Zaragoza
Pura fantasía de Talavante y torería cabal de Urdiales
El extremeño abrió la Puerta Grande y Diego, como Ponce, corta un trofeo en tarde importante
Zaragoza. Séptima de la Feria del Pilar. Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq, el 1º como sobrero del mismo hierro, y otro más de Torrealta, también sobrero lidiado en 4º lugar, muy serios de presentación. El 1º, noblón y al límite de fuerza, de corto viaje por el pitón zurdo; el 2º, movilidad sin entrega y por dentro; el 3º, gran toro bravo; el 4º, entre noble y descastado, repetidor; el 5º, peligroso; y el 6º, deslucido. Lleno en los tendidos.
Enrique Ponce, de habano y oro, estocada desprendida (saludos); aviso, estocada (oreja). Diego Urdiales, de verde botella y oro, estocada arriba (oreja); estocada corta punto atravesada, aviso, dos descabellos (saludos). Alejandro Talavante, de nazareno y azabache, estocada arriba punto trasera, descabello (dos orejas); tres pinchazos (palmas).
Alejandro Talavante confesó a Gabilondo hace meses, televisión mediante, que veía los vídeos de uno de los toreros que torean poco pero contienen la Tauromaquia en su haber. Era Diego, Diego Urdiales, el de Arnedo. Ayer, por laberintos del destino, por ese grandioso final de temporada que ha hecho el torero (final por decir algo, apenas ha pasado los diez festejos, pero raro es el examen que no es en plaza de primera) y la baja de Finito del cartel les pudimos ver juntos con Enrique Ponce. Esta vez Zaragoza se libró del mal de la triquiñuela y por toriles salió un corridón de toros, serio a rabiar de pitón a rabo. Astifinos e imponentes ejemplares de Juan Pedro Domecq, que no todos aguantaron el tirón en el ruedo y vimos dos sobreros, los dos para Enrique Ponce y un toro excepcional que fue cómplice perfecto para Talavante. Era su segunda tarde aquí cuando la temporada dice adiós. Su año raro. Ajeno del mundo. De la orbe de donde se cuece todo y se sientan las bases para funcionar al año que viene. El tercer toro de Juampedro, «Ballenito» de nombre, fue un volcán de salida, ya en la capa, también agresiva del extremeño, se intuía por detrás un sí un sí, como si ya a estas alturas no hubiera lugar para otra opción. Por chicuelinas huracanadas lo llevó al caballo, cumplió en el peto y lo cuidó en la segunda vara. Fue clave. En el centro del ruedo esperó la arrancada del toro con un cartucho del pescao... A esa tanda de naturales siguió la mejor de toda la tarde, y en ella uno en especial rotísimo por abajo, cogido el toro muy adelante y templada la embestida hasta perderse. Se acercó a ese misterio insondable en el natural que despejaba la serie, ahí como si la abandonara a su suerte, la nuestra. Ya habíamos entrado hasta las entrañas en la faena. Eran fogonazos. El bravo toro, desafiante, a la espera del siguiente cite, con poder y obediente arrasó la faena; nadie se quería perder lo que ocurría ahí. En ese transitar de las emociones, Alejandro siguió al natural, menos macizas las series pero encontrando en los remates ese hilo conductor para mantenernos atados a la faena. Ya en el ocaso se descubrió con una tanda diestra, mediada con una arrucina, muy despaciosa, muy lenta, sorprendente y elevando la inspiración en cada pase. Fue Talavante pura fantasía. El Talavante que no te deja indiferente, que te agarra las emociones para fulminarlas a golpe de inspiración. La espada entró; el diestro se había encumbrado antes. A partir de ahí la tarde se dilató en el tiempo. Cuando llegó el sexto, vacío de contenido, dejábamos atrás cosas a pesar de las intermitencias.
Urdiales pisó Zaragoza con una corrida de Juampedro, se supone que con garantías, pero no se lo puso fácil. Mucho menos un quinto, serio, alto y armado para una guerra, que se tragaba el primer viaje, apurado el segundo, listo el tercero y llegar al cuarto con los pies en la arena era todo una gesta. Ese toro descubre a medio escalafón. Dio la cara. Mejor dicho, dio el pecho, la verdad, yéndose siempre al otro pitón, sin enmendar la figura aunque la lógica no temeraria lo impusiera. Una tarde de torero grande, cuajado y preparado. Con su segundo, muy agresivo de pitones y finos como agujas, dio un recital de pequeños matices, se metía por dentro el toro, acortaba el viaje, pesaba ahí, justo ahí donde es más difícil buscar la salida el torero cuando está convencido. Ahondó siempre, a pesar de las dificultades, en la pureza de los cites, de la colocación. Sin darse coba, sin una mirada de más. Nos quedamos con ganas de volver a disfrutar ese embroque tan apabullante que tiene con el toro, de cómo es capaz de soltar la embestida en ese puntito más sin renunciar a la verticalidad. Más allá de los trofeos, Urdiales será torero de culto.
Uno trofeo se llevó Ponce con el sobrero de Torrealta en una faena larga. Envuelta con elegancia las embestidas del toro, que repetía sin ninguna entrega y poca gracia. Menos de lo justo le quedó al sobrero, bis, que abrió plaza. Pero a estas alturas, qué lejos quedaba.
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