Ética

Riesgos de Neuralink: “La posibilidad de hackeo cerebral plantea serias preocupaciones sobre la seguridad y la privacidad”

Sara Lumbreras, codirectora de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Pontificia Comillas, analiza los desafíos que presenta esta tecnología.

A la izquierda se muestra una ilustración de dónde se implantaría el dispositivo. A la derecha se muestra el dispositivo en sí con una fotografía real.
Este será el tamaño real de NeuralinkNeuralinkCreative Commons

Neuralink, la empresa pionera dirigida por Elon Musk, ha logrado un hito sin precedentes al implantar con éxito un chip en el cerebro de un ser humano. Este avance promete ser revolucionario, con el potencial de cambiar drásticamente la vida de las personas paralizadas al permitirles controlar dispositivos externos, como exoesqueletos robóticos, únicamente con sus pensamientos. Este desarrollo es un ejemplo de cómo la tecnología puede fusionarse con la biología humana para superar limitaciones físicas, pero también plantea una serie de desafíos éticos significativos.

La tecnología detrás de Neuralink se distingue de otras interfaces cerebro-máquina por su naturaleza invasiva, que puede posibilitar que sea más efectiva. Neuralink implica la implantación directa de sensores microscópicos en el tejido cerebral. Estos sensores, notablemente finos y con capacidad para ramificarse en múltiples terminaciones, representan un avance tecnológico significativo que permite una lectura precisa de la actividad neuronal individual. La implantación de estos dispositivos requiere una cirugía altamente especializada, realizada por un robot diseñado específicamente para navegar por la complejidad del cerebro humano sin causar daños a los numerosos capilares sanguíneos que lo irrigan. El robot necesita, por ejemplo, anticipar los minúsculos movimientos debidos a la respiración o al latido del corazón.

La aplicación primaria de Neuralink busca ofrecer una nueva esperanza a las personas con parálisis, brindándoles la capacidad de moverse nuevamente mediante el control de exoesqueletos robóticos. Además, la compañía explora otras aplicaciones futuristas, como la posibilidad de restaurar la visión a las personas ciegas, una meta que presenta desafíos aún mayores y cuestiona los límites de lo que la tecnología puede lograr cuando se trata de replicar o restaurar funciones sensoriales complejas. En particular, restaurar la vista a los ciegos podría ser imposible en los casos en los que la visión nunca haya existido, ya que el cerebro nunca aprendió a procesar ese tipo de información.

Aunque la promesa de Neuralink ha generado un entusiasmo considerable entre las personas paralizadas, también ha atraído a un número sorprendentemente alto de voluntarios sanos, interesados en las posibilidades que esta tecnología podría ofrecer más allá de la restauración de funciones perdidas. Muchos aspiran a una integración más profunda entre humanos y máquinas, imaginando un futuro como cyborgs en el que las capacidades humanas se amplíen hasta el punto de controlar dispositivos con el pensamiento o incluso adquirir formas de comunicación telepática o habilidades similares a la telequinesia.

Sin embargo, este entusiasmo futurista se ve contrarrestado por los riesgos inherentes a la cirugía cerebral y la implantación de dispositivos. Las infecciones, un riesgo asociado con cualquier procedimiento quirúrgico, son particularmente preocupantes en el contexto de la implantación de dispositivos en el cerebro (no olvidemos que instalarse un Neuralink implica trepanarse el cráneo).

Además, la cuestión de cómo se podría retirar un dispositivo como el de Neuralink sin causar daño adicional al cerebro no es sencilla, lo que contribuyó a retrasar las pruebas en humanos. Este problema no solo es técnico, sino también ético, ya que plantea preguntas sobre la autonomía del paciente y el derecho a revertir decisiones que involucran modificaciones corporales invasivas.

Así, la ética se encuentra en el corazón de las discusiones sobre Neuralink, donde se deben equilibrar cuidadosamente los principios de beneficencia (hacer el bien) y no maleficencia (no hacer daño). La idea de implantar dispositivos cerebrales en personas sanas para mejorar capacidades cognitivas o físicas abre un debate sobre el análisis de riesgo-beneficio y la justificación de tales intervenciones.

Los desafíos no terminan en la implantación. La posibilidad de hackeo cerebral, aunque pueda parecer sacada de una novela de ciencia ficción, plantea serias preocupaciones sobre la seguridad y la privacidad. A medida que la tecnología se vuelve más sofisticada y capaz de interpretar, y potencialmente influir, en la actividad neuronal, surge la pregunta de cómo proteger la información más íntima de los individuos de accesos no autorizados o malintencionados.

Este panorama futurista, donde los seres humanos pueden interactuar con las máquinas en un nivel completamente nuevo y donde las capacidades humanas se amplían más allá de los límites naturales, lo que conocemos como transhumanismo, no está exento de dilemas éticos profundos. La discusión sobre Neuralink no solo aborda los aspectos técnicos de su implementación, sino también las implicaciones más amplias de tales tecnologías en la sociedad, la identidad personal y la concepción de lo que significa ser humano.

Neuralink ofrece posibilidades transformadoras para el tratamiento de enfermedades y discapacidades. Sin embargo, el camino hacia la realización de estas promesas está lleno de desafíos técnicos, médicos y éticos que deben reflexionarse cuidadosamente. La empresa no solo debe asegurarse de que sus dispositivos sean seguros y efectivos, sino que también debe abordar las preocupaciones éticas y sociales que surgen al borde de esta nueva frontera de la ciencia y la tecnología. La manera en que estos desafíos sean abordados determinará no solo el éxito de Neuralink, sino también cómo la sociedad se adapte y regule las tecnologías que tienen el potencial de cambiar fundamentalmente la experiencia humana.