Tecnología
La excentricidad de Rosalía se ha convertido en la pauta que marca la moda. Sus estilos provocativos, sus peinados contestones y su planta enraizada remueven los cánones de belleza cada cierto tiempo. Ella tiene el poder en su garganta, pero la garra en las uñas. Y, claro, tanto una como otra sientan cátedra en cuestión de segundos. De hecho, resulta casi imposible entender su conocidísimo trá, trá sin esas manicuras de corte largo y personalidad apabullante. Las ha tenido con motivos florales, adornos faraónicos o detalles religiosos. De todos los colores, tamaños y formas. Y, aunque aún hay margen para la sorpresa, esta joven de 27 años tiene claro que lo más importante no pasa por su cutícula, sino por su arte. En él es donde reside la gracia de su art nail. Fuera de contexto, habría que ver dónde queda la tendencia y dónde para la extravagancia.
Lo curioso es que sus propuestas no sólo ejercen influencia en el sector de la música o de las pasarelas. De pantallas para fuera, éstas han conseguido llamar la atención de campos tan distanciados como la tecnología. En marzo de 2020, la cantante publicó una imagen en un estudio de grabación situado en West Hollywood (Estados Unidos) que hizo saltar todas las alarmas. Aparecía con una sudadera de color negro, unas mallas de Burberry y unas chanclas de Nike con calcetines oscuros. Y se situaba frente a un micrófono, lo que parecía indicar que se encontraba grabando nuevo material discográfico. Sin embargo, la fotografía se hizo viral por un detalle que poco tenía que ver con sus próximas canciones: unas glass nails XL que, con casi toda probabilidad, contentó a tribus tan opuestas como los obsesos del acrílico y los amantes de los ordenadores.
En esta ocasión, sus tradicionales uñas de vértigo llevaban incrustados cables, circuitos, placas y microchips como si de un teléfono inteligente se tratase. El impacto fue tal que hasta alguno de sus más de 16 millones de seguidores en Instagram se preguntó si, en ellas, se encontraban almacenados los temas inéditos de su próximo álbum. Más allá de esta anécdota, se planteó una cuestión de lo más interesante: ¿sería posible hacer funcionar este diseño? Es evidente que la catalana las lució con una finalidad meramente estética, pero quizá también se les podría dar otras bien distintas. En realidad, ya se está trabajando en ellas. “De la misma forma que se están desarrollando gafas, tatuajes, anillos, pulseras o relojes con funciones tecnológicas, las uñas constituyen uno de los elementos más interesantes a estudiar”, sostiene Francisco Alba, experto en desarrollo tecnológico.
Así, cabe la posibilidad de crear miniordenadores, sensores sanitarios o proyectores de información a la altura de nuestros dedos. Aunque la mayor apuesta se está haciendo por el NFC (Near Field Communication). ¿Se imaginan poder abrir una puerta, comprar una chocolatina o identificarse en el trabajo tan sólo acercando la mano a un lector? Pues eso. Esta tecnología inalámbrica permite desarrollar comunicaciones de corto alcance entre todos los dispositivos que emiten y reciben una señal. O, dicho de otro modo, facilita una lectura-escritura en ambos sentidos. “Este avance conseguiría, sobre todo, mejorar nuestra convivencia profesional y personal. Garantizaría numerosos beneficios y nos facilitaría muchísimo la vida”, añade Alba, que recuerda un proyecto similar en una empresa de Suecia.
¿Datos hackeables?
A principios de 2020 se conoció la noticia de que Epicenter había colocado circuitos bajo la piel de más de 150 trabajadores voluntarios. ¿El objetivo? Mejorar la funcionalidad y la productividad, reemplazando pesados trámites por simples gestos. De esta forma, los interesados se enfrentaron a una inyección, a través de la cual el chip (del tamaño de un grano de arroz) era incorporado en una de sus dos manos. “Implantar cosas extrañas en tu cuerpo siempre es una decisión importante”, dijo Patrick Mesterson, cofundador de la compañía en una entrevista concedida a AP. “En cambio, estamos acostumbrados a ver con total normalidad cómo a muchas personas les introducen marcapasos y stends por cuestiones de salud. Y eso es algo muchísimo más serio y grave que portar un pequeño artilugio pensado para comunicarnos con distintos aparatos”.
Tal y como puntualizó este profesional, el proceso es seguro, aunque genera demasiados interrogantes en cuanto a la seguridad y la privacidad. Exactamente igual que las futuras uñas que menciona Alba. ¿Sería posible que un hacker pirateara estos artefactos y, por lo tanto, pudiera acceder a nuestros últimos movimientos? Entre ellos, cuánto tiempo dedicamos al trabajo, cuál es nuestro estado de salud o qué nos gusta comprar a través de internet. “Existe dicho riesgo, por supuesto”, sentencia Raúl López, experto en ciberseguridad. “Siempre se puede burlar la protección y acceder a todo aquello que aparezca guardado. Eso no quiere decir que sea sencillo, sino posible. Lo hemos visto, en los últimos meses, con los ataques a hospitales o a servicios de empleo. Si se ha podido entrar en sus bases de datos, ¿cómo no va a poderse hacer lo mismo con ésta?”. De hecho, en 2008, la revista Popular Science reveló que investigadores de las universidades de Washington y Massachusetts habían logrado piratear a distancia una válvula cardiaca y, lo que es peor aún, manipular sus funciones. Cuidado, Rosalía.