Viajes
¿Podría ser que encontremos Sodoma y Gomorra junto al mar Muerto?
Desde que se tiene constancia de la destrucción de la dos ciudades malditas, investigadores de todo el mundo han intentado encontrar su posición, y las razones que las llevaron a la ruina
El mar Muerto no tiene igual. Se encuentra en esta especie de socavón en el desierto, rodeado por nada más que esquirlas diminutas de arbustos que no parecen orientarse con claridad, y a su alrededor se elevan montes chatos e igual de demacrados. Una sensación de desorden se respira en el aire cargado. Bloques de sal parecidos a icebergs del Ártico se enquistan en las orillas, y esa misma sal provoca una serie de aromas muy fuertes, como si la sal se evaporara, entremezclándose con los rayos de sol que acuchillan con fuerza agua y arena, los 365 días del año. Hoy el mar Muerto supone una excelente atracción turística, allí podemos encontrar a decenas de viajeros flotando en el agua cada día, riendo como niños, haciéndose fotos, arrancando bloques de sal y embadurnándose el cuerpo con barro.
Su alta densidad que permite flotar a los bañistas sin apenas esfuerzo se debe a los altos niveles de salinidad que presenta, y aquí encontramos la razón de su nombre, el mar Muerto, el mar de Sal, porque ninguna criatura sensata sería capaz de sobrevivir en este clima despiadado. En el año 1930 suponía una superficie de 1.050 km2, como un enorme lago, y actualmente no supera los 605 km2. Se está secando.
Un primer vistazo a la leyenda
La razón que me ha traído hasta aquí es una historia. Un cuento, una leyenda. Dice que hace poco más de cuatro mil años, Abraham conversó con Dios para salvar el destino de dos ciudades que se encontraban a las orillas de este mar, dos ciudades de pecado y de vileza: Sodoma y Gomorra. El Dios castigador del Antiguo Testamento se decidió a destruir ambas ciudades como lección por el vicio que las consumía, y Abraham quiso regatear con Él hasta garantizar la salvación de las ciudades bajo la condición que que diez hombres justos vivieran en ellas. Pero solo Lot - sobrino de Abraham - se salvaba de la criba, y el destino de las ciudades quedó sellado. Dos ángeles alados sacaron a Lot y su familia de Sodoma y poco después cayó una lluvia de azufre y fuego sobre ambas ciudades.
El Valle de los Campos, que así era como se conocía a la región paradisiaca que habitaban ambas ciudades, quedó convertido en un secarral estéril y opuesto a la vida. Nadie volvió a habitar Sodoma y Gomorra. Su historia se desvaneció en el tiempo hasta que Moisés la narró a sus seguidores, y desde entonces la desgracia de ambas ciudades ha cabalgado entre el mito y la realidad, como tantas escenas grotescas y despiadadas del Antiguo Testamento. Centenares de arqueólogos han acudido hasta la región a lo largo de los años para descifrar el enigma, con éxito relativo. Y hoy estoy aquí, como periodista de viajes. Pero yo no busco resolver el enigma, me limito a leerlo. Olisqueo el aire, palpo la arena mutilada, pisoteo el azufre. Me limito a impregnar mi cuerpo y mis pensamientos con la intriga milenaria.
La veracidad de la Biblia
Desde hace unos cientos de años, no demasiados, los escritos de la Biblia han comenzado a tacharse de fábulas construidas para sustentar las religiones monoteístas que nacieron en Oriente Medio. Pero la realidad es que la Biblia es uno de los libros de Historia más completos, fidedignos y extensos con los que contamos para mirar el pasado. Tergiversada en ocasiones por sus autores, puede ser, como cualquier libro de Historia posible, porque siempre se magnifican las hazañas del pueblo propio y se demonizan los actos del contrario, aunque eso no quita que ocurrieran dichas hazañas y dichos actos, de una forma u otra. No sabemos si Salomón hablaba con Dios en sueños pero desde luego que existió, al igual que David. Los viejos profetas nacieron, aullaron sus sermones y murieron. Los semitas habitaron el este de Egipto durante siglos, hasta que un hombre ensombrecido por el tiempo y de personalidad difuminada los condujo al Sinaí, y más allá. Nosotros le conocemos como Moisés, aunque también pudo tener otro nombre. Pero en este mundo que vivimos donde los nombres tienen más importancia que los actos, tendemos a fijarnos con obsesión en ese nombre dudoso, y al dudar del nombre, terminamos por negar los actos.
