Viajes
Bujará: la ciudad que pocos conocen hoy pero que todos deseaban visitar hace 500 años
Bujará fue durante siglos una de las ciudades más importantes de la Ruta de la Seda
Bujará no es una ciudad que salga en los mapas del colegio. No aparece en las películas de Disney ni de Marvel (que ahora son lo mismo), tampoco es habitual que un españolito de pie de calle la conozca, como no esté muy puesto en los temas de Historia. Es curioso cómo una de las ciudades más conocidas de la Ruta de la Seda perdió su fama en Europa tras finiquitarse su función original. Yo no conocía Bujará hasta que Rafa señaló el mapa y dijo, casi sentenció: hoy dormimos aquí. Claro que él tampoco sabía qué carajo era aquello, pero salía con letras más o menos grandes en el Google Maps y eso se traduce en que era una ciudad lo suficientemente grande para buscar un hostal razonable, cagar, dormir.
No fue hasta la mañana siguiente que dije, esto es Bujará, cuando apareció el sol y comenzó a pintar brochazos extensos y relajados en los edificios de cerámica, adobe y ladrillo. Esto es lo que vi. Hoy ven conmigo de paseo por las calles de fuego de Bujará, asómbrate conmigo mientras destapamos sus fachadas.
La mezquita de Po-i-Kalyan
Es fácil de reconocer porque a su lado está el Minarete Kalan, que es un minarete espectacular del que hablaremos más tarde. Pero la mezquita huele extraño, como a plástico, no lo sé, es curioso, nos huele a goma quemada en algunas esquinas poco iluminadas. Su belleza está allí, eso es innegable, pero en todos los patrones llamando el nombre de Alá se aprecia una dejadez nostálgica, como si la pasión del artesano se la arrebató una monotonía. Percibimos un airecillo a nuevo que no tenía el minarete. No es hasta más tarde que sabemos que esta no es la mezquita original que construyeron junto al minarete, esta mezquita la construyeron en 1515, no es la original, la original fue construida en 1127 junto al archiconocido minarete. Esta de aquí la rehicieron trescientos años después de que Gengis Khan ordenara el derribo de la original (que, pobre bruto de la estepa, se lo vamos a perdonar) cuando la confundió con el palacio de otro Khan.
El minarete de Kalan
Sabremos cuál es nada más acceder a la ciudad, porque es inconfundible. Construido con cuarenta y cinco metros de altura de ladrillo, su belleza es tan refinada y resistente al tiempo como una montaña, como una montaña famélica vigilando las cúpulas de su ciudad. Es tan bella que enterneció al mismísimo Gengis Khan y cuando ordenó derribar la mezquita, ordenó primero a sus hombres (el Gran Khan siempre ordena) que no hiciesen daño a la torre. Una magia antigua e irreductible flota en torno al minarete de Kalan, se especifica al contacto. Y cuidado donde pisas porque su arquitecto está enterrado a cinco metros de la torre, o eso se dice. Parece ser que el pobre tipo enloqueció mientras producía esa magna obra y, convencido de que su construcción se derrumbaría pocos años después, pidió que le enterrasen en un sitio que quiso marcar él. Quería que cuando cayera, cayese directo sobre su cabeza. Se volvió loco. El maestro de obras también llegó a huir de la ciudad por dos años, hasta que los cimientos se endurecieron y se supo que el minarete aguantaría. Eso dicen. Huele a muerto por aquí.
Zindar de Emir
Era una cárcel. Una cárcel espantosa en la que torturaban a la gente o la mataban. Todavía sigue intacta en la ciudad y sirve de apetitoso destino turístico para los amantes de lo escatológico, pisamos el mismo suelo que pisaron los tipos más sádicos de Uzbekistán entre el siglo XVIII y principios del XX. Nos contaminamos de las risas de los espíritus malignos que arañan nuestros tobillos y comienzan a subir hasta agarrarnos el estómago. Esto ocurre dentro del foso de seis metros de profundidad, apuntalado con estacas de madera, que conforma la sencilla y brutal prisión. Ahora es un edificio turístico pero estoy seguro de que Gengis Khan habría aprovechado su función original.
Mausoleo de Chashma Ayub
En la amalgama de cúpulas bujaríes que se funden con el cielo, huellas de fuegos extintos, aullidos de criminales rompiendo la tranquila noche, este mausoleo construido en el siglo XIII apenas llama la atención de nadie. Está demasiado desteñido por la luz del sol, como un anciano castigado con arrugas surcándole las mejillas de adobe. Forma parte del listado de Patrimonio de la Humanidad pero apenas llama la atención de ningún turista. Es un lugar extraño. Aquí dentro apenas sopla una brisa tenue que se resbala entre las rendijas de las ventanas y nos susurra una historia muy antigua, el tipo de historia que nos eriza los pelillos de la nuca y nos convence de la antiquísima edad de Bujará. Es porque la leyenda cuenta que el mausoleo marca el lugar exacto donde Job, uno de los profetas más influyentes del antiguo testamento (y por tanto, no solo de la tradición uzbeka, sino de todos los países relacionados con el monoteísmo) y que vino por aquí hace aproximadamente 3.500 años, golpeó una piedra e hizo brotar una fuente de agua fresca. El mausoleo especifica el punto donde ocurrió este milagro muy antiguo y piadoso.
La estatua de Nasrudín
Ya hemos comprendido que, cuando pisamos Bujará, estamos recorriendo las mismas callejas, casi intactas desde entonces, que caminaron Gengis Khan, Marco Polo, Job, emperadores, exploradores, profetas, y la bruta tradición que expanden estos personajes casi legendarios provocan una extraña explosión de fábulas que arrasa toda la ciudad y que nos consume a nosotros también. Rápidamente nos perdemos en las callejas más sinuosas y brincamos de una leyenda a otra, de uno a otro color. Hasta que llegamos a la estatua de Nasdurín: es un hombre de bronce cabalgando un pollino manso. Pero Nasdurín, que para nosotros representa otro nombre enrevesado que ignoramos, es en realidad uno de los personajes más conocidos del imaginario suní. Cuentan que vivió en la Península de Anatolia durante el medievo y sus andanzas y las de su borrico han dado forma a casi 400 historias de todo pelaje sobre la naturaleza, la astucia, la bondad y los pecados del ser humano. Esa estatua enigmática nos conoce mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos, y lo digo de verdad. Nada escapa a la sabiduría de Nasdurín, aunque la edad le haya vuelto los ojos rígidos.
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