Viajes
La última aventura del año en la carretera más larga de España
Recorrer la N-340 es el mejor viaje posible para estas Navidades
Si viajar fuera de España se ha vuelto complicado, los entusiastas aventureros que por lo habitual esperaban sedientos las vacaciones de Navidad se encuentran hoy en un limbo. Casi parece una mala noticia, esta dificultad para salir debido a las restricciones del coronavirus, incluso podríamos pensar que no será posible realizar la última aventura del año. O la primera, desde que este 2020 ha sido uno escaso en viajes. Pero la realidad es que no tiene por qué ser así, tan triste y apagado como si la condenada enfermedad fuese superior a nosotros. Todo buen viajero sabe adaptarse a sus condiciones, es uno de nuestros dones particulares. Por tanto este año quizá toque disfrutar de un viaje por el interior de España, adaptándonos a la situación, a buen precio y que suponga una dosis de aventura lo suficientemente elevada como para aguantar hasta que el barco se enderece el año que viene.
La aventura perfecta es la de recorrer la N-340, la carretera del Mediterráneo, 1.248 kilómetros de serpiente de asfalto recorriendo la costa mediterránea desde Barcelona hasta Cádiz. Todo ello en siete días, cronometrando los tiempos al estilo de los campeones.
Día 1: Barcelona
El punto de salida en esta carrera de los locos de Cannonball. La capital catalana embelesa al visitante con sus elaborados edificios modernistas, le aporta sensaciones de inmortalidad con la visión de la Sagrada Familia, le aprisiona con sus movimientos cosmopolitas. El viajero puede probar a perderse en el Laberinto de Horta, uno de los más largos de España, o pasear reposadamente la ciudad con los ojos atentos al arte urbano que colorea sus muros. Cualquier gesto será el adecuado para empaparse de Barcelona porque aquí puede encontrarse una oferta turística dibujada para todo tipo de gustos: desde el Poble Espanyol con sus 117 edificios imitando el clásico pueblo castellano hasta una cena inolvidable en el restaurante ABaC de Jordi Cruz.
Día 2: Tarragona y Delta del Ebro
Conocida como Tarraco por los antiguos romanos, hoy se trata de una de las ciudades que guardan más restos de aquella gloriosa civilización. Qué agradable parada supone cuando se está paseando por su anfiteatro romano, olfateando el hierro y el sudor; la Torre de Pilatos, el Museo Nacional Arqueológico de Tarragona y el Foro Provincial terminan por construir un escenario que nos confunde. Destellos breves de vidas pasadas se arremolinan en la ciudad, y por momentos ignoramos si pisamos en el siglo I o el XXI.
El Delta del Ebro supone una parada indispensable, aunque sea para ver caer el sol y nada más. Un derrumbe peculiar ocurre cuando los colores de la tierra devoran al astro, el amarillo desaparece y se transforma, reflejándose con el agua del río en una retahíla de tonos morados y rojizos. Un paseo por cualquiera de sus rutas también resulta en puro gozo para los entusiastas de la ornitología, observando el gracioso vuelo de moritos, avetoros y garcillas, y el paso elástico de los flamencos. Si se desean hacer ejercicios de pillaje en la zona, lo mejor sería buscar uno (o dos) de sus tipos excelentes de arroces y comprarlo para cocinar de vuelta en casa.
Día 3: Valencia
De arroz en arroz aterrizamos en Valencia, a la hora exacta para almorzar una paella. Siempre he querido pensar que Valencia tiene un aroma peculiar, como a ciudad marítima. No, no me refiero a una ciudad costera sino marítima, perdida en el centro de cualquier océano y provista con unas formas diferentes a cualquier otra. Podemos comprobarlo al visitar su Ciudad de las Artes y las Ciencias, estudiando desde fuera y desde dentro las curvas y los blancos del Oceanogràfic. En el centro de la ciudad, la piedra sustituye al hierro en edificios más arcaicos, y cualquiera puede sorprenderse cuando encuentra las mismas dosis de belleza en la Lonja de la Seda que en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, es divertido porque nosotros mismos nos entretenemos encontrando semejanzas y diferencias entre los cinco siglos que separan sus edificios.