Prácticamente todas las religiones del mundo hablan de un gran diluvio cuya temporalidad coincide. Ya fuera obra de este o aquél dios, o puro azar. Y así sucesivamente. Entonces resulta interesantísimo al viajar a Israel, Siria, Jordania, Irak y Palestina, hacerlo con una Biblia en la maleta. Es de las mejores guías de viajes que podemos encontrar.
¿Dónde están Sodoma y Gomorra?
Ahora regresamos al mar Muerto, o el mar de Lot, como lo conocen algunos, y con los pies bien plantados sobre el terreno yermo buscamos los posibles hilos arqueológicos que podríamos tirar para comprobar, como turistas profesionales, la historicidad de la catástrofe que hundió ambas ciudades.
El relato bíblico confirma que Sodoma y Gomorra se encontraban próximas al mar Muerto, que comerciaban con asfalto y que fueron destruidas de una manera horrenda y traumática, tanto que su final quedó impregnado en el imaginario popular a lo largo de milenios. Y cerca de ellas se situaban otras tres ciudades: Adma , Zeboim y Bela. A partir de esta información se han ido realizando excavaciones en torno al famoso mar para encontrar las ciudades malditas, y sabios de todo el mundo han acudido hasta aquí para descifrar el acertijo. La primera constancia fiable que tenemos de la búsqueda de las ciudades nos la proporciona Estrabón, geógrafo griego de la Antigüedad que asegura que los lugareños del mar Muerto le señalaron la existencia de trece ciudades en años pasados en torno a su costa, trece ciudades que fueron destruidas milenios atrás.
Desde entonces se amplió la búsqueda de Sodoma y Gomorra más allá de la orilla sur - que es donde se cree que estaba el Valle de los Campos - y se han desenterrado varias ciudades que coinciden con su temporalidad. Bab edh-Dhra, Numeira, al-Safi y Khirbet al-Khanazir en la orilla sur; incluso se ha llegado a señalar la ciudad redescubierta de Tall el-Hammam a las orillas del Jordán - río que riega el mar Muerto - como una posibilidad. Pero ningún arqueólogo que se precie podría señalar una ciudad de la Edad de Bronce próxima al mar Muerto como Sodoma y Gomorra, por el mero hecho de que estuvo allí en el momento adecuado. Porque todavía haría falta descifrar la catástrofe natural que llevó a la destrucción de las ciudades.
¿Cómo fueron destruidas?
Pocos investigadores creen que la lluvia de azufre y fuego que destruyó Sodoma y Gomorra fuera obra de una lluvia de meteoritos. No se han encontrado cráteres ni restos arqueológicos que confirmen esta teoría. Sí se sospecha que un meteorito pudo impactar contra los Alpes por las fechas que tratamos, y se piensa que la bola de fuego pasó muy próxima a las ciudades a una temperatura altísima y letal. Pero esto no explica que el resto de la ciudades que se cruzaron con el camino de bólido se mantuvieran intactas, mientras Sodoma y Gomorra acabaron hechas añicos. Por tanto es casi seguro que podemos descartar la teoría de los asteroides. Al igual que podríamos descartar una segunda teoría que asegura que la destrucción de las ciudades se debió a una inundación, ya que durante una inundación no es habitual encontrar azufre y fuego.
Una opción más aceptada es la de los terremotos. Las ciudades se encontraban en la franja del Valle del Rift del Jordán, una zona conocida por su actividad sísmica, y es posible que un terremoto destruyera las ciudades. Podría ser. Estos terremotos se habrían añadido al gas que se encontraba atrapado bajo tierra que, al liberarse, combustionó y generó enormes bolas de fuego capaces de destruir ciudades enteras, de una forma espeluznante y parecida a un castigo divino. Podría ser. Podría ser. No lo sabemos, pero podría ser que algo ocurrió no ya con Sodoma y Gomorra, sino con las trece ciudades que poblaban las orillas del mar Muerto, trece ciudades que por fuerza debían ser prósperas, ciudades de comerciantes de asfalto. Algo ocurrió que fueron destruidas y abandonadas, y nadie, jamás, se atrevió a volver a poblarlas.
Y así llegamos hasta la teoría más aceptada por los investigadores: un número indeterminado de ciudades (no necesariamente trece) se ubicaron a lo largo de la Edad de Bronce en torno al mar Muerto. Cerca del segundo milenio antes de Cristo, un terremoto liberó los gases subterráneos que combustionaron, provocando la destrucción absoluta de las ciudades y la huida despavorida de los supervivientes. Será verdad o será ficción, pero aquí plantado y viendo el paisaje abyecto que se desmorona bajo el calor, casi podría escuchar los gritos de los sodomitas, y los murmullos de los niños mientras juran que jamás volverán a enfurecer a Dios.
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