Opinión
Una medicina necesaria pero dolorosa
Los bancos centrales no quieren más sorpresas con la inflación y anuncian que volverán a subir los tipos de interés, aunque sea doloroso y puedan provocar una recesión
Hellen Adams Keller (1880-1968) fue un personaje excepcional que explicaba que «nuestros peores enemigos no son las circunstancias beligerantes, sino los espíritus vacilantes», que es la frase que eligió Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), para cerrar su intervención en el Foro de Bancos Centrales, organizado por el BCE, la semana pasada en Sintra (Portugal). Keller tenía razones sobradas para expresarse de esa manera. Fue una escritora, oradora y activista política sordociega estadounidense. A los 19 meses de edad una enfermedad le provocó ceguera y sordera. A pesar de sus limitaciones fue la primera persona sordociega que obtuvo una licenciatura en Estados Unidos. Promovió el sufragio femenino, militó en el socialismo, trabajó por los derechos de las personas discapacitadas y escribió cientos de artículos y una docena de libros, sobre todo sobre su peripecia vital.
Lagarde, desde hace un tiempo, suele utilizar citas, que incluyen un mensaje claro, para rematar algunas de sus intervenciones.
Las palabras de un banquero central siempre están medidas y la presidenta del BCE no es una excepción. De ahí la apelación a que el peor enemigo es «el espíritu vacilante». La institución que preside la francesa, con Luis de Guindos como vicepresidente, quiere dejar muy claro que no va a ceder en la lucha contra la inflación hasta que esté derrotada por fin. Es decir, como recalcó Lagarde, habrá nuevas subidas de tipos de interés –la próxima dentro de unos días– mientras sea necesario y eso significa hasta que la inflación en la eurozona –subyacente incluida– haya vuelto de forma estable al 2%.
El BCE, no obstante, no está solo en su cruzada monetaria. También en Sintra, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal (FED) americana, y Andrew Bailey, gobernador del Banco de Inglaterra, tampoco fueron tíbios y confirmaron que el precio del dinero volverá a subir las veces que sea preciso en sus respectivos países. «La inflación es un mal absoluto», dijo la semana pasada Luis de Guindos en Santander, en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Hacía suya, de esa manera, una afirmación histórica y tajante de Rafael Termes (1918-2005), presidente en su día de la patronal bancaria, en la anterior crisis inflacionaria, en los años 70/80 del siglo pasado.
La medicina que requiere la inflación es tan necesaria como dolorosa. El profesor Juan Ramón Rallo, colaborador de este periódico, ya advirtió con los primeros repuntes inflacionarios que o se cortaban de raíz o el remedio sería doloroso. El tiempo ha confirmado que tenía razón. Las medidas monetarias que aplican los bancos centales lo que hacen es frenar la actividad –en algunos casos pueden generar recesiones y es lo más probable esta vez– para frenar los precios. Lo contrario, dejar que la inflación campe a sus anchas, provoca todavía más dolor y perjudica sobre todo a los menos favorecidos de la sociedad, que son los que más sufren con las subidas continuadas de precios. El caso español es claro. El Gobierno presume de que la inflación, según el útimo dato adelantado de junio, está en el 1,9%, aunque la subyacente, la de fondo –no incluye la energía ni los alimentos frescos– está todavia en el 5,9%. La percepción ciudadana, con subidas de precios acumulados de más del 15% en alimentos, es la de un encarecimiento general muy por encima de sus ingresos, es decir, sensación de empobrecimiento.
Los banqueros centrales son conscientes de que no previeron esta inflación y de cómo inundaron los mercados de dinero para evitar la catástrofe durante la pandemia. También tienen claro que los gobiernos se acostumbraron a disponer de dinero gratis o en la práctica gratis y en cantidades inimaginables, que les permitió gastar lo que quisieron y también tener contentos a sus votantes. Ahora, con los precios disparados, los gobiernos también tienen que hacer sus deberes, por mucho que duela. La populista primera ministra italiana, Giorgia Meloni, ha sido la primera en quejarse y en recriminar la política del BCE. No será la única, ni mucho menos. La izquierda y la extrema izquierda –los opuestos se atraen– ya reclaman también la vuelta a los manguerazos monetarios, protestan y protestarán por las subidas de tipos de interés que se otean en el horizonte.
Pedro Sánchez, si sigue en la Moncloa, no dejará de hacerlo y los socialdemócratas de todos los partidos, quizá el propio Feijóo incluido, aunque lo haga con moderación. Los banqueros centrales lo saben y que la medicina necesaria produce dolor. Por eso Lagarde, para demostrar firmeza, insiste en que los peores enemigos son los espíritus vacilantes, como decía Hellen Keller.
Entre «esto no va como una moto...» y «que no les vendan motos»
Freemarket Corporate Intelligence, la consultora que preside Lorenzo Bernaldo de Quirós, en su último informe «Balance económico 2019-2022», describe la situación de la economía española como de «estancamiento, lo que se compadece mal con el ir como una moto». Encabeza su análisis con un expresivo «que nos les vendan motos». Concluye que el crecimiento medio del PIB real español en ese periodo, un 0,4%, ha sido el menor de Europa, según los datos de Eurostat.
Los inversores americanos apoyan menos las políticas verdes en las empresas
Las juntas generales de las grandes empresas norteamericanas, incluidas entre ellas Amazon, Exxon Mobil o United Parcel Service, han constatado un menor apoyo de los inversores al llamado activismo medioambiental. Por ejemplo, solo el 11% de los accionistas de Exxon Mobil respaldaron una petición para establecer objetivos de reducciones de emisiones según el acuerdo climático de París, mientras que el año anterior lo habían hecho el 28% y algo similar ha ocurrido en otras empresas.
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