Viajes
Un manto brumoso se extiende desde la boca, por cada ocasión que pronunciamos el nombre de Tartessos. Envuelve la palabra con dedos empalagosos, escondiendo trazas de letras y alternándolas de alguna manera. En un mundo donde el ser humano cultiva por cada día que pasa vastos pastos de conocimiento, todavía quedan palabras de este estilo, cargadas de incógnitas, que se resisten a descubrirse bajo la presión de los sabios y la tecnología. Las palabras se desequilibran en casos de este estilo, su significado se disipa. Ocurre cuando ignoramos si la palabra Tartessos (confabulada por los griegos antiguos) se refiere a una civilización compuesta por diversos reinos, a una ciudad o a un solo reino en exclusiva.
Nadie sabe con exactitud a qué nos referimos cuando pronunciamos la palabra Tartessos ni su gentilicio, tartesios. Nadie sabe quienes eran en realidad, de dónde procedían, cuándo habitaron la Península Ibérica, dónde, por cuánto tiempo. Algunos afirman que son los supervivientes del reino perdido de la Atlántida. Su presencia en nuestra tierra se calcula entre los años 800 a. C y 550 a. C, aunque estos números son puramente orientativos, tan veraces como cualquier otro que se nos ocurra. Se les ha señalado como expertos maestros del hierro, amigos comerciantes de los griegos y los fenicios, que aprovecharon para vivir las fértiles tierras del valle del Guadalquivir. Unos dirán que su dominio se extendió hacia la actual Andalucía Oriental, otros llegarán a asegurar que también habitaron Extremadura. Nadie lo sabe con exactitud.
Y su final fue parecido a la palabra, opaco, incompleto, cubierto por una niebla de incógnitas. ¿Fueron los cartagineses quienes los destruyeron o el fin de sus relaciones comerciales con los griegos terminó por arruinarles? ¿Les invadieron los celtas o sobreexplotaron su preciado hierro en la región? ¿Llegaron a desaparecer o siguen entre nosotros? No lo sabemos. Solo sabemos que existieron, de alguna manera, habitando a dos tiempos el mundo de la fantasía y de la realidad, hasta que uno de los dos escenarios prevalezca definitivamente sobre el otro; esperan pacientes hasta ser empujados al mundo de la leyenda o de la realidad. Quizá pueda ser el lector quien lo decida, después de hacer la ruta de los tartesios en Andalucía Oriental.
Museo de Huelva
La primera parada en nuestra peregrinación se debe en primer lugar a que, de haber existido dicha civilización o la ciudad de los tartesios fuera real, esta se situaría próxima a Huelva y sus viejas minas de plata, según las anotaciones del poeta latino Avieno en Ora Marítima. En segundo lugar cuenta con una excelente exposición de objetos considerados tartesios, que resultan en el pistoletazo de salida para la ruta.
Su amplia colección de cerámicas de estilo griego y chipriota están datadas entre los siglos IX y VIII a. C, lo cual significa que los valores estéticos de Tartessos, tan parecidos a los griegos y chipriotas, se dieron antes de los primeros contactos con los mercaderes fenicios en el siglo X a. C. Estaríamos hablando de una ciudad ibérica y no colonizada ni influida por los comerciantes fenicios, ni los griegos. Diferentes herramientas utilizadas para la trata de metales, también expuestas en el museo, sustentan la idea de que los tartesios conocían la metalurgia desde antes de la llegada de los fenicios, implicando, podría ser, que los pueblos orientales encontraron en ellos una útil civilización con la que comerciar. Las figuritas de deidades y cerámicas con influencias griegas, egipcias y fenicias añaden un nuevo rastro de luz: podía ser, y así se piensa (según el consenso general), que los tartesios fueron un pueblo íbero fuertemente influenciado por las civilizaciones orientales con las que mercadeaban.
Minas de Tharsis
En la localidad de Tharsis, a 55 kilómetros al norte de Huelva, continúa el periplo tartesio. Sería crucial investigar la base de su subsistencia y su fuente principal de riquezas, en apariencia abundantísimas, para así imaginar con mayor soltura la cultura y las religiones y los pensamientos que impulsaban el día a día de sus habitantes.
