Viajes

Los tres reyes del desierto

En Kazajistán me contaron esta historia de la princesa y los tres reyes del desierto, hoy te la cuento yo a ti

Los desiertos de Asia Central se extienden plagados de viejas historias.
Los desiertos de Asia Central se extienden plagados de viejas historias.Free-Photospixabay

En Kazajistán conocí a un anciano que vivía junto a un pequeño lago, y quise pasar unos días viviendo con él. No recuerdo el nombre del lago y creo que nunca aprendí el del viejo, pero sí sé que cuatro ríos regaban el lago a lo largo del año. El río del este se llenaba en invierno, cuando caían las primeras nevadas en las llanuras de alrededor; en otoño venía el agua del norte, con las lluvias que sobraban de Mongolia; durante la primavera bajaban desde el sur porque ya se derretían las nieves de las montañas, y terminar su vida en ese lago parecía ser el final más apetecible; en verano lluvias extrañas del oeste rellenaban un pequeño riachuelo, lo suficiente como para mantener vivo el lago durante los meses de calor.

Una tarde que buscábamos setas en la tierra húmeda del riachuelo del oeste, aprovechando que todavía no se habían inundado y podíamos caminar por su caudal, escuchamos un rumor suave que se acercaba hacia nosotros. El anciano se incorporó y prestó atención.

- Ya viene el agua. Apártate.

Pero no hacía falta darse ninguna prisa. Vimos un hilillo de plata doblar una esquina y acercarse hacia nosotros, parecía adelantarse a desgana por lo débil que se arrastraba, y se movía así, a trompicones como el propio viento. Bastaba que se interpusiese un pedazo de tierra elevado para hacerle dudar y detenerse. Otro hilo y otro se añadieron al primero, aunaron fuerzas y continuaron zigzagueando por las dunas del cauce, rellenando los pequeños huecos. Cada vez que inundaban un hueco, esperaban, nuevas bocanadas de agua se unían a las primeras y continuaban su camino. Al llegar hasta una roca anclada en el centro del riachuelo, la rodearon con sedientos lametones.

- Mira esa roca estúpida – escupió el anciano -. Su cabezonería por no moverse del sitio acabará con ella. El río acabará con ella, algún día.

Pequeñas hierbas silvestres, que se pensaron muy inteligentes al crecer en la tierra húmeda del río, se vieron bruscamente invadidas por el agua hasta desaparecer. Escuchamos sus arrullos dulces antes de ahogarse para siempre. Pasito a paso avanzaba el río nuevo, camino del lago, hasta que su caudal nos llegó a los tobillos y tuvimos que salir a la orilla para no mojarnos. Ya cobraba la forma de un manto de plata, los hilos se habían ajustado unos con los otros hasta crear un encaje casi perfecto, sin fisuras, extendiéndose con precisión matemática hasta ocupar el curso entero del río. Ni un centímetro más, ni un centímetro menos. Maravillado por la piedad del agua, que no pedía más espacio del que la tierra le concedía, murmuré para que el viejo me escuchase:

- Ojalá el río fuese siempre igual de bello y claro.

El anciano bufó y lanzó una piedrecita al agua, provocando que su fondo se enturbiase.

- Siéntate aquí, a mi lado – ordenó -. Que voy a contarte la historia de los tres reyes del desierto.

Dice así.

Mausoleo Gur-e Amir en Samarcanda.
Mausoleo Gur-e Amir en Samarcanda.LBM1948pixabay

«Tres reyes se enamoraron de la princesa más bella de los territorios del desierto. Cuentan que su piel brillaba como la luna durante las noches cálidas de primavera y su porte era tan esbelto como la teca. Sus manos abiertas se asemejaban al tacto de los pétalos de las orquídeas al nacer, el color de sus ojos albergaba en sí mismo los secretos de todos los hombres, o eso dicen. Cargados con caravanas de oro, incienso, almizcle y perfumes de loto, los tres reyes se presentaron ante ella, dispuestos a pedir su mano en matrimonio y encerrarla en sus palacios. Eran el colérico rey de Kabul, el acaudalado rey de Akmola y el sabio rey de Boxara. Los tres monarcas más poderosos de los reinos que dominan el desierto.»

Parecía que el río se había detenido también para escuchar su historia. Pero era solo una ilusión, como tantas otras cosas. Fluía con alegría hoyando la tierra seca.

«La princesa, alta como una espiga verde, astuta como la más escueta de las serpientes, rechazó con un gesto de la mano todos los presentes que los reyes depositaron a sus pies, y cuando le preguntaron qué debían hacer para que tomara a uno de ellos, contestó, con una voz dulce como la miel que elaboran las abejas de la pradera:

- Únicamente aceptaré a aquél que consiga hacerme todavía más bella.

Los reyes discutieron entre ellos por ser quien la volvería más bella. El rey de Kabul juró que cubriría su cuerpo con los pétalos de las flores más hermosas y perfumadas de su reino; el rey de Akmola, el más rico de todos ellos, prometió adornarla cada día con las joyas más codiciadas de la tierra; el sabio rey de Boxara se limitó a asegurar que jamás volvería a mostrar su rostro a nadie, así su belleza traspasaría los límites de lo desconocido y lanzaría a volar la imaginación de los hombres.

