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Podrías visitar la casa original de la Sagrada Familia

En el barrio copto de El Cairo, en la cripta de la Iglesia de San Sergio y San Baco, se esconde el que fue hogar de la Sagrada Familia durante su huida a Egipto

Retablo de oro representando a la Virgen María con el Niño.
Retablo de oro representando a la Virgen María con el Niño.Alfonso Masoliver

Entrar en el barrio copto de El Cairo no parece una experiencia agradable, aunque pasearlo sí lo sea. Hace falta aparcar el coche fuera, antes de estrellarlo contra los bolardos de hormigón y las vallas que cortan la calzada, y es importante mantener la actitud adecuada cuando un grupo de militares fuertemente armados nos registran las mochilas, cachean nuestros bolsillos, hacen las preguntas pertinentes de cualquier control de seguridad. Sabemos por qué entrar en el barrio copto de El Cairo parece una aventura incómoda. Sabemos que una vez crucemos el control se abrirá ante nosotros un pequeño submundo que susurra en la inmensidad de Egipto, bullicioso y cargado de maravillas, pero también reconocemos que en 2017 ocurrió un violento atentado contra cristianos coptos en Menia, y un ataque similar ocurrió en el mismo sitio en 2018. Ser cristiano en la actualidad no es tarea fácil, pero ser cristiano en ciertos lugares puede resultar mortal, sin paliativos. Por eso nos preguntan con tanta intensidad qué venimos a hacer en este espacio protegido, cercado como una reserva de los indios norteamericanos.

La respuesta a dar es sencilla: iremos a ver la casa de la Sagrada Familia, la casa en la que Cristo vivió de niño. Esta frase cargada de intriga y espiritualidad, cuya veracidad es digna de comprobar en Google, capaz de dejar ojiplático al soldado más curtido de cualquier país guerrero, no conseguirá siquiera levantar una ceja del militar egipcio. Asentirá, comprensivo, y nos dejará pasar. Directos a este submundo sagrado que protegen con tanto celo.

El barrio copto

Es extraño porque ya estábamos acostumbrados a discutir con los vendedores de escarabajos de la suerte, figuritas de Horus y pequeñas tallas de pirámides de alabastro, pero aquí nos ofrecen cruces fundidas delicadamente en plata, iconografías doradas de la Virgen y el Niño, libros escritos en dialecto árabe sobre la vida de santos cristianos y sus profetas. Egipto cambia a lo largo del Nilo con una suavidad asombrosa, pero a la hora de chocar contra el barrio copto de El Cairo parece estremecerse y tropezar. El cambio aquí es muy brusco. Donde la capital se encuentra salpicada por multitud de mezquitas - pueden distinguirse los minaretes que sobresalen sobre el batiburrillo de edificios -, en el barrio copto se apiñan las iglesias con una densidad poco común en cualquier otro lugar del mundo; tres iglesias por cada cien metros, cien iglesias por cada tres metros, al final son tantas que perdemos la cuenta y nos aburre contar.

El barrio copto del Cairo se apiña en torno a un bullicio maravilloso.
El barrio copto del Cairo se apiña en torno a un bullicio maravilloso.Alex Azabachepexels

Las calles del barrio son estrechas, también apiñadas, como las casas y las iglesias. Daría la impresión de que una mente poderosa se olió el peligro que corrían los cristianos desde el conflicto con el terrorismo islámico y, sin prepararlo en demasía, barrió con un filtro poco común la superficie de El Cairo. Consiguió atrapar cada elemento cristiano de la ciudad, o casi todos, y los soltó de golpe en el barrio copto. Y así lo vemos ahora, aparentemente protegido bajo esta sensación de bullicio.

Por ejemplo encontramos la Iglesia Colgante, llamada así por estar construida sobre las ruinas de una fortaleza romana. Uno sube los 29 escalones que hacen falta para entrar en ella, asienta los pies en el piso, mira arriba hacia el techo de galera y mira abajo para ver los huecos en los tablones del suelo. Bajo esos huecos encuentra un pequeño vacío. Diez metros de caída que sostienen la Iglesia Colgante. En el patio exterior de la iglesia, un mosaico sobrecargado de colores azules escenifica el momento en que el Niño Jesús creó una fuente de agua para lavar y dar de beber a su familia, en Heliópolis, al noreste de El Cairo. El visitante sorprendido se preguntará por qué se encuentra tantas referencias a la Sagrada Familia y tanta piedad por la misma en Egipto. Y hace bien, porque hará falta buscar las fuentes históricas adecuadas antes de lanzarnos y buscar el que fue hogar de la Sagrada Familia.

Breve crónica de la Sagrada Familia en Egipto

Las Sagradas Escrituras son relativamente escuetas a la hora de mencionar los años perdidos de Jesús, es decir, los años que transcurrieron desde su nacimiento hasta que cumplió los 30 y acudió al Jordán para que le bautizase Juan Bautista. En lo que respecta a la huida a Egipto, apenas podemos apoyarnos en un puñado de frases en el Evangelio de San Mateo: “El ángel del señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Tiene sentido que el destino de su huida fuera Egipto, cuando al norte se encontraban multitud de tribus conflictivas y al este se extiende un desierto sin fin aparente. Egipto, tierra del Nilo y de abundancia, parecía ser el mejor destino al que José podía llevar a su familia.