El pasado minero en Huelva se produjo de manera casi ininterrumpida hasta el siglo XX. Sin embargo, ocurrió que, cuando el ingeniero francés Ernesto Deligny acudió hasta aquí en 1853 para estudiar el terreno con vistas a una posible inversión minera, descubrió que las minas de Tharsis ya habían sido explotadas por pobladores antiguos. Muy antiguos, más antiguos que los primeros escritos que se guardan de la región. El misterio radica en quienes serían estos primeros explotadores y, reuniendo toda la evidencia disponible sobre los tartesios, parece ser que fueron ellos, precisamente. La visita a la mina puede hacerse en coche pero resulta más interesante recorrer a pie los diferentes senderos que la rodean y atraviesan, provistos de múltiples ramificaciones y excelentes miradores sobre la mina.
Así será más sencillo creernos esta historia, al pisar la misma tierra que machacaron sus delicados personajes, cuando podemos observar con una facilidad prodigiosa el mismo horizonte que ellos vieron. Deslizándonos bajo su piel y entremezclando nuestros pensamientos. Por otro lado, supone una pequeña aventura visitar los edificios abandonados por los mineros del siglo XX, parecidos a una minúscula ciudad fantasma.
Tejada la Vieja
Este poblado tartesio-turdetano está muy rico. Desde que los proyectos arqueológicos se iniciaron aquí en los años 80 del siglo pasado, solo se ha excavado un 20% de su superficie potencial, y todavía queda por descubrir qué edificios se esconden en los sustratos enterrados bajo el último asentamiento. Puede ser que este sea el lugar exacto donde podremos decidir a qué llamaremos mito y a qué historia.
Por el momento solo se ha probado que se trataba de un enclave turdetano, datado en siglos después de la desaparición de Tartessos, pero su particular enclave, muy cercano a las minas de cobre de Aznalcóllar, lo señala como una posible ubicación donde pudieron haberse asentado. Aquí se han encontrado restos de cerámicas fenicias y diferentes figuras de apariencia religiosa pero, más aún, este tipo de figuras señalan a una civilización que habitó Tejada la Vieja en el siglo VIII a. C y mantuvo una estrecha relación con los comerciantes fenicios. La duda queda abierta hasta que las excavaciones terminen de desarrollarse, pero así se juega en los terrenos de la historia y la arqueología: reuniendo la información extraída de diferentes lugares, se ordena en altos montones, y cogiendo aquí un puñadito de tierra y deslizando acullá nuestro pincel, encajamos los nuevos descubrimientos en el nivel correcto de nuestros montones. Hasta disipar un pedazo de bruma. Visitar ahora Tejada la Vieja, antes de que la realidad salga a la luz de forma irrefutable, nos otorga a nosotros el poder para elegir, antes de que sepamos demasiado y perdamos esta valiosa oportunidad.
Cádiz
Igual que la policía sigue en ocasiones a la amante para encontrar el escondrijo del fugitivo, nosotros podríamos desenmascarar a los tartesios a partir de sus más fieles colaboradores. Los fenicios. Podría ser que seguir sus pasos en la Península Ibérica nos lleve a chocarnos con los mismos personajes que se cruzaron en su camino. Cádiz, fundada en el siglo X a. C por mercaderes fenicios y considerada la ciudad más antigua de España, reúne en su privilegiada posición muchas de nuestras pesquisas.
Sabemos que en sus inicios la ciudad estaba compuesta por un archipiélago de tres islas, Eritea, Cotinusa y Cimbis. Eritea ya no existe porque se la tragó el mar, Cotinusa terminó hundida a la mitad y Cimbis la conocemos ahora como la Isla de León. En cualquier caso estas tres islas fueron el puerto de entrada de los fenicios a la hora de contactar con el sur peninsular y, por tanto, supuso el nexo de unión entre la mítica ciudad de Tartessos y sus cómplices. El yacimiento de Gadir supone una excelente parada en nuestra investigación. Ocho viviendas y dos calles fenicias pavimentadas hacen de museo en el centro de la ciudad gaditana, representando con una soltura envidiable el esquema arquitectónico de la urbe en manos de los comerciantes de Oriente. ¿Cuánto de sus formas vino de Fenicia y cuánto lo tomaron prestado de sus amigos tartesios? Realizando un sencillo ejercicio, podríamos restar de la arquitectura fenicia que ya conocemos los elementos extraños que encontremos en el yacimiento.
Quién sabe. Quizá sea la diferencia de esta operación la que nos indique alguna pista sobre las artes y las formas de los tartesios. Siempre a medio camino entre la fantasía y la realidad, andando hacia adelante sin olvidar las leyendas y los descubrimientos que nos empujaron a caminar, podremos descifrar un puñado de enigmas asombrosos como es el mundo de Tartessos.