
Estreno
«It: Bienvenidos a Derry»: El payaso sangriento vuelve a casa
La precuela de «It» llegó este lunes 27 de octubre a HBO Max con una mezcla de nostalgia, sustos y elegancia sin espuma, ampliando el universo King con humor negro

Hay pueblos que parecen encantadores hasta que alguien enciende las luces del sótano. Derry, Maine, es uno de ellos. En «It: Bienvenidos a Derry», que se estrenó ayer lunes 27 de octubre en HBO Max, los fantasmas no se esconden tanto como los secretos. Andy Muschietti, acompañado por su hermana Bárbara y el guionista Jason Fuchs, levanta esta precuela como quien abre una vieja casa familiar: con respeto, con miedo y con curiosidad malsana por ver qué se ha podrido dentro.
La historia viaja a 1962, cuando la paranoia de la Guerra Fría convivía con el perfume de las tartas recién horneadas y el racismo en voz baja. Allí llega la familia Hanlon: Leroy (Jovan Adepo), piloto del ejército; Charlotte (Taylour Paige), mujer brillante a quien la corrección blanca observa con lupa; y su hijo Will (Blake Cameron James), que pronto descubrirá que los desagües de Derry arrastran algo más que agua.
Mientras el ejército juega con experimentos secretos en las afueras, los niños del pueblo enfrentan sus propias pesadillas con el entusiasmo temerario de quien aún no sabe que puede morir. Lilly (Clara Stack), Ronnie (Amanda Christine) y el resto de su pandilla investigan la desaparición de un compañero mientras escuchan voces por las tuberías y aprenden que las alcantarillas también tienen memoria.
Muschietti alterna el miedo con la melancolía: en su Derry hay bicicletas que crujen, televisores que murmuran consignas del pánico nuclear y linternas que iluminan más polvo que esperanza. El resultado no busca reinventar el terror, sino enraizarlo en la rutina de una época donde la gente temía al vecino casi tanto como al monstruo del alcantarillado.
Bill Skarsgård aparece poco, y eso es un acierto. Pennywise no necesita invadir cada plano; su sombra basta para contaminar el aire. Cada gesto, cada sonrisa torcida de un personaje cualquiera parece esconderlo. Lo que antes era un payaso omnipresente, aquí es un rumor viscoso que flota entre miradas. La serie entiende que el miedo es más eficaz cuando se insinúa que cuando se exhibe.
La producción cuida la textura de sus años sesenta con una devoción casi artesanal: peinados en laca, carteles anticomunistas y televisores que predican optimismo mientras el pueblo se hunde en su propia cloaca moral. La fotografía abraza los colores desteñidos de las postales familiares y los tiñe con sangre discreta, sin abusar del CGI ni del sobresalto automático.
El reparto infantil se gana el corazón sin pedir permiso. Stack aporta fragilidad y coraje en partes iguales, y Christine deja claro que la valentía no siempre tiene un rostro adulto. Entre los mayores, Adepo y Paige destacan como pareja que pelea contra un racismo educado y un mal sobrenatural, con una contención que vale más que cien discursos. Chris Chalk, por su parte, da al joven Dick Hallorann una humanidad cansada, conectando el universo de «The Shining» con el de Derry sin que parezca un truco de feria.
«It: Bienvenidos a Derry» no inventa el hilo rojo, pero lo teje con paciencia y una saludable dosis de locura. El humor negro se cuela en escenas que podrían ser grotescas y terminan siendo encantadoras a su manera. La serie se toma en serio su rareza: mezcla crítica social con payasos carnívoros y logra que funcione, como si Norman Rockwell hubiera decidido pintar un sacrificio ritual.
Y aunque Derry siga siendo una postal torcida de la América perfecta, hay algo extrañamente reconfortante en volver a sus calles. Tal vez porque, detrás de los globos y las cloacas, sigue latiendo una historia sobre pertenecer, sobre mirar al miedo a los ojos y reírse de él con dientes temblorosos. En eso, Muschietti entiende tan bien a King como el propio King se entendía a sí mismo.
¿Funciona todo? No siempre. La trama militar se estira más de la cuenta y la mitología a veces pesa como un libro de historia leído con linterna. Pero incluso en sus desvíos, la serie encuentra belleza en lo absurdo. Cada exceso parece guiñar el ojo, recordándonos que en Derry todo es demasiado: la moral, el maquillaje y la niebla.
Lo mejor es su tono: equilibrado entre el espanto y la ternura, entre el trauma colectivo y el chiste privado. El miedo aquí no solo hace gritar, también hace pensar. Y eso, en tiempos de susto prefabricado, es casi una revolución.
Cuando el primer globo rojo flota en pantalla, uno entiende que «Bienvenidos a Derry» no busca asustar por nostalgia sino por justicia poética. Porque, como siempre en King, los monstruos no viven debajo de la cama, sino dentro de casa.
El otro rostro de Derry: racismo, poder y silencio
En «It: Bienvenidos a Derry», los sustos comparten espacio con un retrato social poco complaciente. El racismo no se muestra como discurso, sino como atmósfera: miradas que se clavan, silencios que pesan. La familia Hanlon y el personaje de Rose (Kimberly Norris Guerrero) revelan una Derry donde la segregación y la usurpación indígena son parte del paisaje, no del pasado. La serie no pontifica; deja que el mal humano dialogue con el sobrenatural. Y así, el terror se duplica: uno nace del payaso, el otro de la costumbre. Entre ambos, la historia de Derry deja claro que el miedo, como la memoria, no discrimina.
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