Viajes
Una ruta de fin de semana por los pueblos blancos
De viernes a domingo, esta es la ruta que quieres hacer para saborear algunos de los más bonitos
Hoy quiero profundizar enestos pueblos de fantasía, orgullo de Andalucía y dignos de cien, mil, dos mil artículos desgajando sílaba por sílaba la pintura de cal blanca decorando sus paredes.
Se necesitaría un mínimo de una semana para conocer los pueblos blancos, apenas un puñado de ellos, aunque ya sabemos cómo funciona el tiempo: brinca y parece saltar las casillas de los días de dos en dos, nos atrapa con un abrazo de hierro, se escurre entre los dedos, juega con nosotros y desaparece tras una nube de polvo antes de poder saborearlo. Esta facilidad del tiempo para evaporarse me ha empujado a hacer este artículo: una ruta de fin de semana por los pueblos blancos.
Ronda
Aquí empieza la aventura, echando un vistazo a la plaza de toros de la ciudad. De fachada blanca como el resto de los edificios, en su interior guarda como si fuera un bote siglos de griterío ensordecedor y el cling cling de la espada afilada del matador. Desde el siglo XVIII hasta hoy, ha servido de escenario para una de las tradiciones más populares de nuestro país, y el pequeño museo que alberga en su interior nos lo explica con el mismo cuidado que el banderillero danzando su baile particular. A poco más de doscientos metros cruza el río Guadalevín el Puente Nuevo de Ronda, situado a 100 metros sobre el Tajo de Ronda, que es una garganta asombrosa y tallada con paciencia por la mano suave del río. Aunque hoy hace de museo de la ciudad, durante sus primeros años se trató de una prisión.
Podemos imaginarlo con facilidad. Los barrotes tibios por el sol de agosto parecen encajar en las manos del preso, que aterrado mira hacia el precipicio sin final aparente. Su cabeza bulle en busca de una idea que le permita escapar pero la caída la silencia.
Tampoco pueden pasarse por alto los tiempos de dominio musulmán en la ciudad. Una visita a La Casa del Rey Moro y al yacimiento de los Baños Árabes permitirán descubrir un buen pedazo de los cimientos que hicieron de esta pequeña localidad, una de las más prósperas de Málaga.
Setenil de las Bodegas
Las capas de hermosura de los pueblos blancos se van retirando como harían con una cebolla. A cada capa, la claridad aumenta y cobra nuevos tintes de fantasía. En Setenil de las Bodegas encontramos un sueño más que un pueblo, construido en la roca horadada por el río Guadalporcún a lo largo de los siglos. Desde hace cinco mil años habitan los andaluces y sus antepasados este pedazo de terreno milagroso, cuyo nombre se debe a las siete incursiones infructuosas de las tropas cristianas para arrebatarlas al dominio musulmán (Septem nihil). Este es un pueblo que debe disfrutarse a partir de un agradable paseo. Cada esquina guarda un pedazo de sueño, aquí una esquina que anima a los enamorados a darse un beso, allí unos tiestos de coloridas flores.
Las calles Cuevas de Sol (para comer) y Cuevas de Sombra (para hacer las compras) son dos de las más típicas de Setenil, aunque es en las Cuevas de San Román donde pueden descubrirse los asentamientos más antiguos que se mantienen en la actualidad. Aquí se ha desprendido el color blanco de las paredes, vencido por los golpes de la edad y dejando al desnudo la estructura de las casas. Las ermitas de San Sebastián, Nuestra Señora del Carmen y de San Benito suponen el término perfecto de la visita.
Grazalema
En las novelas de J.R.R. Tolkien, los reinos de los elfos estaban escondidos a los ojos de los hombres, hechizos indescifrables los ocultaban en las zonas más profundas de sus montañas mágicas. Solo podían encontrarse guiados por uno de sus habitantes o sufriendo un sinfín de calamidades propias de una tragedia griega. Cruzando las montañas gaditanas hasta llegar al rincón de Grazalema, el visitante experimenta sensaciones similares a las del hombre que busca el reino de los elfos inmortales. Emoción, duda, cierto temor. ¿Estaré yendo por el camino correcto? ¿Será tan bello como dicen las leyendas (o, en este caso, el artículo de Masoliver)?
Explosivo es el retrato blanco de Grazalema en equilibrio sobre su acantilado. Al igual que ocurre en Setenil y en los reinos élficos, apreciar su belleza pasa por un sencillo paseo entre sus calles, regodeándose con los detalles que cada esquina sujeta para mostrarnos. La ermita de Nuestra Señora de los Ángeles y la Iglesia de San Juan coronan su hermosura, aunque hay un aspecto concreto de la localidad que no debes perderte. Sus mantas y sus chales de excelente calidad son algunos de los mejores textiles de España - si puedes hacerte con uno, no lo dudes - y el museo de la manta de Grazalema está allí para explicártelo.
Arcos de la Frontera
Historia y tradición confluyen en el idioma de belleza que expresan los muros de la ciudad. Los muros irradian las leyendas, debes saber leerlas pues los años amenazan con esconderlas. Existe aquella que narra la discusión entre los feligreses de la Iglesia de San Pedro y la Basílica Menor de Nuestra Señora de la Asunción, cuando hizo falta la intercesión del Vaticano para decidir qué templo había sido construido antes. Pequeños rostros estampados en el borde de algunos tejados recuerdan las creencias medievales, cuando estos rostros eran utilizados para proteger los hogares de los espíritus malignos. Haría falta un ojo atento para descubrirlas.
Misterios como el Círculo Mágico junto a la Basílica todavía no han sido descifrados. Uno tras otro se superponen en esta localidad que ya estaba poblada en tiempos romanos, sirvió de bastión para las tropas musulmanas y en la que llegaron a residir los Reyes Católicos antes de las Capitulaciones de Granada. Demuestran que los pueblos blancos no sirven únicamente como ejemplos de belleza imperecedera, sino también como reductos sagrados de la Historia española.
Vejer de la Frontera
La última parada en nuestra aventura de fin de semana. Su emplazamiento único en las conocidas como Hazas de la Suerte (tierras arrebatadas a los musulmanes y pobladas por campesinos cristianos sin señor que los proteja) ha hecho que el nombre de esta ciudad suene en los últimos años como posible candidato a Patrimonio de la Humanidad.
La Plaza de España, conocida como la Plaza del Pescaíto, está rodeada por los mejores restaurantes de la ciudad, muchos de ellos todavía influenciados por la cultura y la gastronomía árabe. Al tratarse de uno de los pueblos blancos más visitados, ha exprimido al máximo su belleza, y cada calle, cada rincón desconocido, se agazapan dispuestos a saltar y sorprender los ojos del visitante. Su castillo, construido por fuerzas de Abderramán I, permite unas vistas espectaculares de su entorno y, para los amantes de la playa, podrán disfrutar de la sal y la arena en la Playa de la Hierbabuena o la Playa de Barbate.
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