Día 4: Cartagena
Cartago Nova es el nombre con que fue fundada y conforma la parada ideal para descansar a medio camino en nuestra ruta apoteósica. Aquí podríamos visitar su teatro romano, conservado en excelente estado, u olfatear el sabor arisco de la pólvora en su Museo Naval, pero mi recomendación señala a placeres más sencillos. Aquí podrá descansar el viajero de su periplo, nada más que dándose un baño de valiente en las playas de La Manga. Arrancándole bocanadas de verano al inverno. Ya se sabe: en Cartagena el cuerpo nos pide hamaca y tumbona, vaso ancho de mojito y aceitunas marinadas con finas hierbas.
Día 5: Desierto de Tabernas
El descanso en la playa tenía truco. Hacía falta humedecerse la piel antes de zambullirse en el único desierto de Europa, allí en Almería. Además de suponer un espectáculo visual que no dejará indiferente a nadie, el lector debe saber que Sergio Leone grabó en el desierto de Almería puñados de filmes del spaghetti western, con el inconfundible Clint Eastwood al frente de su reparto. El bueno, el feo y el malo es un buen ejemplo. Y como un alud le siguen Los cuatro truhanes, La muerte tenía un precio... entre una cosa y la otra, hasta 300 películas se han rodado en el desierto de Tabernas. El recuerdo de esta marabunta de filmes puede encontrarse en Oasys MiniHollywood, un divertidísimo parque temático de estilo western donde pueden conocerse los entresijos de los rodajes y, por qué no, jugar a John Wayne por un día.
Día 6: Vejer de la Frontera
Barcelona parece muy lejana, como si la hubiésemos visitado en un viaje anterior. El mar que vemos desde Vejer de la Frontera, uno de los pueblos blancos de Cádiz más hermosos, es el mismo que bañaba la ciudad condal pero, quizá se deba al cansancio o travesuras del oleaje, a nosotros no nos parece el mismo. Aquí el agua se aclara, fluye más nerviosa, ve cercano el momento en que se perderá en el Atlántico. La delicia en Vejer de la Frontera radica en la sencillez de su visita. Bastaría con pasear por sus calles empinadas y perderse antes de llegar a su Plaza de España para cenar. A ser posible en el Califa Express, un restaurante espléndido donde se fusionan sabrosos los platos de la gastronomía mediterránea y la musulmana. El encanto de esta localidad, cuando se bebe en la terraza del Califa Express, consigue alcanzar unos niveles de blanca dulzura casi inigualables. Tampoco puede faltar una vista panorámica de Vejer desde lo alto de su castillo, cuando el sol se apaga y decenas de lucecitas iluminan suavemente las callejas.
Día 7: Cádiz
El día de la victoria se celebra en la ciudad más antigua de España. Fundada por los fenicios y habitada a lo largo de los años por romanos, griegos, musulmanes y cristianos, funde en sus edificios la cultura de estas civilizaciones milenarias, solo para nuestro disfrute. Visitar su espléndida catedral entra en la categoría de las obligaciones y lo mismo ocurre con saborear un plato de gazpacho, sea invierno o verano, aunque se derrumben las estaciones. Después de abrir el apetito paseando por el Parque Genovés, la Plaza de San Juan de Dios podría ser el mejor sitio donde entregarse a estos placeres. Y la imaginación puede volar en Cádiz con facilidad, al conocer que antes se trataba de un archipiélago formado por tres islas que nosotros mismos moldeamos a nuestro favor, compinchados con el Mediterráneo; cuando conocemos la leyenda de Hércules, que acudió hasta aquí para enfrentarse a una de sus doce pruebas, la fantasía que veníamos cargando a lo largo del viaje se desparrama sin control y mancha de colorines las aceras.
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