Viajes
¿Por qué hay pirámides en Sudán?
En el sitio de Meroe pueden encontrarse algunas de las pirámides más interesantes y mejor conservadas de la antigüedad
Me he dado cuenta de que, cuanta más gente viaja, más destinos se visitan. Me refiero a que 100 turistas no tienen la capacidad de visitar tantos sitios como 1.000, y no digamos 10.000. Creo que por eso el turismo de ahora se cuela por prácticamente cualquier grieta del mundo que sostenga un mínimo de atractivo, y no importa si nos vamos tan lejos como el Polo Norte para montar en trineo y buscar rastros de Papá Noel, que tendremos que hacer cola y pagar una generosa propina al inuit del trineo (que por cierto tiene un Iphone mejor que el nuestro). Que no, que el mundo ya no es lo que era. Y si quisiéramos buscar un sitio alejado del circuito turístico y que no esté abarrotado de gente “original”, tendríamos que hacer una tarea de investigación agotadora. Solo es una suerte que yo esté aquí para hacerla por ti y pueda ofrecerte un viaje de bandera.
La sorpresa de hoy es un secreto a voces: las pirámides de Meroe. Uno de los sitios arqueológicos más imponentes del mundo se encuentra a las orillas del Nilo... en el corazón ardiente de Sudán.
¿Quién construyó las pirámides?
Pues es una muy buena pregunta. Nosotros pensábamos que las pirámides eran un monumento funerario que se erigieron a sí mismos los faraones del Imperio Antiguo y que podemos encontrar a decenas en Egipto, como por ejemplo en Guiza, o de una manera misteriosa e incluso macabra en otros países como China o Méjico. Pero hete aquí que también hay pirámides en Sudán. En el sitio de Meroe, situado a 200 kilómetros de Jartum, hasta 900 tumbas y pirámides se desgastan un grano de arena tras otro al compás del viento del desierto.
Pero tiene una explicación lógica. La proximidad de Sudán (entonces conocido como Kush) al Antiguo Egipto permitió a sus primeros habitantes imitar algunos de los ritos y creencias religiosas que regían la cultura egipcia, así de simple, de una forma similar a cómo los romanos copiaron amplias bocanadas de la cultura griega. Los kushitas también creían en Osiris (uno que aparece siempre con la cara pintada de verde y momificado) como rey de los muertos, y creían en Isis (la que tiene cabeza de vaca) y Anubis (el de cabeza de chacal). Incluso creyeron durante varios siglos que las pirámides eran el único monumento funerario que permitía a los hombres alcanzar el mundo de los muertos, cosas así.
La afinidad de los kushitas (o nubios) a los egipcios se hizo patente durante el gobierno de la dinastía XXV en Egipto. Resulta que un rey de Kush conquistó las tierras egipcias en el siglo VIII a. C e instauró una nueva dinastía de faraones, conocida entre los entendidos como la dinastía de los faraones negros, y durante poco menos de 100 años se invirtieron los roles del poder: Egipto pasó a ser una potencia dominada por los que antes habían sido sus siervos, los kushitas. Aunque se sabe poco de los kushitas a excepción de sus relaciones con Egipto. Se conoce que dominaron el país de los faraones durante décadas pero desconocemos el nombre de los reyes de Kush que vinieron después. Y cuando los kushitas que habían sobrevivido durante siglos tomando como referencia la religión egipcia llegaron al trono del Nilo, y vieron las pirámides asombrosas que habían erigido sus antecesores mil años antes, pues ellos no quisieron ser menos y comenzaron a ordenar la construcción de una serie de pirámides para su uso personal. Precisamente aquí, en Meroe.
Meroe en números
Construir una pirámide de gran tamaño por aquella época se trataba de una empresa endiabladamente cara. Esta es una de las razones que empujó a los faraones egipcios a dejar de construirlas en un primer lugar. Pero los recién instalados faraones nubios no querían oír hablar de números y aburridas operaciones de economía y dijeron que ellos eran los faraones ahora y que querían una pirámide que les permitiese alcanzar con mayor facilidad el más allá, una pirámide que mostrase a sus súbditos su enorme poder, incluso después de muertos. Así comienza a originarse la necrópolis de Meroe. Una ciudad de los muertos encajada en el desierto y donde las tumbas son los sótanos y los rascacielos.
Solo accedieron a construir una serie de pirámides más pequeñas que las de Guiza para ahorrar unas perras en ladrillo y adobe. Mientras la Gran Pirámide de Keops mide 146,62 metros de altura y fue durante 3.800 años la estructura humana más alta del planeta, en Meroe las pirámides apenas rozan los 30 metros de altura. Son más estrechas. La mayoría rondan los 10 metros de altura. Por otro lado, las pirámides de Meroe tienen un ángulo de 72 grados en comparación con los 54 grados de las egipcia, y en su interior no se escondieron los tesoros suculentos que hicieron de las tumbas egipcias pequeñas celebridades entre los bandidos. Pese a que el bruto de Giuseppe Ferlini (un italianico cazatesoros que jugaba a explorador) prácticamente arrasó en 1834 las pirámides de Meroe en su búsqueda de tesoros, solo encontró objetos de valor en la tumba de la reina Amanishajeto (cuyas joyas todavía pueden encontrarse expuestas en el Museo Egipcio de Berlín y el Museo Egipcio de Múnich).
Dato curioso número 17 sobre la reina Amanishajeto: aparece citada en la Biblia (Hechos 8:27).
¿Y por qué visitarlo?
Está lejos, las pirámides son más pequeñas, hace calor, está vacío. Casi ni merece la pena visitar el complejo de Meroe. Pero quiero que lo pienses. Quiero que imagines su época dorada durante el 300 a. C y que empapes tu piel con la arena imaginaria del desierto y que desees volver allí. Visita la ciudad durante su saqueo definitivo a manos de los etíopes en el año 350 d. C. Y piénsalo un rato más. Aquí no hay normas ni colas para entrar en las pirámides porque está vacío de turistas, tampoco hay coronavirus, y el viajero puede jugar a explorador como hizo Giuseppe Ferlini, puede incluso soñar con que encontrará un tesoro. Soñar en un lugar que parece arrancado de los sueños, es un cliché excelente: las pirámides semiderruidas se enredan con las intactas, las puertas de los templos se confunden con una deliciosa travesura en la arena que amontona el desierto, todo ello inmerso en una gama de colores ocráceos y púrpuras que brillan convertidos en esquirlas de cristal durante los amaneceres. A nuestro alrededor sopla un viento de silencio y más allá se pierde el horizonte monótono.
Una psicodelia adictiva nos somete junto con las pirámides de Meroe. Una voracidad de aventuras se mitiga a cada paso entre los muros. Cruza un camello sin dueño pero no le damos importancia porque seguimos inmersos en el sueño infantil de los faraones negros.
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