Discutieron durante días enteros. Ya conoces a los reyes, son caprichosos, no están acostumbrados a que nadie les lleve la contraria, y cualquier excusa es buena para ellos a la hora de enfrentar a sus ejércitos. Y así terminaron por hacerlo, liderados por la locura del deseo. No fue lejos de aquí donde se enfrentaron los ejércitos de los tres reyes del desierto. En lo alto de una colina cercana al campo de batalla, la princesa observó la violenta contienda, deleitándose con cada rastro de sangre que regaba la arena, hasta embarrarla y formar nuevos ríos en el oeste. Aunque hacía meses que no caía ni la más fina lluvia en aquel campo, cuando terminó el griterío de la batalla manaban ríos de sangre que todavía hoy fluyen por los brazos hostiles del desierto. Algunos de ellos pasan por este mismo lago, ¿lo sabías? Es solo que su color ya se ha aclarado.

Al rozar el sol su purpúreo atardecer, solo quedaban en pie los tres reyes del desierto. A su alrededor se congregaban miles de cadáveres de héroes valientes. Las espadas de plata de los tres reyes entrechocaron entonces con una fuerza inimaginable para el hombre común, liberando un trueno a cada encuentro. Sus armaduras de oro y diamante les pesaban manchadas de barro de sangre mientras las capas, tejidas con la seda más fina de Oriente, ya se veían jironadas por las lanzas que habían procurado punzarlas. Deberías haber visto ese combate, muchacho. Estoy seguro de que incluso tú lo habrías disfrutado.

Primero cayó el rey de Akmola, el más rico de ellos, atravesado su pecho con la espada del poderoso rey de Kabul. Luego murió el rey de Kabul, no sin antes haber infringido una terrible herida mortal en el costado del rey de Boxara. Fue este último quien se arrastró moribundo a los pies de la princesa en la colina, para terminar su vida junto a su delicado aroma.»

Mezquita de Po-i-Kalyan en Bujará.
Mezquita de Po-i-Kalyan en Bujará.Alfonso Masoliver Sagardoy

Se escuchaba una tormenta formarse a pocos kilómetros. Las nubes coloreaban un velo grisáceo en el azul maleable del cielo y ráfagas de viento fresco empujaban la cortina de lluvia hacia las montañas, lejos de nosotros. Tras otra pausa en la que parecía querer tomar aliento, el riachuelo redobló su fuerza.

El anciano rozó el agua con la punta de sus dedos y continuó:

«La princesa, tan terrible y hermosa como la nieve temprana que cae sobre las cosechas, sonrió al ver la sangre zambullirse a su alrededor y, tomando en sus brazos al rey de Boxara, susurró, con una voz tan clara y brillante que incluso los rayos de sol quisieron entregarse a ella:

- No temas a la muerte, oh poderoso rey, porque tú y los otros habéis conseguido lo que os pedí cuando acudisteis a pedir mi mano. Ahora los poetas cantarán durante siglos la gesta de los tres reyes del desierto que dieron su vida para hacer de mi belleza una mayor, y cuando yo sea vieja e incluso después de que muera, mi belleza inmortal seguirá impregnada en las páginas de las sagas y la memoria de los hombres. Con esta sangre derramada hasta formar ríos nuevos habéis hecho de mi hermosura caduca una sin final, y por esto os pertenezco a los tres en igual medida. Solo es una lástima que vayas a morir con ellos. Así no podré acompañarte a tu palacio para que me encierres en él.»

- ¿Esto era lo que pretendía la princesa desde un principio, librarse de los tres reyes? – interrumpí.

- Silencio. – El anciano chasqueó la lengua con disgusto -. No quieras terminar una historia antes de que ella misma haya encontrado su final.

«Porque, ¡si pudieras comprender la dicha que embargó al rey de Boxara, después de escuchar estas palabras salir de los tiernos labios de la princesa! Cargado de júbilo, empuñó la espada con la última fuerza de su espíritu y exclamó, brotándole la sangre entre los colmillos de marfil:

- ¡Otra vez tienes razón, astuta princesa! Hemos cumplido tus deseos y por esto nos perteneces. Pero no temas. Cumplirás tu palabra y los tres reyes te compartiremos por igual en los jardines de la Yanna.

Dijo esto y, haciendo un esfuerzo digno de los héroes, clavó su espada manchada con las entrañas de mil hombres en el aterciopelado pecho de la princesa. Cuando ella exhaló su último suspiro, transformando así su belleza en una definitivamente eterna, expiró por fin entre sus brazos para acompañarla al paraíso.»

- ¿Qué ha ocurrido con estos hombres? – rumiaba luego el anciano con la vista fija en el riachuelo - ¿Dónde se habrán escondido? Ellos mostraban una visión del mundo más pura que la nuestra.

- Y más violenta – comenté.

- ¡Ah, sí! – suspiró – Es la deliciosa violencia de la pureza. Tan difícil de aceptar para los hombres de ahora.