El camino de la Sagrada Familia por Egipto es uno plagado de anécdotas y supuestos milagros, entre los que se incluye la creación de una fuente por mediación de Jesús.
El camino de la Sagrada Familia por Egipto es uno plagado de anécdotas y supuestos milagros, entre los que se incluye la creación de una fuente por mediación de Jesús.Alfonso Masoliver Sagardoy

Los Evangelios no dicen más, aparte de señalar el momento en que el ángel volvió a aparecerse para anunciar a José que ya podían regresar a Israel. No sabemos adónde fueron con exactitud, cómo vivieron, qué tareas ocuparon a José para mantener a su familia. La información restante deberíamos buscarla en el Méimar del Papa Teófilo, un documento escrito en 384 y 412 d. C y que recoge un amplio número de acontecimientos históricos en el cristianismo. La veracidad de su texto, por supuesto, queda abierta. Pero si quisiéramos confiar en él, leeríamos que la Sagrada Familia salió de Israel por Gaza, para luego atravesar el norte de la península del Sinaí y, una vez alcanzado el delta del Nilo, bajaron hasta la ciudad de Mostorod, a diez km del Cairo. Bajaron todavía más al sur, casi hasta llegar a la ciudad de Asuán. Luego subieron de nuevo y a lo largo del camino se dice que ocurrieron todo tipo de milagros, desde el brote de aquella fuente hasta el momento en que un árbol abrió su corteza para cobijar a la Sagrada Familia en un momento de necesidad.

Ya casi al término de su viaje, en un mes de junio, llegaron al Viejo Cairo en su camino de regreso a Israel.

La cueva de la Sagrada Familia

Hoy es la Iglesia de San Sergio y San Baco, en homenaje a dos legionarios romanos que fueron martirizados en el siglo III por abrazar la fe cristiana. El interior del templo resulta en una réplica del resto del barrio copto. Las columnas aparecen muy juntas, los bancos para la oración casi se suben unos encima de los otros, y los visitantes también tienen que andarse con cuidado para no llevarse un pisotón desafortunado. Se respiran aromas de sudor e incienso. Incluso parece que hay espacio para una tienda, minúscula y con decenas de souvenirs apelotonados, porque en el barrio copto de El Cairo cada espacio libre es rápidamente ocupado por el más sagaz de sus habitantes. Sopla suave en una de sus callejas una brizna fresca de viento y siempre habrá alguien que la escuche y logre rastrearla, con la nariz pegada a las paredes, zigzagueando entre las esquinas. Encontrará ese espacio vacío y, sin molestarse en preguntar, querrá sentarse a descansar unos minutos, o colocar un bonito puesto desde el cual atraer a los turistas. Así desaparecerá ese espacio.

Interior de la cueva donde se dice que vivió durante tres meses la Sagrada Familia. Su escasa iluminación impide una fotografía más nítida.
Interior de la cueva donde se dice que vivió durante tres meses la Sagrada Familia. Su escasa iluminación impide una fotografía más nítida.Alfonso Masoliver

Pero estas columnas apiñadas tienen su lógica. En realidad, esta falta de espacio tiene lógica, aunque podamos tardar en comprenderla. Por ejemplo si contásemos las columnas en esta iglesia, veríamos que son doce, una por cada uno de los apóstoles de Jesús, y que once de ellas son de mármol blanco mientras que la columna que representa a Judas se talló en granito rojo. En una de las columnas blancas (situada en el extremo derecho del templo) aparece grabada una pequeña cruz, y bajo la cruz se descubren unas gotas de sangre seca. Cuenta la leyenda que la columna lloró sangre el día previo a la derrota de los egipcios en la Guerra de los Seis Días.

Para encontrar la cueva donde dicen que se refugió la Sagrada Familia durante tres meses, hace falta bajar a la cripta de la iglesia, descendiendo por una escalera estrecha. Y ya llegamos. Los ojos tardan en acostumbrarse a la penumbra en la que se encuentra, no es hasta pasados unos minutos que podemos ver los detalles del hogar. Los detalles que no existen, no pueden encontrarse por ningún lugar. Sea cierto o no que aquí habitó la Sagrada Familia - creerlo o no depende del lector -, es evidente que el lugar sería sencillo, exento de cualquier detalle. Un pequeño altar se coloca en el centro de la estancia, flanqueado por dos columnas desgastadas, y en los laterales se adivinan los cojines que colocaron hace pocos años para aclimatar la escena. No hay más. Una luz tenue que ilumina desganada la cueva.

Y resulta excitante por una razón. Aunque no sea cierto. Acostumbrados a visitar las iglesias y catedrales ostentosas, cargadas de imágenes doradas, descubrimos en el subsuelo el que realmente pudo ser el hogar de Jesús, así de sencillo, sin remilgos, como una analogía de las enseñanzas que quiso inculcar en sus seguidores. Es bello, este pensamiento de parquedad y privaciones. Reconforta de alguna manera cuando se visita, al traspasar un umbral de ladrillo que tiene tanto poder (aunque solo sea en la mente) que no solo cambia nuestros cinco sentidos por la humedad, el olor a cerrado, la oscuridad y los chasquidos secos de las cámaras de los turistas, sino que cambia los mismas sensaciones, como si estas fueran un sentido más.