformación no puede depender únicamente del fact-checking. Plantean un enfoque más amplio que combine la moderación activa de las plataformas con campañas de alfabetización mediática y el refuerzo de fuentes informativas confiables. También remarcan la necesidad de que quienes ocupan posiciones de poder sean conscientes de la repercusión de sus declaraciones, porque su eco en redes puede traducirse en consecuencias graves y duradera.
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